El Presidente Miguel Díaz Canel. Foto: AP
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Cuba y el cetro de la verdad

La clasificación de los tipos de guerra, y sus (de)generaciones, ya es tal que parecería más bien una entomología bélica. Pero una contienda lo es hágase con cohetes y cañones, o con las armas que sea, incluidos los ataques sicológicos, lo que popularmente se llama guerra de nervios. En todos los casos, quienes hacen de las confrontaciones un negocio para medrar con ellas, son causantes directos de que la primera víctima sea la verdad.

Cuba sufre un largo asedio que ha incluido —recordemos Girón y las bandas de alzados— armas tradicionales, terrorismo y, sobre todo, un férreo bloqueo económico, financiero y comercial, todo junto con las “novedosas” maniobras propagandísticas a base de mentiras. Cuando la expansión imperialista que encabeza una potencia agresiva y desvergonzada, de habla inglesa, confiere categoría profesional —como si fuera un fruto reciente de las ciencias y la tecnología— a los infundios ahora bautizados con el nombre de fake news, tales maniobras alcanzan cada vez más volumen, y Cuba es también acosada por esa vía. Pero su camino sigue y ha de seguir siendo la verdad, que es revolucionaria, no necesariamente porque los hechos sean revolucionarios —a menudo están lejos de serlo, o son lo opuesto—, sino porque solo conociéndolos se pueden enfrentar para transformar revolucionariamente la realidad.

Lo confirmó una vez más la reciente comparecencia televisual del presidente de los Consejos de Estado y de Ministros del país, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, para informar a la nación sobre el actual agravamiento de los sufrimientos que le ocasiona al pueblo el bloqueo que dura ya seis décadas, y que arrecia como parte de la pertinaz campaña del gobierno de los Estados Unidos para aniquilar a quienes desacaten sus designios. La medida de lo que esa potencia y sus cómplices buscan con su hostilidad contra Cuba la dio Barack Obama, al declarar cínicamente que la política de aislamiento y bloqueo —que tanto daño le ha hecho y le hace a Cuba— no había dado los resultados para los que se había instituido, y era necesario sustituirla por otra que permitiese lograrlos.

Cada vez ha sido más evidente que mientras, con ese “ofrecimiento”, procuraba ablandar y confundir a Cuba, el mismo césar fortalecía la ofensiva contra Venezuela y contra todos los demás proyectos emancipadores en la región, potenciando el reflujo de las fuerzas de derecha, dóciles al imperialismo. El reforzamiento del garrote, que nunca ha faltado, y el rápido abandono, bajo la actual administración estadounidense, de la táctica anunciada por la anterior, confirman la naturaleza de aquel sistema. De paso, se hace todavía más transparente la significación del “amparo” que tanto el elegante predecesor del patán Donald como el patán mismo le han prometido al sector privado, aunque también este sufre las consecuencias del bloqueo.

Ignoran, como han ignorado otros, que Cuba tiene patriotas verdaderos en todos los sectores. Y el imperio —desenfrenado en la ola neoliberal que tanto castiga a los pueblos— sabe que, para él, lo más orgánico, coherente y apetecible sería que en Cuba se entronizara por completo la propiedad privada, sin control alguno del Estado. “Si todo el país se privatizara”, puede traducirse el mensaje imperial, “no sería necesario mantener el bloqueo ni aplicar las medidas concretas que lo acompañan: el país caería en nuestras manos”. Dejaría de ser la nación independiente que es y que defiende el camino justiciero que ha escogido.

Así debe traducirse el sostenido y mal disimulado mensaje imperial, y la mayoría del pueblo cubano sabe leer bien, aunque haya quienes, desde su propio y voluntario analfabetismo histórico, político y moral, se empeñen en negarlo. La gran mayoría del pueblo cubano sabe no solamente leer, sino también oír, y ver, y ejercer a fondo y resueltamente la crítica necesaria. Lo hace con la inteligencia, la razón, la historia y la ética de su lado, a despecho de quienes se oponen a la Revolución y puedan sentirse ofendidos cuando se les acusa de indecisos, de “no estar claros”, de “estar en la cerca”: después de todo, algún derecho tienen a sentir que así se les valora mal, porque son y se saben contrarrevolucionarios.

Para quienes quieran de veras saber a qué aspira el imperio con el bloqueo a Cuba, sería fácil compararlo con lo que ha orquestado contra la Venezuela bolivariana: entre otras acciones criminales, le secuestra o le roba efectivos para después acusarla de insolvente, de incapaz, y de que no tiene con qué adquirir alimentos y medicinas. Intenta que hechos tales, de tan sostenidos, se tornen rutinarios, como si fueran naturales o invisibles, y generen en los pueblos de Venezuela y de Cuba insatisfacciones que lleguen al estallido insurreccional. Connotados voceros imperialistas lo han expresado así, como un programa.

Pero, al igual que Venezuela enfrenta esas maquinaciones genocidas, el gobierno de Cuba sabe sobradamente que su pueblo cumple, o sobrecumple, un reclamo de José Martí. Él, desde la confianza y el deber ser, cuando ya también urgía enfrentar las maquinaciones de los Estados Unidos, convocó en julio de 1893, en los términos siguientes, a sus compatriotas, representados entonces en los clubes del Partido Revolucionario Cubano: “Marchemos todos de modo que nos vean. Por un indigno haya cien dignos”.

En la claridad informativa protagonizada por la dirección del país no debe verse un episodio puntual, sino una estrategia constante para la honrosa supervivencia y el crecimiento: el pueblo debe estar no solo informado, sino bien informado, y nadie ha de sentirse con derecho a obstaculizar que así sea. No fue mera casualidad que junto a Díaz-Canel estuvieran en la mencionada comparecencia ministros directamente responsabilizados con la solución de los desafíos que el país enfrenta y necesita vencer como tantas veces ha hecho, y seguirá haciéndolo, y en el auditorio reunido para la cita en el emblemático Palacio de la Revolución estuvieron otros altos dirigentes y funcionarios de la nación. Fue una señal más de que escamotear la información que el pueblo debe, necesita y merece recibir, es un crimen político e ideológico inaceptable, un delito de lesa patria. En eso a la prensa y a quienes la dirigen u orientan les corresponde un papel de primer orden, pero es una responsabilidad de la nación toda y de sus equipos de dirección en pleno.

Ello ha de ser un logro permanente, como también deben serlo las medidas concretas que se ha orientado poner en práctica, y con las cuales no debe volver a ocurrir lo que en otras ocasiones: que —dicho con un humorista de gran talento, y revolucionario, de los que no pocos ha tenido la patria, Héctor Zumbado— hemos carecido de “fijador”. Ahora es todavía más necesario mantener vivas esas prácticas, darles cumplimiento diario y natural.

Cuéntese señaladamente en ellas la buena actitud ante el trabajo y el ahorro, la eficiencia —que beneficia al país, al pueblo, y resta armas al enemigo—, ¡y la austeridad en general! Esta es una virtud básica, no la condena en que el capitalismo ha querido convertirla para empobrecer aún más a los humildes y seguir favoreciendo crecientemente a los ricos. Para Cuba, la austeridad encarna una concepción de la vida, un modelo de existencia, que diariamente han de ejemplificar quienes, además de dirigirla, tienen el deber de procurar que esa convicción y esa conducta sean asimismo cotidianas en su entorno social en general y familiar en particular.

La solidaridad, que se pide ejercer, de dar servicio a la ciudadanía con vehículos que son propiedad de todo el pueblo administrada por el Estado —aunque estén asignados para cargos y contenidos de trabajo concretos—, no es un acto de caridad, como alguien pudiera suponer. Es expresión de conciencia colectivista, y de que no se debe incurrir en ningún modo de expropiación de los recursos de naturaleza social, una práctica que puede tener muchos vericuetos y ha dado lugar popularmente, desde el rechazo, al término estaticular, en el que estatal y particular se funden en proporciones varias.

Constantemente se ha de hacer revolución, y demostrar lo que se quiere decir con un lema tan digno y necesario como descomunal, que niñas y niños repiten: “¡Seremos como el Che!” Permitir o propiciar que el legado del Guerrillero Heroico pare en mera consigna sería una manera de dificultar que siga vivo, como no lo quieren los enemigos de las revoluciones. Sería también contrario al Fidel Castro que asumió una convicción expresada en carta a Antonio Maceo por José Martí, quien echó su suerte “con los pobres de la tierra”: “Yo no trabajo por mi fama, puesto que toda la del mundo cabe en un grano de maíz”. Esa es la idea que Fidel hizo suya y resumió en una síntesis que merece ser abrazada como brújula: “Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”.

Para quienes opten por defender la Revolución, esas son claridades de valor eterno, y se intensifican en momentos cruciales, que no faltan ni faltarán en ella. Y mientras sus enemigos apuestan desfachatadamente a las mentiras, Cuba tiene y debe cumplir un compromiso fundamental con otro mandato ético de José Martí: “La verdad quiere cetro”.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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