Desde hace un tiempo, para contribuir con el tema a (pre) ocupados en la materia, recibo a diario boletines de Google en español conteniendo los metadatos “periodistas agresiones”. El del 22 de octubre de 2019 mantiene la alarmante y creciente tónica peligrosa de ejercer esa profesión en lugares de conflicto, aunque no solo en ellos.
Las noticias de esa jornada la encabeza “Detenciones, agresiones físicas e insultos: así están viviendo los periodistas las protestas en Cataluña”, donde trabajar “se hace cada vez más difícil…”, según La Sexta. En tanto, La Vanguardia titula un material “CATALUNYA.-Profesionales de la información piden el fin de las agresiones a periodistas”. RT español, por su parte, significa que “Sánchez visita Barcelona en plena oleada de protestas” y subraya la difusión de “numerosas grabaciones donde se observan cargas contra manifestantes pacíficos o periodistas, agresiones a …”
La Nación de Argentina titula “El feroz ataque a un camarógrafo de LN+: le pegaron entre 10 personas”, al referirse a la violenta agresión a los periodistas frente al consulado de Chile en Buenos Aires, cuando un periodista y un camarógrafo de televisión fueron agredidos el lunes último.
Y me detengo en la reproducción de reportes, cada vez más abundantes y con orígenes geográficos diversos, porque con estos dos ejemplos bastan porque cada uno está en antípodas de un conflicto mayor: en uno prevalece la agresión de fuerzas policiales y el otro está centrado en la de exaltados manifestantes que repudiaban la represión de la gendarmería en la vecina Chile.
Cada vez se hace más visible y notable la polarización de la sociedad contemporánea entre los poderosos y los desposeídos, “los minoritarios de arriba y los mayoritarios de abajo”, y lo que está sucediendo en relación con los informadores es reflejo de ello: los medios –y los que trabajan para ellos—responden a quienes los poseen, a sus intereses y visiones, y por su función de mediadores entre la realidad y su reflejo público, son la cara visible que paga las consecuencias de la rabia, sea institucional o popular, según el caso.
No hay que saber que la expresión nació antes de nuestra era con el griego Plutarco para comprender (jamás justificar) a los que hoy asumen la máxima de “matar al mensajero”, agrediendo al difusor de una óptica diferente y de hecho un portavoz público de ella, máxime cuando se escudan en la impunidad de representar la ley.
Como mi colega Odalys Troya apunta: “Ecuador, Haití, Chile y Argentina, viven momentos calificados por muchos de pesadilla, ante la creciente ola de protestas reprimidas por las fuerzas de seguridad de cada uno de los gobiernos”.
Yo acotaría que lo que se pretende en esos países es despertar de la pesadilla que han estado viviendo los de abajo y en esa agudizada lucha de contrarios, los periodistas están pagando los platos que los poderosos rompen.