Cuando yo tenía unos siete años, allá en Barajagua, el campo holguinero donde nací y que se había hecho medio famoso por la parada que hizo allí la imagen de la virgen de la Caridad, en su paso desde la Bahía de Nipe, donde fue encontrada, y el poblado del Cobre, en Santiago de Cuba, donde descansa y se le venera, un hecho —ético, como más tarde lo comprendí—, marcó la vida de este periodista.
Resulta que una tarde íbamos mi madre, mi padre y mis dos hermanos mayores caminando por un trillo junto a la Carretera Central, para visitar al abuelo Pedro.
Ya casi subiendo los escalones de la casa, en el suelo de tierra roja vi una moneda de a «medio», como se le conocía entonces. Era casi una «fortuna» para la merienda del otro día en la escuela rural No. 36 donde estudiaba. Así pensé mientras me echaba al bolsillo aquellos cinco centavos.
Al regreso de visitar al abuelo, antes de acostarme, mi padre fue a verme al cuarto y me preguntó: ¿dónde está el «medio» que te encontraste? Nunca pensé que me había visto cuando lo puse en el bolsillo del pantalón, y más temeroso que obediente, saqué la moneda y se la entregué. Me dijo tajante: no, a mí no me la des, mañana ponla donde mismo la encontraste, recuerda que eso no es tuyo…
Para esa fecha yo no conocía la palabra ética pero si oía mucho aquello de que éramos «pobres pero honrados», que mi padre siempre recordaba, aunque apenas había alcanzado el cuarto grado.
Pero la lección estaba allí, con otro nombre quizás, pero como enseñanza para toda la vida. «Honradez», integrante de la ética como concepción filosófica, que trata de la moral, de su origen y de su desarrollo, de las reglas y de las normas de conducta de los hombres, de sus deberes hacia la sociedad, la patria y el Estado.
Siempre he estado convencido de que la ética se siembra en los seres humanos partiendo del ejemplo de la familia.
En el periodismo la ética tiene que ser intrínseca al periodista. Perder la ética es como desprenderse de una parte de la vida. Es como mutilar el alma.
La ética no puede ser una consigna sino un principio. Un periodista que vende su trabajo por «cuatro pesos» y para ello escribe en un sitio web o un blog, todo lo contrario a lo que publica en un medio revolucionario, no solo falta a la ética sino que se convierte en «mercenario de la noticia».
Y los ha habido. Y los hay. Son las más frágiles presas de quienes nos quieren doblegar de todas formas. Son los que se muestran satisfechos por la atención gratuita y de calidad que reciben en cualquier centro de salud de la Isla; por la formación lograda, también gratuitamente, desde el círculo infantil hasta la universidad, pero que, de momento, por falta de cimentación en su formación, desbarran sobre esos mismos médicos y profesores, y hasta le hacen el juego a quienes se empeñan —y nunca podrán— fracturar la unidad del pueblo, sostén de la obra revolucionaria y garantía de presente y futuro.
La ética no pone límites al desarrollo del periodismo, no frena iniciativas creadoras, no oculta errores y deficiencias. La ética fortalece cuando se tiene, se cultiva y se hace pública con la vida y el trabajo de cada día.