PERIODISMO CIENTÍFICO

Diestros o zurdos ¿Desde cuándo?

En la combinación de la capacidad tecnológica y simbólica, la consciencia y la socialización de conocimientos, radica la complejidad de la cognición humana[1]. Estos potenciales son estudiados por paleoantropólogos, arqueólogos y otros especialistas para rastrear los orígenes de la singularidad de Homo sapiens.

Para ahondar en esa búsqueda, los chimpancés (Pan troglodytes), nuestros parientes más próximos, son los candidatos recurrentes. “Con ellos compartimos un 98 por ciento del código genético y el máximo cognitivo de dos primates. Lo que en principio parece que nos caracteriza como género es más una cuestión de grado que de calidad, y la diferencia entre una y otra especie es más cuantitativa que cualitativa”.

Esta reflexión, de la doctora Marina Mosquera, a cargo de la coordinación de Arqueomona, un proyecto científico del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES), de Tarragona, España, está basada en las numerosas experimentaciones realizadas en la última década en el ámbito de la etología o comportamiento primate, campo dentro del cual este centro desarrolla una línea investigativa.

Se trata del estudio de una serie de caracteres de cognición compleja como la lateralidad manual (uso preferente de una de las manos) y el aprendizaje social, tanto en humanos modernos como en chimpancés.

En las experimentaciones realizadas con estos últimos por parte del equipo científico español, en relación con la lateralidad manual pudo observarse que en determinadas situaciones estos especímenes usan indistintamente las dos manos y que en otras, además de utilizar con preferencia una de ellas, acuden a elementos del medio.

Al coger cualquier objeto, los chimpancés son ambidiestros, precisa Mosquera. “Pero si el elemento a tomar es muy pequeño para sus manos, empieza a verse una lateralización derecha, aunque hay algunos que son zurdos. Cuando la tarea es más compleja, como sacar alimentos del interior de una manguera sin que puedan llegar con la lengua, se ven obligados a agarrarla con una mano y rebozar dentro con el índice de la otra. Y si no los alcanzan con el dedo, empiezan a buscar ramitas para introducirlas en el estrecho espacio. A esta conducta le llamamos comportamiento tecnológico”.

Un paralelo entre las citadas observaciones y la hipótesis de la evolución humana relativa al escenario en el que los homínidos tuvieron que enfrentarse a la desaparición de los bosques y a un paisaje de sábana, donde los recursos para la supervivencia ya no estaban juntos ni disponibles todo el año, induce a delinear razonamientos.

“Posiblemente aquellos individuos partieran de ser normalmente ambidiestros, pero las circunstancias ambientales los forzaron a realizar actividades cada vez más complejas para recuperar su gasto energético y así empezaron a usar preferentemente una de las manos y a tener un mayor comportamiento tecnológico”.

Dicha deducción —considera Mosquera— constituye un granito de arena a favor de la convergencia de la hipótesis citada y el punto donde podemos aprehender bajo qué circunstancias se pudieron dar estos saltos cualitativos en la evolución humana.

Añade la coordinadora del proyecto científico que en la rama de la lateralidad manual también han aplicado los resultados de los mencionados estudios experimentales al registro arqueológico, en la sub-rama de la traceología (análisis de las huellas de uso para definir la funcionalidad de herramientas, fundamentalmente líticas).

“Significa determinar si a nivel de microscopía electrónica es posible ver bajo qué circunstancias pudiera observarse la lateralidad del humano que utilizó una herramienta de piedra”.

El poder de la imitación

Otro de los llamados caracteres de cognición compleja, el aprendizaje social, es estudiado por el equipo del IPHES para conocer bajo qué condiciones estos primates son capaces hacer determinadas tareas. Indagar acerca de que si lo que aplican se debe al mismo tipo de aprendizaje que caracteriza a los humanos, es también uno de sus fines.

Parece que ellos son más emuladores y nosotros más imitadores, acota la doctora Mosquera. “Las investigaciones confirman que la imitación es una herramienta muy potente de la cultura humana porque evita que cada individuo tenga que aprender, por ejemplo, la teoría de la gravedad. El hecho de que el niño pueda formarse a través de la imitación imprime más rapidez al proceso de aprendizaje que si lo hiciera por emulación”.

La emulación no se basa en repetir la acción que ha hecho el otro, sino en observar sus resultados y manipular más o menos de la misma manera. Y aunque es más creativa que la imitación, es un sistema de aprendizaje más lento.

Pero en cuanto a potenciales cognitivos, los chimpancés y los humanos somos bastantes similares, explica. “Incluso, a niveles del concepto de justicia. Ellos detectan perfectamente cuando una persona está pidiendo ayuda porque realmente la necesita y cuando hace una triquiñuela para llamar su atención. También se ha visto cómo en estos animales funciona la cooperación y el castigo, que son elementos de altos primates y no solo de humanos.

“Es obvio que los vínculos entre ambos son muy potentes porque son nuestros parientes más próximos, tanto a nivel genético como de comportamiento y de cognición. “Por eso decimos que compartimos el máximo cognitivo de dos primates.

“Sin embargo, no tenemos un término intermedio de comparación entre humanos y chimpancés. Nos hallamos en un momento insólito en la evolución humana porque es la primera vez que estamos solos como Homo en el planeta. En otros períodos de la historia evolutiva hubo más especies muchísimo más cercanas a nuestro género. Ahora el primate que más se nos parece es el chimpancé”. (Tomada de Juventud Técnica)

[1] Agustí, J., Bufill, E. and Mosquera, M. (2012). El precio de la inteligencia. La evolución de la mente humana y sus consecuencias. Barcelona, Ed. Crítica.

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Flor de Paz
Periodista y Editora.

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