ENTREVISTA

“La revolución científico-técnica tiene que ser una revolución social”

En los últimos 200 años la especie humana ha experimentado un crecimiento exponencial: de unos centenares de miles de personas a 6. 700 millones. En un lapso de tiempo récord, Homo sapiens ha colonizado todo el planeta y ha hecho uso masivo de materia y energía. En la biota terrícola, el pulso de las transformaciones se acelera. Los cambios climáticos se precipitan. Las amenazas de una desestructuración de la civilización humana, que no significará la extinción de la especie, se aleja de la ficción.

Uno de los defensores más convencidos de esta tesis es el español y catalán Eudald Carbonell Roura: arqueólogo y codirector del Proyecto Atapuerca, un científico que en sus numerosos libros publicados, e incluso a través de audiovisuales que protagoniza, remite los resultados de la investigación sobre evolución humana, “lo que dicen los fósiles”, a la comprensión del presente, al conocimiento del pasado y a la formulación del futuro de sapiens: su noción marxista de conciencia crítica basada en la transferencia social del conocimiento, entre otros postulados.  Es Eudald Carbonell un gran predicador que piensa (no cree) que “tanto la ciencia como los científicos o serán sociales o no serán”.

Su imagen, casi siempre asociada al uso de un salacot o sombrero tipo Indiana Jones, soslaya sin embargo cualquier mirada aventurera. Es un hombre alto que se acerca a los 70 años, de aspecto europoide, mirada intensa y magnánima. Está sentado en la sala de su casa, en la fría Ciudad de Burgos, donde vive con Patricia, su mujer, y Olopte, su pequeño hijo, a quienes ha dedicado uno de sus libros más personales: El arqueólogo y el futuro.

— ¿Llegó a la evolución humana a través de la arqueología? ¿Cómo se redimensionó su oficio de buscar fósiles?

—Sí, mediante la arqueología, la mineralogía y la prehistoria. Aprendí a entender mecanismos que igual me servían para adaptarme y tener una lucha contra el franquismo o para entender los procesos naturales y sociales. Un historiador es esa persona que tiene un sentido muy holístico, muy global, no solo del pasado y del presente, sino también del futuro. Y así se llega a combinar la actividad social, política, cultural, y no solamente la actividad científica de campo y laboratorio o gabinete.

—Entonces su afición por buscar fósiles se fue convirtiendo en una actividad profesional y social, en esa interacción entre intereses diversos…

—Curiosamente esta no ha sido una dicotomía. Porque he visto la historia como acción a la que se aporta conocimiento, pero también como capacidad de movilización de las ideas, teniendo en cuenta que un trabajo empírico tiene que ser lógico y real; no puede subjetivarse con nada. Y las inferencias que se derivan tienen que tener un sentido social. Si no, el conocimiento no sirve para nada. Este es el camino que conduce al pensamiento, que es lo que más me interesa en la fase de la vida en que me encuentro. Me interesa mucho más pensar que conocer.

—Uno de sus grandes empeños es el fomento del pensamiento social ¿Cómo conseguir estimular el pensamiento científico en la sociedad?¿Cómo hacer efectivo este cambio en la mente humana?

—Aquí hay una parte más académica, que he tratado en unos diez o quince artículos de epistemología, acerca de cómo se construye la teoría del conocimiento y cómo se socializa el conocimiento; también, a través de las revistas científicas. Pienso que en la explicación del conocimiento hay mucho de actividad crítica. Por ejemplo, el hecho de que en Burgos exista el Museo de la Evolución Humana es una acción práctica y muy socializante. En una ciudad que fue el núcleo duro del franquismo, conservacionista y conservador, de golpe y porrazo se construye por parte del Equipo Investigador de Atapuerca (EIA) una instalación donde se habla de cambio, de transformación;  esa es una práctica social única. Por allí pasan centenares de miles de personas que aprenden la ciencia y la historia de forma crítica. O sea, que hay muchos espacios en los que hemos ido incidiendo, a partir de mi militancia social continua en partidos comunistas y ahora en el independentismo, que no es contradictorio con la actividad científica.

—Así lo he ido haciendo, pero de forma automática durante las últimas cuatro décadas. Ha sido preciso aprender a manejar los datos y cómo obtener de ellos conciencia y con esta conciencia avanzar. No manipular datos, dar a conocer datos objetivos de cómo la actitud crítica puede nacer de la ciencia, como un instrumento real que nos ayuda a mejorar nuestra sociedad, sus conocimientos y su actitud de complementariedad, de solidaridad, para hacer un mundo mejor, tópico del que hablamos siempre todos.

—Lo que llama evolución social…

—Sí, lo que pienso lo resumo en el concepto de evolución social, de conciencia crítica de especie, conciencia operativa… que he ido labrando con el tiempo, pensando en cómo explicar la conducta que debería seguir el Homo sapiens en el futuro.

En su empeño socializador Eudald no desestima a ningún público.

—Evolución humana y socialización del conocimiento. ¿Cuándo descubrió el poder de esa fusión? 

—No es fácil porque cuando no tienes conocimiento, aunque tengas la idea no puedes fusionarla. Ha sido la práctica de campo por más de 45 años buscando fósiles, viendo y conociendo cómo es la naturaleza.

—Porque al fin y al cabo un fósil es algo abstracto…

—Claro. En la vida vas acumulando conocimientos e información y llega un momento en que esta síntesis se va produciendo. Ha sido la práctica por más de cuarenta y cinco años buscando fósiles en el campo, viendo cómo es la naturaleza, sintiendo el clima. La meteorología me ha interesado mucho desde pequeño. Tengo cuadernos de campo sobre esta disciplina. O sea, es una mezcla de intuiciones, de conocimientos, de evidencias.

—Pero no se ha quedado con esos conocimientos solo para sí. Desde el pensamiento científico, ¿cuál es el sentido de su vida, más allá del azar biológico?

—No sé, aun no soy consciente de ello, pero siempre me ha gustado mucho la trascendencia, el conocimiento para trascender la vida normal, que la encuentro muy aburrida. He necesitado siempre algún incentivo fuera de la vida normal que me diera respuestas a grandes preguntas que cada vez han sido más complejas de contestar: el origen de la vida, del pensamiento, del conocimiento, de la conciencia. Esto enseguida me empezó a preocupar, eran mis preguntas desde muy joven. Y también intentar contestarlas con la práctica social, política, con la cultura, con la ciencia. La conciencia crítica de especie no puede partir de ningún sujeto vivo que no sea trascendente.

— Entonces, ¿qué es para usted la evolución humana y cuál es su trascendencia como ciencia?

—Un proceso de adaptación al tiempo y al espacio que explica nuestra singularidad, provocada por el azar. Pero pienso que el azar tiene que dejar de ser la base de nuestros cambios y transformaciones; la evolución debe convertirse en progreso real, en lógica. Esto es para mí el objetivo de influir en la construcción social del futuro de la especie. Como ciencia nos permite descubrir, paso a paso, ese proceso azaroso que nos ha hecho humanos.

—De ahí el empeño de la socialización…

La socialización es el instrumento que tiene que servir para pasar del azar a la lógica[i], y que tiene que servir para aumentar de forma exponencial la conciencia crítica de nuestra especie. Porque sin conciencia no hay dirección.

—La socialización del conocimiento y de la tecnología…

Está claro. Tiene sentido, ¿no? Son tesis que se empiezan a elaborar desde muy joven, pero con los años, con el tiempo se van manejando mejor gracias al conocimiento. Y acabas complementándote con otras personas que son capaces de elaborar, de entender.

—Pero pienso que sí, que efectivamente con la socialización del conocimiento hemos influido bastante en mucha gente, en muchos discípulos, en muchos amigos, en muchas amigas. Es lo que quería, porque si no influyes no cambias. Generar un pensamiento crítico es lo más importante.

—Tanto desde el punto de vista filosófico como desde la práctica científica, ¿qué significa ser evolucionista en el escenario científico actual?

—No queda otra. Si se trabaja en un campo como el nuestro y no se admite la evolución, la estructura científica no tiene ninguna capacidad explicativa, con lo cual de alguna forma estás impelido a hacerlo. Es como ser mamífero y no tener mamas. Tiene sentido, ¿o no?

—Claro, pero hay creacionistas que dicen que son científicos…

—Todo el mundo sabe que el creacionismo es una esperanza de conocimiento que realmente no tiene una base metodológica para conseguir auto-explicarse. Es decir, el creacionismo es una tautología.

— ¿Y ser evolucionista y marxista?

—Es más, porque es un compromiso. Gould, uno de los grandes evolucionistas, que ya murió, era marxista. Queríamos escribir una revista juntos. El pensamiento crítico está muy ligado a los evolucionistas. Estoy convencido de que Darwin, Marx, Engels, eran gente de pensamiento no conservador. Para mí un pensamiento crítico, puede conservar los buenos procesos naturales, pero no puede nunca ser conservador en el sentido de la expresión de cambio, cuando niegas el cambio niegas la evolución, aunque no seas responsable de nada. Porque la evolución tiene su propio proceso, siempre se dirige a adaptarse mejor la especie. Por lo tanto, el evolucionismo en estos sentidos es básico para poder construir un esquema científico y explicativo de lo qué es la humanidad. Lo que no explica, lo que no predice, no es ciencia.

— ¿Además de Darwin, quiénes han sido sus teóricos de referencia?

—Los clásicos, sobre todo los presocráticos: Anaximandro, Anaxímenes. Aristóteles, por esa mentalidad enciclopédica de abordar analíticamente los procesos. Después, los más modernos: Descartes para mi formación analítica; los procesos cartesianos influyeron bastante en mí: formas cuadriculadas para entender; los ilustrados franceses, muchos alemanes también, sobre todo los prerrománticos. Me marcaron los ideólogos del siglo XIX alemán, también en la música clásica; la evolución filosófica desde Grecia hasta el siglo XIX; Goethe, Kant que ha sido un gran apoyo científico, psicológico y estratégico para entender la ciencia, sobre lo trascendental como asunto objetivo y subjetivo en los procesos del conocimiento, que son muy complicados. Es una mezcla: de los clásicos, de la ilustración, de los románticos, del marxismo. Marx y todas las corrientes filosóficas críticas, conforman las grandes bases de la formación de mi pensamiento.

— ¿Si hubiera sido Darwin cómo hubiera argumentado ante sus colegas la teoría de la evolución?

—Esto es muy interesante: por observación. Para mí la observación es siempre un factor básico. Pero si no pasas de la observación a la inferencia y a la interpretación, es muy difícil construir conocimiento y pensamiento. Probablemente, si no hubiera conocido los estudios de Darwin, lo hubiera hecho a través de la analítica. Cuando pones al tiempo en su sitio la analítica va dando los grados de complejidad; después, por observación hubiera deducido que había evolución. Seguramente Darwin lo hizo por observación, por su viaje del Beagle. Yo lo podría haber hecho observando mi entorno y siendo capaz de darle un tiempo a cada proceso que está sucediendo, por deducción probablemente, una hipótesis por deducción; es probable.

— ¿Y por qué fue Darwin quien pudo formular la teoría de la evolución de las especies?

—Porque Darwin tenía la teoría —sobre todo de su abuelo Erasmus, según sus biografías— quien probablemente le dio las pautas teóricas de los procesos y Charles las completó con el viaje del Beagle.

En La Habana, intercambiando puntos de vista con Eusebio Leal. Marzo de 2011. Foto: Flor de Paz/Cubaperiodistas.

—Eudald, ¿qué significa declararse marxista en el mundo de la ciencia contemporánea, donde los recursos más importantes para la investigación provienen de los grandes capitales?

—Esta es una constricción que ha sido así histórica y evolutivamente. Las guerras, el comercio, el control oligárquico y monopolista, los sectores fundamentales en los procesos de conocimiento y de pensamiento han marcado. Las guerras han hecho cambiar, evolucionar, socializar. Forman parte de toda esa binaria contradictoria del ser humano como un animal adaptado, adaptable, pero también como animal inadaptado, inadaptable. Y esta complejidad  del mecanismo interno, biológico y social del ser humano hace que cuando construyes grandes estructuras y llega al poder, el poder intenta manipular desde estas estructuras todos los procesos

—¿Cómo lo hace? Pues enviando y controlando el dinero hacia y en los sectores que le pueden reproducir el poder. Es lo que estamos viviendo. Ahora mismo el complejo tecnomilitar es el más poderoso del mundo. Pero, por ejemplo, hay industrias de la alimentación y de la biomédica, que conforman grandes procesos humanos, que controlan y manipulan, incluso, hasta las enfermedades. Es un error importante y falta de conciencia de nuestra especie, poner por delante los intereses de grupos dominantes y del poder por encima de los intereses sociales, lo cual va a hacer mucho daño a la socialización de la especie y al aumento de su conciencia.

—En su práctica como científico y socializador del conocimiento, ¿cómo ha podido lidiar con esta contradicción?

—Es muy difícil. Soy vicepresidente de una fundación y dentro tengo patronos de grandes empresas multinacionales que tienen planteamientos en algunas cosas en las cuales no estoy de acuerdo, pero se necesita dinero para poder formar a la gente y para ponerlas a trabajar. Esto no te hace abandonar las ideas, al contrario, mantienes esa actitud crítica y sabes que todos los procesos en el mundo son contradictorios.

— ¿Cuáles son las perspectivas de la investigación en evolución humana frente a los enormes avances tecnológicos actuales? ¿Hasta dónde se podrá llegar?

La revolución científico-técnica tiene que ser una revolución social. Este es el elemento fundamental, en el sentido de aumentar la sociabilidad de la especie; o sea, la tecnología y la ciencia, el conocimiento, y el pensamiento, han de estar articulados para que nuestra capacidad de creación, de organización, de emergencia, tengan más tecnologías y capacidades para estar implicadas en cambios sociales importantes donde la complementariedad, la solidaridad, la singularidad propia de la especie se vean perfectamente incubadas en el progreso social, no para el desarrollo, sino para el progreso[ii]. Y para una mejor comprensión de qué papel ha de jugar la especie en el futuro. Si la ciencia y la tecnología socializada en esta revolución científico-técnica pasa por aquí yo pienso que el ser humano dará un gran paso hacia el futuro, hacia un futuro transformado. Porque es obvio que nuestra especie va a aplicar sus conocimientos a la misma y dejaremos de ser humanos dentro de algún tiempo. A mí no me da miedo.

— ¿No?

—No, porque a lo mejor ser humanos no es lo mejor que nos ha podido pasar. Quizás los transhumanos sean mejores y estén más capacitados para entender el por qué nos hemos convertido en transhumanos.

— ¿Entonces tendremos dirección?

—Seguramente habrá una dirección muy clara cuando nuestra especie se subsuma en un proceso de conciencia realmente exponencial y que, a la vez, esta conciencia nos lleve a ser ultra humanos. Sin dudas, será mejor que ahora: con tantas peleas, dificultades, incapacidad para entender, con geopolítica, etcétera.

— ¿Llegaremos?

—Pienso que sí, es un problema de tiempo; es un proceso. Aunque nuestra especie sufrirá desestructuraciones sociales y pérdidas de poblaciones antes de tomar verdadera conciencia de su responsabilidad en el planeta.

— ¿En qué momento se hallan los estudios sobre evolución humana a nivel mundial?

—Ha habido muchos cambios. Pienso que la biología y la evolución humana, y la genética, por ejemplo, han introducido cambios en los paradigmas del conocimiento y han transformado claramente la interpretación de la adaptación de las especies, tanto la nuestra como las que nos han precedido. Como ocurrió con la física al principios del siglo XX, ahora la biología y la genética son los términos evolutivos paradigmáticos y que marcan el empuje humano. He visto que la biología, y la sociabilidad que se desprende de sus estudios, realmente están influyendo en los paradigmas constructivos del pensamiento contemporáneo.

— ¿Qué significado tiene para los estudios sobre evolución humana el descubrimiento de tantas nuevas especies?

—Depende de cómo definas las especies. Una especie paleontológica puede que no sea una especie biológica; es decir, que biológicamente puedes reproducirte, pero hay tantas diferencias como en las ratas o en los perros. Pienso que cuantas más se tengan más capacidad hay de describirlas y más capacidad de observar las diferencias. Ahora bien, las diferencias no pueden marcar las especies biológicas. Nosotros pensábamos que neandertales y sapiens se habían cruzado. Pues sí, se han cruzado y han tenido relaciones que han permitido que los euroasiáticos tengamos un porcentaje de neandertal.

—Desde esa perspectiva ¿cuál es la diferencia entre especie biológica y paleontológica?

La paleontológica se define por los tipos, por las formas que tienen se llaman holotipos. En la biológica, la singamia entre un macho y una hembra tiene que dar lugar a un individuo que también se pueda reproducir.

—Que es un paradigma un poco flexible, ¿no?

—Exactamente. Hoy sabemos que es así.

— ¿Hasta dónde imagina que pueden llegar los aportes de la arqueología como ciencia en la argumentación de la teoría darwiniana? O sea, ¿todavía valen las llamadas pruebas de la evolución? ¿La arqueología sigue siendo la gran aportadora en esa grandísima prueba que son los fósiles?

—Pienso que sí. Sin fósiles no hay paraíso. Si no tienes pruebas, ¿cómo argumentas? Los creacionistas se basan en la existencia de un ser superior, pero no tienen ni registros ni argumentos. Por eso para mí la arqueología es una disciplina central en la evolución humana. Darwin generó la teoría de la evolución sobre todo viendo seres vivos, su diversidad, pero  la evolución se explica después a través de los fósiles que hemos encontrado nosotros. Nosotros somos Darwin, porque sin Darwin nosotros no seríamos nosotros. Pero sin nosotros, tampoco Darwin sería Darwin.

— Y después de la arqueología, ¿a qué otra ciencia le concede protagonismo en los estudios sobre evolución humana?

—A la genética, la geología, la botánica y la biología. Junto a la arqueología, son las grandes de las ciencias de la vida y la tierra, y de las ciencias sociales. Todo esto es un trabajo transdisciplinar más que interdisciplinar. Después está la química y la física que sirven para explicar el tiempo. La evolución es probablemente la megaciencia o la megadisciplina que transgrede a todo.

—En estos momentos, además del Equipo de Investigación de Atapuerca, ¿qué grupos de científicos en el mundo son líderes en investigación sobre evolución humana?

—Los centros más potentes, con más publicaciones, más influencias, son básicamente euroasiáticos y norteamericanos, que son los que están aportando y han estado influyendo mucho más. Pero, por ejemplo, sobre todo en genética, hay centros en China y en otros lugares que están desarrollando procesos muy importantes. El Max Planck, en Europa, de una gran calidad, o los amigos de Cambridge, donde hay investigaciones cada vez más potentes. En América, los grupos de California, los de institutos ya conocidos en Nueva York y en las zonas de gran poder social y económico. Probablemente España no hubiera tenido ninguna relevancia si no hubiera habido el desarrollo económico que hubo desde los años ‘75 y con la llegada de la democracia.

—Y el EIA, ¿cómo se ubica en este tejido tecnocientífico?

—Ha trascendido el contexto europeo y el euroasiático; ha trabajado en China, África,  América del Norte y del Sur; en todo el mundo. Pienso que está dentro de este proceso general de complementariedad de los grupos que trabajan con más rigor, más conocimiento y número de publicaciones, y que están influyendo tanto con los descubrimientos como con sus análisis en el mundo. El equipo es muy maduro, el Proyecto lleva cuarenta años. Los fundadores ya no somos los importantes, sino los séniores que van viniendo. Pienso que Atapuerca está ahora mismo en un lugar más relevante del progreso científico mundial a todos los niveles, a nivel de la biología, la geología, la arqueología, la botánica.  Y se incluye dentro de este proceso euroasiático.

—Hace poco tiempo ha empezado a trabajar más sistemáticamente en yacimientos africanos…

—Sí, en el norte, con mi amigo Bienvenido Martínez, paleontólogo, especificamemte en Eritrea, a muy pocos kilómetros de donde se descubrió a Lucy. Estamos trabajando para hacer una prospección general geológica y un análisis del territorio y de búsqueda de yacimientos que expliquen estos períodos tempranos de la evolución en África. Hemos encontrado yacimientos, herramientas, restos de fósiles, pero aún no hemos hallado homínidos. Empezamos dos excavaciones sistemáticas, pero nos falta un tiempo para saber exactamente en qué parte de la evolución nos ubicamos. Probablemente sea más reciente de lo que quisiéramos.

—Es como quien dice, en Atapuerca ya hemos abierto una de las cajas de Pandora. Y  ahora vamos a ir un poquito más atrás…

—Sí, también, es complementar todo. Curiosamente en Atapuerca hemos encontrado probablemente Homo erectus, Antecessor, Homo neandertalersis, Homo sapiens, y un poco ahora también sería ver qué hay por abajo y complementarlo con nuevos descubrimientos.

— ¿Como continente, qué significa África para usted?

—África para mí es todo; es el origen de nuestra especie, es mi viaje mágico. Cuando era joven, con veinticuatro años, estuve en Kenia, fue apoteósico conocer a Richard Leckey. África es la esperanza de poder encontrar los fósiles que no hemos encontrado en Euroasia, y es el final de mi tiempo científico por la edad que tengo.

— ¿Por eso los audiovisuales que ha protagonizado?

—Sí. Sirven para fijar la atención sobre cuestiones y problemas. Yo he podido tener delante en esos procesos de filmación a etnias que está a punto de desaparecer igual que desaparece una lengua. Esta es una metáfora de la vida de todos, porque en un momento determinado uno también desaparece y también su conocimiento. He aprendido entre los bosquimanos del Kalahar y de los aborígenes en Australia a ver que están en un período difícil de adaptación y probablemente de desaparición. Porque nuestra civilización no integra la diversidad sino que la rompe, quiere homogeneizar. Mientras que lo necesario es mantener la diversidad hasta que la podamos integrar.

— ¿Y por qué la diversidad es nuestra salvación?

—Porque son experimentos distintos de adaptación, que unos seres humanos pueden adaptarse al frío, otros al calor, otros a la nieve. Si se produce un cambio climático siempre habría alguien que sabría cómo adaptarse.

— ¿Qué es para usted nuestro planeta de cara a la gran expansión de la especie humana? Más allá del colapso del que ya muchas veces ha hablado?

—El planeta es nuestro espacio físico temporal, es donde nos hemos reproducido, donde hemos aprendido, donde hemos conocido, donde hemos pensado, y fíjate que ya nos queda pequeño desde los años sesenta cuando empezamos a mandar información y elementos para monitorizar fuera de la Tierra. Algo está pasando cuando una especie quiere salirse del huevo y del útero materno, quiere hacerse mayor y quiere cambiar. El problema es que hacerse mayor implica responsabilidad. Yo siempre he reclamado esta solidaridad, y obviamente esa expansión hacia afuera quiere decir que lo de adentro ya nos queda pequeño. Habrá una contradicción entre cómo vivimos en el planeta y cómo somos capaces de progresar conjuntamente como especie aumentando nuestra conciencia, y cómo progresaremos fuera de nuestro planeta; probablemente ir fuera, encontrar nuevas formas de vida, incluso nuevas inteligencias, varíen mucho nuestra forma de ser y de pensar; probablemente el encuentro con otro tipo de conciencia provocaría este aumento de conciencia crítica de la especie aquí; por lo tanto el planeta para nosotros, para algunos, ya es una excusa para entendernos a nosotros mismos fuera de él.

—¿Y de qué manera puede influir el actual cambio climático en la evolución futura?

—El clima no es determinante porque siempre habrá capacidad de adaptación. Los humanos llevamos tres millones de años adaptándonos, pueden haber grandes catarsis, como las habrá, colapsos, pero al final nos adaptaremos.

— ¿Cuánto cree que tenemos en común los humanos actuales con los más primitivos?

— Mucho, sobre todo tenemos una forma de ser, una etología animal que nos mantiene unidos a las raíces y a los tallos de estas raíces. Somos nada más que la consecuencia de una raíz que ha crecido hacia afuera, y las hojas que tiene, que tenemos, son las formas de variabilidad y de adaptabilidad a nuestros entornos, pero el tallo, la raíz, y las hojas, tienen la misma estructura que tenía hace muchos años.

—¿Cuál es el futuro de Eudald Carbonell?

—Continuar aprendiendo, conociendo y haciéndome consciente del tiempo que me queda, para que sea un tiempo trascendente para los demás y para mí. No puedo olvidarme, por ejemplo, de quién soy y a qué especie pertenezco; no puedo olvidarme de la trascendencia, y eso quiere decir, pues, de mis compromisos familiares y de mi contingencia social y de mi deseo de pensamiento como forma óptima de la vida.

[i] Parte de que la evolución responde a un orden natural que debería cambiarse por una organización humana, y plantea: “Si nuestro cerebro llegara a un nivel de complejidad sistémica tan grande que incorporaramos el conocimiento evolutivo y lo metabolizáramos, podríamos sustituir el azar por la lógica. En este sentido, el progreso conciente y la evolución responsable deben ser nuestro mensaje para el futuro de la especie”.  (La evolución sin sentido, 2013, Ediciones Península, Agustí, J. y Carbonell, E.)
[ii] Se refiere a progreso consciente y evolución responsable. El primer concepto como direccionante de la humanización y el segundo porque incidimos sobre la selección natural a través de la medicina, la tecnología y el incremento de la sociabilidad.
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Flor de Paz
Periodista y Editora.

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