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Las alturas que merece Martí

A más de medio siglo, aquella absurda maquinaria produciendo sin cesar bustos de nuestro José Martí, imagen emblemática del filme La Muerte de un burócrata de Tomás Gutiérrez Alea, desconcierta aún al espectador; y sugiere la tendencia a estandarizar con pura formalidad y reproducción extensiva, sin interpretación creadora, el legado inmenso de nuestro Héroe Nacional.

De ese estilo reduccionista y burocratizante no escapó cierto tratamiento propagandístico de la figura del Apóstol de la independencia, como panes y peces a repartir para todos por igual; en contraste con la honda e inacabable vindicación del complejo universo martiano por insignes políticos, historiadores y estudiosos de su huella.

Tal es la universalidad del pensamiento martiano, y tanto él habló y previó de todo: “del microbio a la nube”, que cualquiera se siente en el derecho de esgrimirlo sin conocerlo a fondo. Y lo utiliza de comodín de ocasión, lo mismo en un discurso, con frases entresacadas de contexto, que en una conversación barrial adjudicándole sentencias falsas como que robar un libro no es robar.

Una variante de esa tendencia, no dudo que con la mejor intención, ha sido la multiplicación excesiva de sitiales con bustos de Martí en los más insólitos lugares públicos, como si el influjo de su obra y ejemplo se decretara per se con la figuración en piedra o yeso, y no requiriera de un largo cultivo, incorpóreo, en el alma nacional.

No hablo de los memoriales y monumentos relevantes, sitios de veneración, adónde siempre habrá que ir sin quitarnos el polvo del camino. No incluyo a los humildes bustos en las escuelas, de manera que siembren desde temprano el amor a José Julián. Lo que censuro es la ligera costumbre, casi que emulativa, de situar un Martí, muchas veces rústico e irreconocible, lo mismo al pie de una cafetería, que a la entrada de una oficina de trámites donde se hacen colas, o en los bajos de un edificio multifamiliar en plena acera.

Y muchas veces, esa clonación improvisada de su rostro en sitios públicos sufre impunemente la degradación del tiempo y del maltrato. He visto algunos bustos con la nariz o una oreja rotas, y permanecen así mucho tiempo. En algunos sitios, hasta se ha hecho costumbre sentarse o recostarse en la base del pedestal.

Pero lo más indignante son los sitiales cercanos a ventas de bebidas alcohólicas. Hace unos días, junto a un expendio de ese tipo en el complejo comercial del Mónaco, en la capital, un busto de Martí, aún rodeado de una reja de hierro, los bebedores de cerveza cercanos lanzaban las latas vacías al pie de tanta gloria, a la vista de todos.

No puede dejarse al libre albedrío la imagen del Héroe, luego de una Revolución que lo ha reivindicado tanto en su obra, y lo ha devuelto al patrimonio popular, repartiéndolo en la veneración como la luz que nos sostiene.

Ahora que se aprobó la Ley de Símbolos Nacionales, e imbuidos del respeto que merecen los sagrados emblemas de la Patria, urge un estudio a fondo por parte de la Comisión Nacional de Monumentos, de los sitiales dedicados a Martí y otros héroes y mártires.

Habrá que regular donde y en qué condiciones aledañas, debe situarse un memorial, por modesto y humilde que sea. Y en consonancia, eliminar los bustos improvisados, que no cumplan con los mínimos requisitos. Pero también urge penalizar con rigor el irrespeto a los rincones que honran la memoria de quienes lo dieron todo por Cuba.

No es fortuito que Celia Sánchez junto a su padre, en una acción reivindicativa del Martí que se desgastaba en aquella República, hubieran situado su busto en la cima del Pico Turquino. En las alturas siempre deberá perpetuarse Martí. En las alturas de la memoria y el corazón agradecido del pueblo cubano.

(Tomado del Facebook del autor)

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José Alejandro Rodriguez
Periodista cubano. Labora en el periódico Juventud Rebelde. Recibió el Premio Nacional de Periodismo “José Martí” en el 2013.

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