En un trozo de papel amarillento por los implacables jugos del tiempo, está el manuscrito con el cual Roberto Fernández Retamar contestaba a una encuesta que hice, hace decenios ya, mientras trabajaba en Juventud Rebelde. Fue un sondeo de opinión remitido a un grupo de importantes representantes de la cultura cubana, con una pregunta única:
¿Cuál considera debe ser la actitud (o responsabilidad) de los intelectuales cubanos en este momento?
El respondió:
“Desde luego, no creo válida más que una sola actitud: disponerse a defender nuestra revolución con todos los medios a nuestro alcance. Ello es, además, un admirable privilegio, porque supone defender a la humanidad toda, a contribuir a “cortarle las manos al imperialismo”, como dijo Fidel. Ese fue también el ideal de José Martí, pero si en su tiempo fue prematuro, en cambio en el nuestro es no solo realizable sino imprescindible”. A continuación está su firma.
Con sus singulares acentos, quien fuera director de la Casa de las Américas y autor de una substancial producción poética, o la hecha con autorizada profundidad en su ensayística, hizo profesión de fe al contestar la interrogante durante uno de los muchos momentos difíciles que hemos atravesado.
Para un detractor increíblemente irrespetuoso e innoble, posiciones de esta índole son reprochables. Lo plantea tras la muerte de Retamar. Cuando no nos hemos acomodado a la idea de que ya no estará acogiendo, en diálogos de elevada estatura, a los más altos representantes del pensamiento y la creatividad mundial.
El tipejo –no pido perdón por emplear un término no habitual en mi vocabulario- diatriba en el diario español El País, contra la fidelidad de Retamar a principios asumidos por él desde joven y preservados hasta su momento definitivo. Ignora, o prefiere desconocer, la calidad de una obra a prueba de necedades mercenarias.
Fuera de cuando lo ubica en el cosmos artístico de esta isla amenazada, el perverso autor de la afrenta a Retamar, carece de méritos bien ganados como los expuestos en la socorrida y tan al uso Wikipedia, donde se puede leer:
Se doctoró en filosofía y letras en la Universidad de La Habana (1954), y realizó estudios de posgrado en las Universidades de París y Londres (1955-1956). Doctor en Ciencias Filológicas, y desde 1955 Profesor de la Universidad de La Habana (desde 1995, Profesor Emérito); entre 1957 y 1958 fue profesor de la Universidad de Yale, y ofreció conferencias, lecturas y cursos, en muchas otras instituciones culturales de América, Europa y Japón. Fue Profesor Honorario de la Universidad de San Marcos, Lima (1986) y Doctor Honoris Causa de las Universidades de Sofía (1989), Buenos Aires (1993) y Central de Las Villas (2011). Fue entre 1947 y 1948 jefe de información de la revista Alba (para la cual entrevistó a Ernest Hemingway), colaborador desde 1951 de la revista Orígenes, director entre 1959 y 1960 de la Nueva Revista Cubana, consejero cultural de Cuba en Francia (1960) y secretario de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (1961‑1964), donde fundó en 1962 y codirigió hasta 1964, junto a Nicolás Guillén, Alejo Carpentier y José Rodríguez Feo, la revista Unión. En 1965 empezó a dirigir la revista que es órgano de la Casa de las Américas, institución que además preside desde 1986. Fundó en 1977 y dirigió hasta 1986 el Centro de Estudios Martianos y su Anuario. Desde 1995 fue miembro de la Academia Cubana de la Lengua (que dirigió entre 2008 y 2012), y miembro correspondiente de la Real Academia Española.
Con tan aplastante currículo, sobre el cual pasa el sicofante de marras, se intenta descalificar a quien tiene obvios, aventajados merecimientos. Cuantos le trataron de cerca no olvidarán su fina lírica coloquial, ni su sapiencia en el análisis serio, o aquella calidez de su sonrisa, acompañada de un humor ligero, oportuno, sacado a la luz casi a despecho de las profundidades de un pensamiento capaz de defenderse por sí solo. De eso no puede ni podrá presumir su póstumo agresor.
Muy bien por Elsa Claro. La figura del destacado intelectual y revolucionario cubano no debe ser en mancillada. Retamar
Es y será una figura destacada en la cultura cubana..
Mi respeto y mi aplauso para usted, Elsa. Agradezco su artículo. No es la primera –ni será seguramente la última– infamia del sujeto de marras, contra hombres que, por obra y méritos propios, han calado hondo en el alma de Cuba. ¿Qué razones inducen al “tipejo” a obrar con tal indecencia? La respuesta parece filtrada, entre líneas o abiertamente, en algunas declaraciones suyas a ciertos medios que lo aúpan.
A finales del año pasado, en entrevista a la revista “independiente” española, El cultural, que se distribuye semanalmente a través del periódico El Mundo, el individuo confesó “haber tomado distancia de Cuba”, y que el distanciamiento le ha dejado ganancia.
Admitió que en él se ha gestado “el resentimiento o cierta rabia”, de las que no se quiere despojar por completo; “porque yo siento que son necesarias”. Y, echándole mano a eufemismos, se declaró partidario de borrar, tergiversar, e incluso negar la memoria.
“Lo que me interesa –adeclaró– es la posibilidad de que uno pueda destruir, si quiere, esa memoria, de no tener que asumirla como la tradición que hay estrictamente que preservar, sino que uno pueda tomar esa materia de la que viene y trabajar con ella y negarla incluso”.
Tal vez porque percibió la narcisista obsesión de este hombre, una periodista del diario español El País, anticubano por antonomasia, le preguntó al resentido: ¿qué sientes al ver tu foto en los diarios?
— Me pregunto: ¿ese soy yo?, –respondió el entrevistado.
Sus expresiones son una mezcla de resentimiento, arrogancia, delirio de grandeza, ambiciones innobles y quizás hasta envidia, que esta vez apuntan a un símbolo de nuestra cultura.
Mas, al hombre e intelectual inmenso que es Retamar, a una obra como la suya, nada ni nadie podrá mancharlos. Y mucho menos la parrafada aberrante de un resentido. El intelectualucho engreído, que arremete otra vez contra la memoria de otro cubano excelso, es quien lleva algunos años escribiendo cosas así; mensajes de obediencia para complacer a sus empleadores. Es la miseria de un narcisista en El País de los renegados.
Roberto Fernández Retamar un orgullo para todos los Cubanos y para la intelectualidad latinoamericana y mundial. Su obra será imperecedera.