Una particularidad del ejercicio periodístico es su carácter de labor pública. Quien informa u opina, corre el riesgo de no ser bien interpretado por aquellos que le leen, escuchan o miran. Me estoy refiriendo, por supuesto, a los profesionales respetuosos de sí mismos y que con profundidad, aborden las realidades sobre las cuales trabajan.
No todos están enterados de las vicisitudes y azares, a veces peligros, existentes detrás de las líneas redactadas. No solo debido a ello el periodista es un profesional continuamente expuesto. Cualquier oficio o quehacer humano, en su entorno y medida, comporta riesgos. Pero hay una característica no siempre padecida en otros sectores de actividad. Podemos ejemplificar con los cronistas deportivos, quienes reciben las mejores consideraciones y citas, si su opinión coincide con la de quienes debaten sobre el último juego. De uso frecuente, en términos generales, cualquiera sabe más de pelota, (fútbol en el último tiempo), que los expertos, y tienen la ventaja de exponer, sin consecuencias, su dictamen en la esquina o el parque donde lanzaron sus juicios.
Resulta parecido con el crítico de arte, especialidad, por cierto, casi desaparecida en nuestra prensa y muy necesaria, pues bien cultivada, contribuye a enmendar yerros en algunos casos, evitarlos en otros, o forzar al aludido a mirarse a fondo en el espejo. No quiere decir que siempre tengan razón los evaluadores de una obra, cualquiera sea el género artístico a tratar, pero si se asumen desprejuiciada y constructivamente conceptos y referencias de cada caso, resultan de ayuda, tanto para el lector como para los sometidos a reflexión por quien califica y, a su vez, se somete al discernimiento de muchos.
El asunto radica en que, a semejanza del deporte, cada cual interpreta la película, el libro, la exposición de plástica o el espectáculo teatral, según gustos personales, nivel cultural y grado de sensibilidad, incluyendo preferencias, a veces bien sustentadas, otras no. Esos veredictos quedan a escala de familia o amigos. El crítico, sin embargo, se lanza al ruedo con los toros cada vez que emite su opinión. Luego está comprometido de forma manifiesta todo el tiempo.
Aquel o aquella dedicados a una especialidad de este tipo, se aventuran a las peores imprecaciones o burlas, si el receptor de sus apreciaciones opina diferente. Pocos ponen en solfa al electricista o el médico, el albañil o el ingeniero, pero es frecuente hacerlo con esta maravillosa, a veces, perturbadora profesión.
Un viejo y querido colega, Guillermo Lagarde, me dijo hace mucho que por apenas unos centavos miles podían detractar, maldecirte o coincidir contigo y agradecerte, casi siempre en silencio, por tu labor. Y, al mismo tiempo, el destino final de un periódico podía tener uso sanitario. Todo por el mismo precio, ironizaba. Nunca le pregunté –ya es imposible hacerlo- en qué experiencias sufridas se basaba al exponer tan amargas conclusiones.
Hoy, en la era de las tecnologías digitales, casi seguro él habría sugerido algún otro jocoso sarcasmo, pues el fenómeno de exponer conceptos se mantiene, y no limitado a una relativa intimidad del lector, radioescucha o televidente o sus interlocutores ocasionales. Los recursos del momento amplifican con velocidad y disyuntivas diversas cuanto se afirma.
Es práctica corriente la existencia de foros en casi todos los medios difusivos en línea. El recurso es positivo toda vez que permite conocer cómo llega el mensaje a los internautas y, eventualmente, arbitrio para aclaraciones o reciclaje del asunto tratado.
No es raro que a través de la blogosfera discurra la personalidad del exponente, amparado en el relativo anonimato de un pseudónimo, o lo dicho sirva de contacto, y, en alguna ocasión, permita descubrir novedosas tendencias.
Estas o cualquiera otras resultantes, incluso las expresiones en contra de lo dicho por el periodista, aportan, excepto cuando esos espacios se llenan con menudencias nada o poco relacionadas con el material base, o cuanto se despliega un debate entre foristas alejado del contenido, a veces, de modo sesgado, considerando solo una de las aristas sujetas a reflexión.
Para Frei Betto:“(…) Esa selectividad individualizada hace que el internauta se encierre con su tribu en una fortaleza virtual dotada de agresivas armas de defensa y ataque. Si le llega la versión emitida por la tribu enemiga, será inmediatamente repelida, eliminada o respondida con una batería de improperios y ofensas. Es deber de su tribu diseminar a gran escala la única verdad admisible, aunque carezca de fundamento, como la teoría del terraplanismo”.
Insisto en que incluso en sus peores expresiones, son útiles las redes sociales o esas plazas de intercambio. Una positiva ventaja, propiciadora de interlocución. Solo que, en cualquier caso, siempre el analista expositor será la diana hacia donde se lanzan dardos merecidos o no.
Estas referencias no abarcan todo el espacio ni la proyección entera de las actuales prácticas digitales y, por supuesto, excluyen a los libelos mercenarios o a los extremistas de distintos apellidos. Me circunscribo a quienes conservan la ética, el compromiso, en calidad de principio competente y templado, y se esfuerzan para entregar algo valedero, sin otra armadura que su sentido de la responsabilidad.