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Julián, el indomable

Refugiado desde 2012 en la embajada de Ecuador en Londres, Julian Assange fue entregado a las autoridades británicas el 11 de abril. Abandonado por la prensa, el creador de WikiLeaks, que reveló miles de documentos sensibles, corre serios riesgos si es extraditado a EE.UU.

Londres, 9 de noviembre de 2016. Mientras el amanecer se demoraba, un australiano de 45 años, de un metro ochenta, se atareaba, hecho un ovillo sobre su computadora. En la planta baja de un edificio de ladrillos, acariciando su barba oblonga y su pelo blanquecino, sabía que, como todos los días desde hace cuatro años, estaría rodeado por unos cincuenta policías y una cantidad desconocida de agentes del servicio de informaciones que lo observaban, listos para intervenir al menor movimiento. Esa mañana, Donald Trump acababa de ser electo 45º presidente de Estados Unidos. Una leve indecisión parecía haberse adueñado del mundo. Los alrededores de la embajada de Ecuador, por su parte, temblaban por una convivencia forzada.

Algunos meses más tarde, en pleno verano, Julian Assange desbarataba la vigilancia de sus carceleros y publicaba, en las mismísimas narices de la primera potencia mundial, miles de mails que revelaban cómo la cúpula del Partido Demócrata había manipulado sus primarias para favorecer a Hillary Clinton en detrimento de su competidor de izquierda Bernie Sanders.

El hombre más vigilado del mundo, que recorría, azorado y a trancos, los estrechos corredores del apartamento ajado que sirve de territorio diplomático a la República del Ecuador, había logrado engañar la vigilancia de todos sus enemigos. En un golpe de efecto, de pronto su suerte se encontraba en el centro del juego geopolítico mundial.

El refugiado político más conocido del planeta, culpable de haber publicado informaciones verificadas, demostraba su capacidad para no derrumbarse. En febrero de 2016, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), por intermedio de su grupo de trabajo ad hoc, había condenado al Reino Unido y a Suecia, considerando arbitrarias las condiciones de detención de Assange y exigiendo su liberación. Todo parecía autorizar una feliz resolución. Y sin embargo, la divulgación de los mails de John Podesta, el director de campaña de Hillary Clinton, iba a provocar una onda de choque mediático que haría inaudible toda voz razonable, empezando por las conclusiones de Barack Obama favorables a WikiLeaks (1).

Ruptura definitiva

El 19 de mayo de 2017 Baltasar Garzón, director del staff de la defensa de Assange, trabajaba con precaución. Suecia acababa de archivar sus actuaciones judiciales contra su cliente, sospechado de agresión sexual. Pero el hombre que hizo detener a Augusto Pinochet y que luchó contra los independentistas vascos, contra Al Qaeda y contra George W. Bush, sabía que lo más difícil todavía no había llegado. La situación del Estado ecuatoriano, cuyo ingreso anual no alcanzaba a un séptimo del presupuesto militar estadounidense, era precaria. Años de resistencia a las presiones de Washington terminaron por perjudicar la combatividad de su administración. Lenín Moreno, que se disponía a ser investido presidente en lugar de Rafael Correa, se negaba a encontrarse con Assange. Y WikiLeaks acababa de hacer público el arsenal digital de la Central Intelligence Agency (CIA), desactivando de facto el conjunto de las armas utilizadas por la agencia para piratear sus blancos. La administración Trump, furiosa, comprendía finalmente que frente a ella había un disidente, y no el aliado que había creído poder absorber.

En 2006, cuando Assange creó una obra radical que hizo llamar WikiLeaks, era ya una figura importante en el medio del hacking. Pero nadie se esperaba que este hombre de cara todavía juvenil iba a producir las filtraciones más masivas de la historia, sumiendo sucesivamente a sus lectores en los chanchullos de las embajadas de Medio Oriente, en la intimidad del régimen de Bashar al-Assad o en los juegos oligárquicos de las capitales africanas, sin olvidar la corrupción endogámica de la alta sociedad estadounidense o las relaciones del Servicio Federal de Seguridad (FSB) ruso con sus subcontratistas.

Del manual de la cienciología al funcionamiento de un importante banco suizo, pasando por el reglamento interno de la prisión de Guantánamo, las primeras publicaciones de WikiLeaks provocaron grandes torbellinos, y condujeron al Departamento de Defensa estadounidense a llevar a cabo una investigación sobre la organización… que WikiLeaks logró publicar. Importantes malversaciones fueron reveladas en Islandia; en Kenia, la elección presidencial de 2007 dio un vuelco tras la divulgación de un informe secreto referente al candidato favorito. Pero al sitio todavía le faltaba un hecho glorioso que permitiera asentar definitivamente su reputación.

En abril de 2010, un video de un género particular iba a desempeñar ese papel. Se tituló Collateral Murder. Sobre un fondo de comentarios superfluos se asistía, en blanco y negro, al asesinato de periodistas de Reuters por las fuerzas estadounidenses en Irak. La carnicería, filmada como un juego de video, con el fondo sonoro de las risas de los asesinos, lanzaba una onda de choque en el seno de las redacciones occidentales. Al darse cuenta de que estaban en el punto de mira, éstas fingieron descubrir la verdadera cara de las “guerras limpias” llevadas a cabo por Estados Unidos en Medio Oriente desde 2001; conflictos que en su gran mayoría hasta entonces habían apoyado. Las pruebas de miles de crímenes de guerra y de crímenes contra la humanidad publicados en los meses siguientes por WikiLeaks en el marco de los Afghanistan War Logs y de los Iraq War Logs, en asociación con las más prestigiosas redacciones occidentales, llevaron a Assange al pináculo de un espacio mediático en crisis.

Mientras que varias organizaciones le adjudicaron premios, de Amnesty International al Time pasando por The Economist y Le Monde, WikiLeaks puso en marcha la publicación de decenas de miles de informes de guerra, y luego de 243.270 cables diplomáticos estadounidenses. Estos revelaron la extensión de la corrupción de los regímenes árabes cercanos a Washington, y fueron esgrimidos por los manifestantes tunecinos algunos días antes de la caída de Zine El-Abidine Ben Ali, en 2011. Hillary Clinton, entonces secretaria de Estado del presidente Obama, debió realizar una gira en cuyo transcurso presentó sus excusas a los aliados de Estados Unidos. Universitarios y medios del mundo entero se precipitaron sobre esos archivos para explicar retroactivamente algunos de los acontecimientos más importantes de los últimos años. Miles de procesos que se apoyaron en las publicaciones de WikiLeaks fueron entablados frente a los tribunales. Las redacciones asociadas al sitio comenzaron a inquietarse. Se mostraron desbordadas por un modo de funcionamiento que se burlaba de los lazos de consanguinidad que unía a los periodistas con sus fuentes. Si debían seguir a quien presentaban como el nuevo Hermes, fomentaron una tensión creciente, que desembocaría en una ruptura definitiva.

“Sangre en las manos”

El 30 de julio de 2010 aparecieron los primeros artículos que acusaron a Assange de tener “sangre en las manos”, inclusive en diarios aliados a la organización (2). En el momento en que el Departamento de Estado estadounidense establecía un equipo de más de doscientos diplomáticos encargados de sofocar a WikiLeaks, irrumpió en Suecia una imputación de agresión sexual que apuntaba a Assange. Ésta dio paso a un embrollo jurídico de más de seis años. La ruptura ocurrió cuando WikiLeaks se desentendió de los métodos de censura que los medios intentaban aplicar a los cables diplomáticos. En los canales de información estadounidenses se sucedieron los participantes para pedir el arresto de su fundador “cueste lo que cueste”; incluso, como Trump en 2010, su ejecución (3). En diciembre de ese año, cuando Assange fue detenido en Londres, ya no contaba con el apoyo de aquellos que lo habían hecho famoso.

Siete años y medio más tarde, el 28 de junio de 2018, Michael Pence, vicepresidente de Estados Unidos, se reunió con el presidente Moreno en Quito. La ruptura entre Assange y Ecuador fue consumada. Contra toda expectativa, el sucesor de Correa se dedicó a traicionar su herencia, y reclamó el apoyo financiero de Estados Unidos. Pence se frotó las manos. Algunos meses antes, el secretario de Justicia estadounidense, Jefferson [“Jeff”] Sessions, estableció el arresto de Assange como una prioridad. Ya en abril de 2017, el futuro secretario de Estado Michael Pompeo, entonces director de la CIA, había calificado a WikiLeaks de “agencia de informaciones no estatal hostil”. Haciendo oídos sordos a los consejos de prudencia de sus abogados, en efecto, Assange asumió el riesgo de una confrontación directa con Trump, como lo había hecho con Hillary Clinton cuando ésta, sin embargo, era favorita.

Mientras que el aislacionismo del presidente de Estados Unidos a menudo lo oponía a administraciones –diplomáticas y militares– que temían por sus prerrogativas y sus presupuestos, Assange le pareció una moneda de cambio cómoda en la guerra de desgaste que lo oponía con el “Estado profundo”. ¿Dijo Moreno, inquieto por las revelaciones que lo acusaban de enriquecimiento ilícito, que estaba dispuesto a hacer concesiones? Rápidamente se negociaron acuerdos comerciales, económicos y militares, y la suerte de Assange quedó sellada. Ecuador obtuvo un préstamo de 10.200 millones de euros de las instituciones financieras internacionales bajo influencia estadounidense (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional). Assange comprendió entonces que sus días en la embajada estaban contados. Solicitado por el que escribe, el Elíseo se negó a intervenir para recibir a una persona que tiene un hijo en ese territorio y que brindó importantes servicios para el país, sobre todo al revelar en 2015 el espionaje sistemático que los servicios de inteligencia estadounidenses hicieron de los presidentes franceses y de las empresas francesas que participaron en licitaciones superiores a 200 millones de dólares.

Cuando ocurrió el arresto y la extracción de Assange de la embajada de Ecuador, el 11 de abril de 2019, en violación de todas las convenciones internacionales relativas al derecho de asilo, las redacciones occidentales, de The Washington PostLe Monde, pasando por The Guardian y The New York Times, se mostraron timoratas, e incluso hostiles. La suerte de un periodista detenido desde hace más de siete años en veinte metros cuadrados, sin acceso al aire libre ni al sol, sometido a meses de aislamiento completo, en condiciones de vida cercanas a la tortura, y todo por haber hecho su trabajo, no los conmueve. Por mucho que Assange se vea debilitado, con la cara hinchada por la soledad, ya no es de los suyos.

A un alma ingenua le podría parecer extraño que aquel que hizo públicas algunas de las más importantes fechorías del siglo XXI se encuentre a tal punto aislado cuando lo que se requiere es solidaridad. Quien, paso a paso, y en una extrema indigencia, habrá constituido la más importante biblioteca de los aparatos de poder de la historia, por añadidura realizó una hazaña a la que no puede pretender ninguno de sus competidores: en trece años, y al tiempo que divulgaba decenas de millones de documentos, ¡jamás publicó la menor información falsa! Lo cual no impidió que Le Monde estimara que “Julian Assange no es un amigo de los derechos del hombre” (4), que Mediapart evoque su “decadencia” (5) o The Economist se regocije de que sea encarcelado (6).

Medios y poder

Para comprender esta ruptura con el mundo mediático hay que evaluar que el periodismo moderno funciona en un marco burgués, en el seno de un mercado de la información donde la proximidad con los poderes es una condición de supervivencia en un espacio competitivo. Diversos modelos coexisten. Órganos como Mediapart en Francia, de apariencia más transgresores, practican un “periodismo de revelación” que recicla golpes fallidos y traiciones sin cuestionar el sistema en el cual se insertan esos medios. En esto no se distinguen del periodismo reverente que encarnan instituciones como Le MondeThe Guardian o The New York Times.

Assange rompió con esos dos modelos. Autor de una teoría sobre el “periodismo científico”, se apartó de las prácticas de lo que él considera como un oficio de connivencia y, a medida que revelaba informaciones más importantes, aprendió a mantenerse a distancia de todo aparato de poder. Se contentó con publicar datos con fuentes rigurosamente establecidas, seleccionadas y analizadas tras haber sido filtradas por la vía de una plataforma anónima cuyas claves sólo él posee.

Toda información que figura en su plataforma es acompañada por una fuente bruta que permite a cada uno verificarla y hacerla propia, lo que suprime los privilegios que se otorgó la casta periodística, hasta aburguesarse. Tal apuesta sobre la inteligencia colectiva derriba los principios de nuestro tiempo. Más allá del efecto de revelación inmediato, permite la emergencia de una mirada crítica compartida, alejada de toda forma de connivencia. Convertido en una suerte de metamedia, WikiLeaks aplasta toda competencia y suscita intensos recelos.

La radicalidad del proceder de Assange no autoriza ninguna forma de compromiso con las instituciones existentes. En consecuencia, amenaza un espacio mediático que se había adaptado a la comodidad que le ofrecía su proximidad con los que dominan. E inquieta a los aparatos de poder tradicionales, que en todo momento temen ver expuestas sus fechorías. Convertido en un disidente a pesar de él mismo en el espacio occidental, el outsider australiano lógicamente vio sucederse acusaciones de violación, de antisemitismo, de conspiración, e incluso de sumisión a los servicios secretos rusos. Aquel que era un héroe, por lo tanto, ocho años después de su brusco surgimiento, en el momento de su arresto, apareció como un “absolutista de la transparencia” (7) para unos y, para los otros, como un “enemigo de las libertades” (8). 

Referencias

1. Última conferencia de prensa de Obama en la Casa Blanca, 18-1-17.

2. David Leigh, “WikiLeaks ‘has blood on its hands’ over Afghan war logs, claim US officials”, The Guardian, Londres, 30-7-10. Cf. “The Guardian’s war on Assange”, https://theguardian.fivefilters.org. El periódico también intentó acusar a Assange bajo el pretexto, sin pruebas, de que se había encontrado en Londres con el director de campaña de Trump, una información inexacta de la cual, sin embargo, nunca se retractó.

3. Nick Collins, “WikiLeaks: guilty parties ‘should face death penalty’”, The Telegraph, Londres, 1-12-10.

4. “La trajectoire ambivalente de Julian Assange”, Le Monde, París, 14/15-4-19.

5. Jérôme Hourdeaux, “Julian Assange, l’histoire d’une déchéance”, Mediapart, 11-4-19, www.mediapart.fr

6. “Julian Assange: journalistic hero or enemy agent?”, The Economist, Londres, 12-4-19.

7. “La trajectoire ambivalente de Julian Assange”, Le Mondeop. cit.

8. “Profession journaliste”, encuentro con Fabrice Arfi, Bibliothèque publique d’information, París, 17-4-19.

(Publicado en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur. Traducción: Víctor Goldstein)

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Juan Branco
Abogado, miembro del equipo jurídico de Julian Assange.
https://www.eldiplo.org/

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