Se acerca el 10 de Octubre y vale la pena recordar el sentimiento de profunda admiración con que nuestro Martí mencionaba esa fecha fundacional y a sus protagonistas, en particular, a Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo. Tanto al significado de la fecha como al iniciador de la heroica gesta se refirió el Apóstol en numerosos artículos. Año tras año participó en el homenaje que la emigración rendía a los fundadores de la nación y pronunció en ellos encendidos discursos que elevaban el sentimiento de cubanía. Sin embargo, hay dos artículos en los que su valoración de Céspedes hace énfasis en la disposición de sacrificarse por el bien de la Patria, por el bien común; se trata de “El 10 de abril” y “Céspedes y Agramonte”.
En el primero de ellos afirma: “Que Céspedes, convencido de la urgencia de arremeter, cedía a la traba de la Cámara […] Que Céspedes cedía la bandera nueva que echó al mundo en Yara, para que imperase la bandera de Narciso López, con que se echó a morir con los Agüeros el Camagüey […] Que aunque suene, por parte de los unos a amenaza o reticencia, los otros consentirán en que la Cámara quede con el derecho de juzgar y de deponer a los funcionarios que puede nombrar. Que la Cámara pueda nombrar al Presidente de la República.[1]
Con esas palabras explica Martí, como el idealismo que predominó en la Asamblea de Guáimaro llevaba también el propósito de minimizar la autoridad que Céspedes había conquistado con su gesto sublime. Absurdos temores de que pudiera convertirse en dictador, más absurdos aún conceptos acerca de construir la república cuando todavía no se había conquistado la independencia llevaron a una estructura que, en vez de garantizar el mando único y la libertad de acción para el ejército mambí, le opondría continuas trabas y daría lugar a crecientes fricciones, que, al final, darían al traste con diez años de heroico sacrificio.
Céspedes no estaba de acuerdo con la estructura de gobierno aprobada, ni con el poder que se le otorgaba a la Cámara de Representantes, órgano que a lo largo de diez años de guerra mostraría una errática actuación que, a la postre, conduciría al Zanjón. No estaba de acuerdo; pero, convencido de que no podía hacer prevalecer sus criterios, prefirió preservar la precaria unidad que en Guáimaro se gestaba; prefirió sacrificar sus concepciones por el bien de la nación.
Aunque “‘El Destino le deparó ser el primero’ en levantar en Yara el estandarte de la independencia: ‘Al Destino le place dejar terminada la misión del caudillo’ de Yara y de Bayamo”[2] —afirmó el Apóstol rememorando nuestra primera asamblea constituyente— y con ello describe como le fue arrebatada a Céspedes la dirección de la contienda que había comenzado y el mando de un ejército que ya había probado su valía en la conquista de Bayamo, a pesar de su inexperiencia: “De pie juró la ley de la República el presidente Carlos Manuel de Céspedes, con acentos de entrañable resignación, y el dejo sublime de quien ama a la patria de manera que ante ella depone los que estimó decretos del destino […].[3]
Y, más adelante, cuando esas fricciones llegaron a su clímax, Céspedes “Baja de la presidencia cuando se lo manda el país, y muere disparando sus últimas balas contra el enemigo, con la mano que acaba de escribir sobre una mesa rústica versos de tema sublime”.[4] Con serenidad aceptó Céspedes su deposición, que algunos historiadores califican como golpe de Estado[5] y cuando le reclamaron que anulara la disposición, se limitó a responder: “[…] yo no soy capaz de pensar de esa manera, ni permitir siquiera que por mi causa fuese a demarrarse sangre entre hermanos, cuyo horroroso evento daría al traste la Revolución en Cuba”.[6] Poco después anotaría en su diario: “La historia proferirá su fallo”.[7] (Esa frase resuena casi idéntica a otra también acuñada por Clío: “La historia me absolverá”.)
De ese modo, el Padre de la Patria nos legó las primeras lecciones acerca de la necesidad de “pensar como nación”, de poner el interés de Cuba por encima de cualquier cuestión personal. Nuestro pueblo, llevado a esa misma coyuntura en circunstancias muy diferentes, debe hoy fortalecer esa convicción de que todo ha de sacrificarse al bien común.
Con su habitual comprensión de fenómenos complejos, Martí afirmó que “[…] el heroísmo en la paz es más escaso, porque es menos glorioso que el de la guerra […] y que “[…] al hombre le es más fácil morir con honra que pensar con orden […]”.[8] Si ahora mismo, el enemigo imperialista intentara agredir nuestra Patria, todos los cubanos ocuparíamos sin vacilación y de inmediato nuestro lugar en la trinchera por preservar la soberanía y la dignidad patrias. Pero el adversario lo sabe y pretende rendirnos por hambre, agobiarnos con trabas de todo tipo que dificultan nuestra vida cotidiana y nos hacen olvidar que el bloqueo es una táctica de guerra y que el que enfrentamos es el más largo de la historia de la humanidad.
¿Y qué vamos a hacer? Sí, se requiere de la solidaridad de los choferes de medios de transporte estatales o particulares, es una respuesta que satisface y emociona; pero sobre todo se requiere que cada uno de nosotros cumpla con su deber.
Está aún muy reciente la alegría que dejó el aumento salarial en el sector presupuestado; pero ¿cuál es la respuesta?, ¿cuál es la actitud ante el trabajo? Es hora de que cada cubano aporte “según su capacidad” y que desaparezcan de una vez y por todas la desidia y las indisciplinas sociales y laborales. Echar el país hacia delante requiere de la consagración de todos.
Decía Martí: “[…] ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”.[9] Sabemos que se refería a los pueblos de América; pero ¿por qué no llevar la idea a nuestra nación? Seamos árboles y ocupemos el lugar que nos corresponde en la fila; reforcemos la indispensable unidad. Céspedes, Martí y Fidel convocan en la voz de nuestro presidente a “pensar como nación”.
[1] José Martí: “El 10 de abril”, en Obras completas, t. 4, Colección digital, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, PP. 385-386.
[2] Ibidem, p. 388.
[3] Ibidem, pp. 388-389.
[4] José Martí: “Céspedes y Agramonte”, en Obras completas, ob. cit., t. 4, p. 360.
[5] Aldo Daniel Naranjo: El estandarte que hemos levantado, Ediciones Unhic, La Habana, 2019.
[6] Benjamín Ramírez Rondón: “Memorias de la guerra” (inédita), p. 345.
[7] Eusebio Leal Spengler: Carlos Manuel de Céspedes. El diario perdido, Publicimex S. A., La Habana, 1992, p. 148.
[8] José Martí: “Nuestra América”, en Obras completas, ob. cit., t. 6, p. 18.
[9] Ibidem, p. 15.