Razones abundan para desesperarse ante hechos indeseables que se prolongan o se repiten, y no se debe renunciar al justo afán de repudiarlos y, sobre todo, tratar de frenarlos y revertirlos. Sería suicida renunciar al ejercicio de la crítica, pero hay inquietantes señales de precipitación en su práctica. Y cuando el apresuramiento se combina con la pasión revolucionaria —la otra, que cancela diálogos, se sabe que no cesará, y hasta se fabricará a sí misma, y no precisamente para bien— el resultado puede ser menos creativo y estimulante que lo que debe esperarse y sería fértil conseguir. Aunque pudiera pensarse que el exceso de crítica es preferible a la ausencia o la timidez de ella.
De todo esto habrá numerosas muestras —halladas no únicamente en esas plataformas cuyos nombres, redes, mueve a pensar en más de una acepción—, pero quizás con solo citarlas no se adelante mucho. Lo urgente es propiciar modos eficaces de pensar y actuar. No es seguro que se obtengan los mejores frutos si se está a la espera —al modo del corredor de distancias cortas en su pedal de apoyo— para caerle a mordidas a la realidad, a verdaderos o presuntos crímenes y culpables, como si, de paso, creyéramos que en nadie más que en uno mismo está el rumbo para llegar a la meta deseada.
No se descarte que en todo eso intervengan las secuelas de las malas prácticas informativas, o carencias de ellas, que parecen afincarse en marchar —si marchan— detrás de los hechos, no junto a ellos, o por delante, en busca de la medicina preventiva, que suele ser más generosa y costar menos. Ese factor y otros muchos favorecerán que se incurra en reacciones intempestivas, con poca o ninguna reflexión. Pero nada autoriza a desentenderse de algo tan importante como la necesidad de que la crítica sea fundadora y sanee la realidad, en lugar de agravarla o darles argumentos a quienes disfrutan emponzoñarla cada vez más.
Sin renunciar a las drasticidades que sea menester desplegar, sin mengua alguna de la energía que se requiera para prevenir, impugnar y, llegado el momento, condenar lo mal hecho, si de apoyar las ideas y la acción revolucionarias se trata, y de buscar lo que debemos hacer realidad, sería bueno actuar con mesura, que no es timidez, y con reflexión, que no es pasividad, resignación, quedarse, si acaso, en las ideas. Más allá de la literatura y las otras artes, sería sano poner en práctica lo que José Martí, con pensamiento y perspectivas que las desbordaban desde su medular tesitura ética, sostuvo en julio de 1881 al definir los “Propósitos” de su Revista Venezolana: “Amar: he aquí la crítica”.
Lo otro puede parar en mordidas que se dan sin discernimiento, sin mayor utilidad y con poca virtud. Puede al menos parecerse a lo que, en la nota del 25 de enero de 1895 de la sección “En casa” del periódico Patria, al plantearse la relación entre la patria inmediata y la humanidad, el propio Martí desaprobó en estos términos: “Lo demás, es podre hervida, y dedadas de veneno”. (Tomado del muro de Facebook del autor).