No siempre es cierto aquello de que la historia primero se escribe como tragedia y más tarde como un mal chiste. Lo contado puede ser una hazaña o una ventura de poca monta. A veces, en el ejercicio del periodismo, esas y otras tantas fórmulas vivenciales se acumulan en la experiencia de todo profesional si le asiste la debida seriedad.
Hace poco, en estas páginas, y estableciendo la innegable utilidad de las nuevas tecnologías, hice referencia a un par de ejemplos sobre los avatares que llevaron a defender como se pudo, la exclusiva obtenida y hacerla llegar a la redacción. Puede habernos sucedido en sentido inverso. Esto es, tener la primicia, pero casi cuando no era necesario. Les cuento:
A finales de los 80 se hizo posible ingresar a la hermética Albania. Una invitación me permitió convertirme en la primera periodista en ingresar a ese país balcánico tras unos 20 años sin que algún informador@ le fuera permitido hacerlo.
Acumulé en esa visita una idea sobre un pueblo valiente, capaz de unirse a las guerrillas antifascistas que combatieron a los ocupantes italianos, y las mil y una argucias emprendidas por los dirigentes del último tiempo para mantener a flote un país pequeño y pobre.
Al término de la II Guerra, se instaló allí un socialismo sui géneris o una democracia popular, si se prefiere. Por razones nunca bien explicadas o mal entendidos salvables, rompieron con la Unión Soviética en tiempos de Kruchov. Después se separaron también de China y quedaron muy solos.
Para la fecha de mi visita había tan escasa circulación de vehículos que en un recorrido de punta a extremo por todo el país, solo pude ver un mini band con varios turistas japoneses, gente que te puedes encontrar en cualquier rincón del planeta. Su curiosidad o sentido de lo aventurado les lleva a desplazarse hacia los más asombrosos sitios. En esta oportunidad pudo atraerles lo económico del tour o los supuestos misterios de un sitio que según las malas lenguas, tenía en sus fronteras una alambrada eléctrica.
A mí no me consta tal extremo y supongo tenga algo de fantasía considerando que el restante transporte que vi en la capital, era el de los diplomáticos acreditados, quienes solían abastecerse en el mercado mejor provisto de ciudades yugoslavas fronterizas. El país era tan tranquilo y escaso en actividades que, dígase a modo de novedad, ese cuerpo de representantes extranjeros se ponían de acuerdo por turnos para efectuar recepciones en un céntrico hotel de Tirana, donde intentaban salir de una rutina demasiado descansada.
Como debían obtener una autorización especial para desplazarse hacia otras regiones del país y sin justificantes para esa solicitud, varios de ellos esperaron ansiosos mi regreso de una gira bastante extensa, para hacerme preguntas. Mis anfitriones, sin embargo, tenían previsto un calendario exacto de modo que retorné a escasas horas del vuelo de la única línea aérea (húngara) que ingresaba al territorio.
No dije que llegar fue la pesadilla del administrador de Bohemia que se hizo cargo de emparentar las diferentes conexiones entre países para facilitar el arribo a Albania. Conservo aquel complicado itinerario, prolongado además, porque seguía viaje hacia otros países de la zona, donde también se estaba gestando bajo superficie, el fin de una era en el centro y el este de Europa, concluyendo con la implosión de la URSS.
Contactar con situaciones tan escabrosas y transformantes, mientras se gestan o transcurren, es un privilegio en lo personal tanto como en cuanto respecta al aprendizaje de un oficio que nunca se llega a dominar en términos absolutos pues, como vemos en esta misma pequeña historia, las circunstancias, los cambios, el después, son diversos y no siempre predecibles ni despejados. La mirilla propia nos orienta, pero es imprescindible la búsqueda en testimoniantes y la investigación de los sucesos, pese a que pueden tener más de una interpretación. Emblemática es la “caída del muro de Berlín” que unos lamentan y otros ensalzan.
Para no desviarnos, dejemos esa otra narración pendiente, y digamos que conocí Durres, la segunda mayor ciudad albanesa, adonde llegué con un fuerte resfriado contraído en Budapest, pero en su máximo punto de nocividad para esas fechas. No podía detener el trabajo ni marcharme. Como el payaso que ríe mientras sufre una tragedia, los periodistas deben someterse a tropiezos diversos lejos de casa. Y esa no es una exageración.
La primera noche en aquel lugar, temerosa por el empeoramiento de mi salud, la colega y traductora que me acompañaba, me preguntó si tenía aspirinas. Ante mi afirmación me pidió algunas y fue al bar del hotel en busca de una copa de aguardiente donde diluyó el socorrido calmante, para darme una fricción en la espalda. Fue enternecedor el empeño para ayudarme con recursos primarios. El hecho me hizo comprender mejor el privilegio que estaba viviendo. A la mañana siguiente me visitó un médico y con un refinado inglés me habló sobre las referencias que tenía sobre los cálculos renales en Cuba. Con no poco temor a equivocarme, respondí su pregunta sobre el porcentaje de afectados en la Isla con ese padecimiento, diciéndole que, posiblemente, fuera debido a la magnesia en el agua. No fue la primera oportunidad en que un entrevistado o una fuente equis, me ponía en apuros haciendo indagaciones sobre mi patria, sobre temas fuera de mi dominio. También es ejemplo del amplísimo interés que suscitamos.
En Vlora, , me dieron una rama de un arbusto montañoso para hacerme té, cuando supieron que era mi bebida favorita. Y en Saranda, adonde llegamos pasando por la frontera con Grecia, aún cerrada desde los años 40, el mar se abrió enseñando las cercanas islas jónicas.
Al paso de terrazas donde habían sembrado olivos (fabricaban un aceite espeso y de buen sabor y un apreciable coñac a partir de pequeñas uvas negras), arribamos a la “Costa del sol” albanesa, serpenteando, desde cierta altura, el Mar Adriático durante todo el regreso a Tirana. Era una vía construida por los fascistas italianos para desplazar su aparato bélico y bien conservada por entonces, quizás por la falta de tráfico.
En esta oportunidad no tuve que correr a teletipos de urgencia para enviar mis notas, como tantas veces me había ocurrido en distintos escenarios extranjeros. Yo era la única en esa plaza y durante dos semanas tomé contacto con una realidad poco explorada. En un sitio donde el 70% de sus habitantes son o eran musulmanes, (el estado declaró atea a toda Albania en el 73), no fue extraño apreciar cómo el peso del trabajo y la crianza de los hijos corría a cargo de las mujeres. Así lo dije en entrevista (cazador-cazado) que me hicieron para la emisión en español de la radio nacional.
Rememorando los pacíficos ambientes, -aburridos me dijeron-, su gente de apariencia calma, muy adusta y los cambios ocurridos en el 91 y después, resultan de rara digestión. Aquellas personas fueron sacudidas por imprevistos sucesos, envueltos en hechos que les llevaron a fortísimas protestas y derribar gobiernos.
Viendo hoy las manifestaciones contra tendencias y figuras de la vida política actual, pareciera que los rencores y frustraciones de los últimos 20 años o más, no cesaron y, posiblemente, todavía no encontraron ese justo medio donde se coincide o valora con sanos escrúpulos qué se desea y puede lograr un pueblo cuando tiene bien definidas sus perspectivas.
Excelente crónica de una avezada periodista cuyo acervo cultural y su experiencia como periodista , en Cuba y en otros países, le permiten ofrecer comentarios y análisis profundos de las realidades de la actualidad en su país y en diversos continentes.
Se destaca ,además, como escritora con varios libros publicados de poesía y cuentos.
Ahora podemos apreciar que también escribe para Cubaperiodista enriqueciendo a su grupo de colaboradores. Seguramente será bienvenida para los asiduos lectores de este medio.