Wilkie Delgado Correa
“Y vine a Cuba y en Bayamo vime / y parecióme la creación más bella/”. Céspedes
En el presente celebramos un nuevo aniversario del grito de independencia de Cuba el 10 de octubre de 1868 y con ello la irrupción con fuerza incontenible de la Revolución cubana en el escenario de Cuba como colonia española durante tres siglos y medio y generó una guerra sostenida durante diez largos años, que tuvo como líder fundador a Carlos Manuel de Céspedes. Desde entonces se desataron los acontecimientos y brotaron las ideas cardinales que nutrieron y guiaron los hechos fundacionales y simbólicos de la nación cubana.
Permítanme, esta vez, reflejar las ideas esenciales de aquel patricio que con mirada y aspiración de futuro demostró con acciones, actitudes e ideas ser el más decidido, abnegado e iluminado rebelde de su época y, quien con pocos hombres y armas, como señalara Martí, “decidió cara a cara de una nación implacable, quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita a un tigre su último cachorro.” El mismo que les expresó a sus compañeros conspiradores que el poder de España estaba caduco y carcomido, que si aún les parecía fuerte y grande, era porque hacía más de tres siglos que lo contemplaban de rodillas. Y los convocaba a levantarse frente a aquel imperio.
Han quedado inscriptas en la historia fechas memorables como el levantamiento armado del 10 de octubre, la primera batalla y derrota en Yara el 11 de octubre, la toma de la ciudad de Bayamo el 20 de octubre de 1868 y su incendio el 12 de enero de 1869, así como la fundación de la República de Cuba en abril del mismo año.,
Todos estos hechos eran la concreción relevante de una cultura de resistencia a la opresión que se manifestó desde el encuentro de las dos culturas, la nativa y la española, y luego la africana, con la resistencia y luchas de los Caciques Hatuey y Guamá, y en siglos posteriores con las insurrecciones de esclavos africanos, y las conspiraciones independentistas abortadas y las sublevaciones derrotadas y cruelmente reprimidas.
El conquistador había logrado imponerse a sangre y fuego en estas tierras de Dios. Las rebeliones ocurridas desde hacía siglos habían sido aplastadas con violencia y crueldad bárbaras. Ni indios, ni esclavos ni criollos levantiscos habían escapado del exterminio vengativo de un poderoso ejército que se había encargado de imponer la paz que una y otra vez había sido alterada. Las cabezas de los revoltosos, exhibidas en las picas en ciudades y pueblos, habían sembrado el terror y el espanto entre los pobladores. Una jauría de perros y de espías no se daban descanso noche y día en busca de descontentos, conspiradores y alzados. Sin embargo, la rebeldía y el desafío ante el poder español no cesaban en el país. Se movían como un hormiguero bajo tierra.
En esta época un grupo de conspiradores se reunieron en una casona señorial. Sentados alrededor de una mesa de caoba, cada uno ha expresado su visión sobre las condiciones existentes para el alzamiento que se proponían realizar. Hace falta ampliar la organización, dice uno. Es imprescindible allegar los fondos suficientes para tal empresa, expresa otro. Se requiere un aplazamiento. La precipitación de los planes insurrectos sería descabellada. Es necesario esperar la terminación de la zafra azucarera, manifiestan unos y otros. Sólo Carlos Manuel está impaciente. El tiene sus razones para acelerar el levantamiento. Y así lo expresó:
“Todo lo sé, pero no es posible aguardar más tiempo. Las conspiraciones que se preparan mucho, siempre fracasan, porque nunca falta un traidor que las descubra. Yo estoy seguro que todos los cubanos seguirán mi voz. España está revuelta ahora, y esto nos ahorrará la mitad del trabajo. Si no me hallara tan seguro del triunfo, no me arrojaría a comprometer el destino, el porvenir y las esperanzas de mi patria. A un pueblo desesperado no se le pregunta con qué pelea. Estamos decididos a luchar y pelearemos aunque sea con las manos”.
Céspedes tenía bien claras las razones para justificar la necesaria y justa revolución anticolonial que libraría el pueblo de Cuba aunque eran desagradables para la potencia opresora, ya que pensaba que “puede asegurarse en general, que una colonia rompe con derecho el lazo que la ata a la Metrópoli así que posea elementos bastantes para vivir independientemente. La vida colonial es estrecha, nunca llena por completo las aspiraciones de un pueblo adulto, y por eso no puede imponérsele, con razón, teniendo él recursos suficientes para existir por su cuenta”.
Por eso aquel día iniciático del 10 de octubre de 1868 en su ingenio La Demajagua los ojos de todos los presentes estaban fijos en Carlos Manuel, que estaba transfigurado. Parecía alguien del otro mundo, comentaría alguien más tarde. El amo de la guerra parecía un hombre de fuego, dirían los esclavos, recordando la visión de aquel día.
Carlos Manuel, el abogado, el hacendado y terrateniente esperó que todos estuvieran a su alrededor y lanzó el desafío fecundo, liberador y abolicionistas, pero ofreciendo democráticamente la libertad de elección, algo que no es común en actos trascendentes como son las revoluciones. Les expresó: -“Ciudadanos, hasta este momento habéis sido esclavos míos. Desde ahora, sois tan libres como yo. Cuba necesita de todos sus hijos para conquistar su independencia. Los que me quieran seguir que me sigan; los que se quieran quedar que se queden, todos seguirán tan libres como los demás”.
Los presentes dieron su aprobación con gritos de Viva Cuba Libre. Se hizo flotar la bandera tricolor diseñada por Céspedes y que cosiera el día antes la joven Cambula. Acto seguido, cada uno salió a buscar algo con qué armarse. Los esclavos liberados tomaron machetes y palos de los alrededores.
Dos años después, Céspedes diría que “… El 10 de octubre de 1868, el pueblo de Cuba proclamó su independencia; y desde esa fecha hasta hoy, ha sostenido una terrible guerra contra sus opresores”.
El día siguiente, 11 de octubre de 1868, las tropas bisoñas de Céspedes, desplegando la bandera de la revolución, atacaron el poblado de Yara. La guarnición española alertada y reforzada infligió una derrota a los independentistas. Luego estos se retiraron sin ser perseguidos. La tropa menguada de Carlos Manuel, quedó reducida a doce hombres. Alguien desalentado ante el espectáculo de la derrota y la desbandada, exclamó: -¡Todo se ha perdido! Carlos Manuel, resuelto, ripostó en el acto: “Aún quedamos doce hombres: basta para hacer la independencia de Cuba”.
Las fuerzas revolucionarias agrupadas desde distintos territorios comandadas por líderes locales pusieron sitio a la ciudad de Bayamo que fue tomada finalmente el día 20 de octubre. Fue en aquel ambiente de fiesta y de combate que Pedro Figueredo, conocido por todos como Perucho, cantó por primera vez el himno compuesto por él, conocido como La Bayamesa, que pasaría, muchos años después, a ser reconocido como el Himno Nacional de la República que estaba surgiendo al fragor de aquella batalla. Su primera estrofa expresa: Al combate corred, bayameses / no temáis una muerte gloriosa…”. Había sido encargado tiempo antes por los conspiradores y el autor le puso música y letra. La hija menor de Perucho fue la designada para enarbolar la bandera que que reverenciarían los bayameses aquel día glorioso.
No obstante, vale apuntar, que también Céspedes pensó en un himno para la insurrección: el Himno Republicano, de fecha 1868, y fue relegado y hasta olvidado por la preeminencia y antelación del himno La Bayamesa. El himno cespediano dice en su primera estrofa: ““¡A las armas valientes cubanos!/ ¡Despertad! Ya retumba el cañón/”
Sobre este acontecimiento relevante de la toma de Bayamo, Céspedes expresó: “…. Hace sólo cuarenta días que enarbolamos la bandera tricolor de Cuba y ya hemos conseguido una serie de triunfos no solamente derrotando y haciendo retroceder al litoral en precipitada y cobarde fuga a todas las columnas españolas… En la ciudad de Bayamo referida, hemos establecido nuestro centro revolucionario y nuestro gobierno provisional, organizando del mejor modo posible todos los ramos de la administración pública. (…) Nosotros hemos constituido en la ciudad heroica de Bayamo un gobierno provisional esencialmente republicano…”.
Bayamo era su ciudad natal y al terminar sus estudios en el extranjero, le cantó en versos de un poema a los 23 años: “Y vine a Cuba y en Bayamo vime / y parecióme la creación más bella/”.
Tres años después, anotaría en su diario el 18 de octubre: “… Tuve ensueños agradables con mi esposa Anita, mi hija Glorieta y mi hermana Borjita. Me ha vuelto el apetito. ¿Se deberá al cumpleaños de la toma de Bayamo?”
La revolución se mantuvo en poder de la ciudad de Bayamo hasta el 12 de enero de 1869, en que analizando cómo enfrentar aquella situación crítica, frente al avance de los españoles dirigidos por Valmaseda, se determinó la destrucción de la ciudad, ordenando a sus pobladores a que le dieran fuego. La orden se puso en ejecución inmediata con la aprobación de los habitantes.
El espectáculo era desolador. La ciudad entera era presa de las llamas, mientras las tropas insurrectas y los pobladores empezaron una larga marcha hacia sitios lejanos para iniciar una vida errante y azarosa en los bosques, huyendo del enemigo que los perseguiría con saña. Hombres, mujeres, ancianos y niños marchaban con la visión de la ciudad convertida en una gigantesca hoguera de la cual se elevaban columnas de humo negro que el viento disipaba hacia el oeste. El día 15 de enero entraba el general español Valmaseda en las ruinas de Bayamo.
Sobre la quema de Bayamo Céspedes diría que fue un hecho heroico para que el enemigo la encontrase convertida en cenizas, y “que la historia consignará en una de sus mejores páginas, le hará comprender al mundo entero, que los revolucionarios de Cuba, están dispuestos a sacrificarlo todo, antes que deponer las armas y volverse a sujetar al yugo del Gobierno de España. No hay pues poder alguno que contenga la marcha de los acontecimientos. […]”
El líder fundador, que devendría en Padre de la Patria, pensaba que, llegara temprano o tarde el día de la victoria, “la Revolución Cubana ya vigorosa es inmortal; la República vencerá a la Monarquía; el pueblo de Cuba, lleno de fe en sus destinos de libertad, y animado de inquebrantable perseverancia en la senda del heroísmo y de los sacrificios, se hará digno de figurar, dueño de su suerte, entre los pueblos libres de América”. (…) “…el curso de los acontecimientos, con el que siempre conté, sin dar un nuevo giro a la Revolución, que no es hoy, ni será mañana sino lo que fue ayer: la constante aspiración del pueblo de Cuba a la independencia, llevada al terreno de los hechos…”
Sólo 3 meses después del incendio de Bayamo, baluarte mayor de la Revolución, y 6 meses después de iniciada la contienda que duraría diez años, se lograba la unidad de las fuerzas independentistas de Oriente, Camagüey y Las Villas, y reunida en Guáimaro la Asamblea constituyente del 10 al 12 de abril de 1869, se aprobó la Constitución que proclamó la República de Cuba, la Asamblea de representantes como el su órgano supremo, se designó a Carlos Manuel de Céspedes como su presidente y se estableció como insignia nacional la bandera de la estrella solitaria, enarbolada años antes por Narciso López en Cárdenas. Se acordó también que la bandera tricolor y con estrella enarbolada por Céspedes presidiera las sesiones de la Asamblea.
De esta manera concluyó Céspedes su alocución del 11 de abril de 1869 como Presidente de la República: ““Cubanos: con vuestro heroísmo cuento para consumar la independencia. Con vuestra virtud para consolidar la República. Contad vosotros con mi abnegación”.
Estuvo al frente de la Revolución cubana y la república insurrecta desde el 10 de octubre de 1868 hasta el 27 de octubre de 1873, en que fue destituido por la Cámara, y, por lo tanto, durante 5 años y 18 días. Permaneció en los campos de Cuba hasta que libró su último combate en San Lorenzo, Sierra Maestra, solitario pero disparando su revólver contra una tropa española superior que lo conminaba a rendirse aquel día aciago del 27 de febrero de 1874, justo 5 meses y 3 días después de que fuera separado de la presidencia.
Fue consecuente con lo que manifestara;“Nada variará mi propósito que desde el principio de la Revolución he formado de salvarme o sucumbir con ella” “…nunca había estado más resuelto a acompañar a mis compatriotas en su guerra de independencia hasta dar el último suspiro si era necesario, y sin aspirar a grados o empleos, honores o riquezas, sino a la gloria de haber puesto también una piedra en el templo de las libertades cubanas”.
¿Verdad que es gloriosa y maravillosa la historia del pueblo cubano y de la Revolución Cubana que fundó una nación independiente, soberana, heroica, democrática y solidaria, en un dilatado proceso que se ha desarrollado desde ayer a hoy?