¿Se podrá dejar de insistir en la ética como la norma y el espíritu que rija y guíe al periodismo en Cuba? No parece cuerdo, ni mucho menos ético, que nos desliguemos en algún momento de las normas de conducta que los periodistas debemos guardar en el ejercicio de nuestra profesión, incluso fuera de ella. Por tanto, nunca se pensará, ni escribirá, ni se hablará demasiado sobre la ética de los profesionales de la prensa cubana.
Sabemos que en nuestro planeta el periodismo puede definirse por una función común: difundir noticias. La teoría y la técnica coinciden aquí o allá en fundamentos generales. Pero las diferencias radican en la ética con que se busca una noticia, se redacta, evalúa y se difunde. En países donde la prensa es un negocio, la ética posiblemente retroceda ante el “time is money”, y de esos fines, que no principios, surjan las llamadas fake news, hoy de moda como instrumentos de quienes gestan las estrategias de dominación mundial. Lo sabemos: Nuestro país ha sufrido esas llamadas campañas de prensa donde se macera un ajiaco en cuyo caldo navegan témpanos de infundios, o de opiniones aventureras.
Ignoro si mis colegas se hayan alguna vez percatado del respeto que inspiramos entre nuestros compatriotas, cuando nos acercamos a las fuentes y nos identificamos como profesionales de la prensa en cualquiera de sus medios. En mi experiencia personal de 47 años, abunda el respeto. Fijémonos en que nuestro pueblo considera a nuestra profesión como un ejercicio consustanciado con la verdad, y por ende a nosotros nos clasifican como los expertos en desentrañarla, difundirla y comentarla: “Lo dijo el periódico o la radio o la TV”. Quién lo duda.
Ese respeto, ese acatamiento a nuestro ejercicio, aunque no lo realicemos en toda su extensión y utilidad, nos convierte en periodistas reconocidos no sólo por nuestra capacidad técnico estilística. Somos y seremos reconocidos, sobre todo, por nuestra conducta ética. Durante demasiado tiempo ha sobrevolado a nuestra práctica cierta tradición romántica cuyas esencias tienden a sostener que el periodista requiere del ajenjo o del vino, y sus habilidades profesionales pueden ejercerse sin restricciones éticas. Como sabemos, el pasado pesa aun después de que pasa. Sobre todo, pesa la dote romántica de atrevimiento e irrespeto que algunos estiman como una herencia legítima. Desde luego, no condeno las especificaciones audaces del talento periodístico. Pero la audacia es válida si la sostiene la ética.
Si hemos hablado de ética, hemos de hablar en lo particular del nuevo código que ha de entrar prontamente en vigencia. Nuevo, porque ha sido enriquecido y aprobado por el juicio de los miembros de la UPEC. Ahora bien, el código no puede tener el destino de un papel echado al aire, o conservado en las gavetas de un archivo. El código de ética del periodismo rige la conducta profesional sobre todo de los miembros de la UPEC, pero, por extensión, atañe también a todos los profesionales de los medios fundamentales de prensa y difusión de nuestro país.
Reflexionemos sobre este hecho: Nuestro código de ética prefigura una conducta arquetípica del trabajador de la prensa. Nos quiere decir que quien se mantenga al margen, no es digno de ser periodista en nuestra sociedad. Uno, como periodista, reconoce nuestras especificidades: Nos movemos, nos afanamos, incluso peleamos, en su sentido positivo, por hallar la noticia, por explicar cuanto sucede y nadie aclara, por descubrir a esos hombres y mujeres que sostienen a la patria con su virtud.
Nadie podría, en derecho, reprocharnos el ejercicio de nuestro papel de difundir y enjuiciar los acontecimientos de interés social y humano. Nos autorizan la tradición de los padres y renovadores de la patria, y las leyes y los fines de nuestra sociedad. Pero, ubicando los deberes en nuestro espacio, cómo hemos de defender, proteger y acrecentar esa especie de privilegio político de nosotros los periodistas en su acepción más ancha. Digámoslo claramente: con la calidad creadora. Y sobre todo con la ética. Esta nos garantiza el uso creador de nuestro privilegio profesional sin que tengamos que dejar de ser seres humanos.
Habría, pues, que preguntarse, qué sería nuestra profesión sin ética. Usando una imagen muy antigua, tal vez nuestro trabajo sonaría como una caña hueca.