Encerrar a los deportistas entre los llamados numeritos, relacionarlos con fuerza solamente con medallas y marcas es un error. Y ocurre comúnmente en la prensa, en parlamentos de funcionarios, en la conversación entre un entrenador y su pupilo, hasta cuando el muchacho empieza a andar por el sector: en bastantes ocasiones se le daña al ensalzarlo cual si fuera un consagrado.
Las personas están por encima de las estadísticas. Ellas son su instrumento; aquellas no pueden convertirse en instrumento de estas. Los deportistas en activo o retirados no deben ser enclaustrados de esa manera. Se les arranca lo esencial. ¿Por qué soslayar la importancia de la entrega, del rigor ya desde el adiestramiento, del sacrificio, del amor, la voluntad y el coraje como armas de combate aunque no siempre cristalicen en victoria? En los medios muchas veces sobran las loas exageradas y faltan comentarios con potencia sobre el asunto.
Los retirados, las Glorias del Deporte al frente , no deben ser tratados solo con cantos a sus triunfos sin dar la manera en que los obtuvieron, los obstáculo que debieron vencer, las fallas cometidas, el porqué de los reveses. La complacencia, la exaltación exagerada de los méritos-pecado grave inventarlos- deben ser eliminadas. Sin que signifique priorizar el lado fangoso que cualquier ciudadano puede haber recorrido. Lo peor: lanzar al olvido a quienes hicieron vibrar a los aficionados y estremecieron a grupos de menor saber sobre la esfera, cuando, con su recuerdo bien ofrecido, los ases iluminan.
Los programas televisivos de Carlos Alberto Hernández Luján y Aurelio Prieto Alemán son buenas muestras porque no obvian los resultados pero van a la vida de los entrevistados, no eluden los momentos amargos, las fallos cometidos con estos y las propias, el peso de la familia y del pueblo en lo alcanzado. Esos protagonistas resultaron incrementados desde que desde 1959 y, sobre todo al crearse el Instituto Nacional de Deporte, Educación Física y Recreación, la cultura física fue convertida en un derecho del pueblo a partir de su función fundamental: formar a hombres y mujeres con cuerpo y espíritu mejores.
Fidel en diversas oportunidades cortó el paso al ladeo de la misión esencial. El 24 de agosto de 1976 señaló: “Nos gusta ganar medallas de oro, pero más importante que las medallas de oro son el deporte y la educación física en sí”; El 6 de octubre de 1977 advirtió: “El fin número uno es promover, con el desarrollo del deporte, el bienestar y la salud del pueblo, y el fin número dos, buscar campeones…” Y ante las debilidades en la velocidad agregó: “Hay que poner a correr a todos los muchachos de este país y escoger a aquellos que tengan ciertos parámetros de velocidad…” A todos y, luego, el uso de la ciencia y la técnica con los más prometedores.
Los sueños se van por la borda sin lo espiritual en la cima. Se equivoca quien cree que con las justas transformaciones del sector en relación con los momentos actuales: la remuneración, los contratos… se resolvió todo. Andar sin la protección adecuada por senderos infestados de comercialismo y politiquería, de perversidad, trae malos resultados. Ya han lacerado.
La virtud, el humanismo, los valores no vienen del cielo. Hay que sembrarlos y alimentarlos con constancia y eficiencia. Instructores, profesores, funcionarios, los periodistas del sector no pueden aferrarse a la batalla por aumentar la calidad y el talento atlético de los contendientes. Deben ser primero escultores de almas.
José Martí expresó en La Opinión Nacional del 23 de marzo de 1882: “Como la llaga con hierro ardiente, ha de ser quemado el talento que no sirve a la virtud”.