La Habana Vieja fue el motivo que nos condujo a Ciro. Nos trazamos una idea de reportaje que necesitaba de la infalible mirada de un escribidor, aunque periodista e historiador.
Fue la personificada Habana Vieja, quien nos trasladó hasta Miguel #7 entre 10 de octubre y Gonzalo. En el reparto Santa Amalia, la casa de Ciro Bianchi tuvo las puertas abiertas.
Decía Miguel Barnet que Yarini “era un chulito de barrio”. Y Ciro comenzó la conversación por la historia de aquel guayabito y de cómo la calle San Isidro aparecía como un camino de prostíbulos y cuarterías en la Cuba neocolonial.
No faltó la cita a Enrique de la Osa y a su libro Los días y los años, cuando recordó la vida de Evangelina Cossío, quien se fugó de la casa de Las Recogidas, lugar donde se sitúa ahora el Archivo Nacional.
De San Isidro pasamos a Cuba 460, también la calle de la Academia de las Ciencias, frente a la cual protestaron los trece jóvenes que se opusieron, en marzo de 1923, a la compra del Convento de Santa Clara y al gobierno de Alfredo Zayas y donde Carlos J. Finlay presentó la investigación de la vacuna contra la fiebre amarilla.
El diálogo fluctuaba y su narración transfiguraba lo esotérico en exotérico. Así fue como también hablamos de Dulce María, Nelson Domínguez, Guayasamín y Gabriel García Márquez. Para Mañach, Lezama y Chacón no podía faltar momento.
Ya en la puerta nos despedimos con el aviso de otra visita el 11 de octubre, esta vez en el Centro Dulce María Loynaz, en el espacio Gentes y lugares de La Habana, y el 15 en el mismo lugar para la presentación de Palabras reencontradas, un libro con las entrevistas que no estuvieron incluidas en sus volúmenes anteriores.
Después de una mañana de Cuba, de Habana Vieja, vuelve el recuerdo de Ciro Bianchi que nos elucida, desde su profusa práctica periodística, a prender lo desconocido y ponderar desde la academia el valor de la historia.