Todos conocemos la frase, la aprendimos de niños cuando leímos por primera vez La Edad de Oro: “Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó donde se comía ni se dormía…”
Intenten trasladarse mentalmente al 20 de enero de 1881. Vean aproximarse a ese hombre que, en vísperas de su 28 cumpleaños, se siente solo. Acompañado únicamente por “los árboles altos y olorosos de la plaza”, llora ante la estatua de Bolívar. Tan retraído está que imagina que el bronce se mueve como un padre cuando se le acerca un hijo.
La descripción es la de quien tiene sobre sí el peso del mundo. Martí nos cuenta también que llegó al anochecer, después de recorrer ese mismo camino que seguimos nosotros ayer, pero sin las carreteras ni los túneles intramontanos. Ha necesitado todo un día para ir desde la Guaira al corazón del valle en el que se asientan 30 000 almas. Acarrea dolores físicos y espirituales mucho más antiguos que los del largo viaje por mar desde Nueva York. Los trae desde los años de presidio en las canteras de La Habana; del destierro en España y en Estados Unidos; de la despedida, que presupone será para siempre, de su hijo, que acaba de regresar a Cuba junto a Carmen Zayas Bazán. La guerra por la independencia de la Isla está estancada y en América Latina, junto al acecho del “gigante de las siete leguas”, no faltan los que se “avergüenzan del delantal indio” o se disputan los territorios vecinos “al amparo de una tradición criminal”, “con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas”.
Hay 138 años de diferencia entre ese Martí que llega a Caracas y nosotros, pero el panorama latinoamericano, si nos dejamos llevar por algunos de sus signos actuales, podría parecernos casi tan sombrío como entonces.
Como diría el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro, vivimos una nueva colonización en curso de la mano de las llamadas nuevas tecnologías, que tienen una capacidad sin precedentes para idiotizar a millones, imponer mentiras e instaurar la industria de la difamación y la manipulación en línea. Han retornado al poder especímenes de la derecha más impresentable, como Bolsonaro, después de casi dos décadas ganadas por gobiernos progresistas en la región. Estados Unidos utiliza este continente, y en particular a Venezuela, como polígono de nuevas y viejas armas, y no hay día que no amanezcan con amenazas, sanciones o agresiones descaradas aquellos que desafían al monroísmo del Norte.
Sin embargo, la historia de América Latina, como la de Martí y Caracas, no termina en esa noche de desconsuelo. De hecho en esta ciudad en la que vivió solo seis meses, despliega su aliento latinoamericano, confirma su antimperialismo y blinda su voluntad de luchar por liberar a Cuba. “Los ideales enérgicos y las consagraciones fervientes no se merman en un ánimo sincero por las contrariedades de la vida. De América soy hijo: a ella me debo”, escribe en carta de despedida a un amigo cuando le dice adiós a Venezuela.
La gran revelación que tuvo Martí en esta tierra fue entender la capacidad de America Latina para desatar, una y otra vez, sus procesos de liberación con el impulso ético y moral de su historia y de sus héroes. Héroes, por cierto, bastante singulares, nos dice Martí en La Edad de Oro: “Murieron pobres y dejaron detrás una familia de pueblos.”
¡Viva Venezuela! ¡Viva Martí!