Jorge Velázquez Ramayo escribe intensamente todos los días, sobre todo después que concluye la telenovela de turno. Sobre las dos de la madrugada apaga la computadora y se va a la cama.
Esta rutina no tendría nada de especial si correspondiera a un escritor joven o de mediana edad. Pero se trata de un autor de 92 años, de un hombre que ejerció el periodismo durante más de cuatro décadas y, desde hace varios años, decidió echar el resto de sus días sobre la cuartilla en blanco, para escribir un grupo de novelas y relatos que le brincaban con insistencia en la cabeza.
Integraba la plantilla de Prensa Latina cuando obtuvo su primer galardón literario: un premio Uneac, en 1976, por su novela testimonio Vórtice, inspirada en el paso devastador del ciclón Flora por la región oriental, desgracia en la que, por puro milagro, salvó la vida. Tras su salida de esta agencia, se desempeñaría largamente, hasta su jubilación, como especialista de programas informativos de la radio cubana.
Velázquez vive orgulloso de su origen holguinero y es un hombre caballeroso y tenaz, que aparenta físicamente veinte años menos y viaja liviano de piernas a todas partes, lo mismo para disfrutar de un evento literario en la capital artemiseña que para visitar a su familia en La Habana. Está decidido a cumplir frescamente 100 años y llegar a 120… y nada lo hará desistir de tan imponente empeño.
Vivió largamente en la capital; pero en el pueblo de Caimito, donde reside desde hace 12 años, dice sentirse mejor que en ninguna parte. Por eso no se arrepiente de haber plantado casa allí, junto a su esposa Kathy, y junto a unos amigos que tocan a su puerta a cualquier hora del día y la noche, para tomarse un café y disertar, sobre todo, acerca de autores importantes y libros fecundos.
LA NOVELA DE SU VIDA
“Detengo mis pasos. Corro la mirada sobre el césped, que se extiende por el frente del edificio. En los canteros florecen azucenas y claveles rojos, en contraste con el amarillo de los girasoles…”.
Así comienza Mujeres de la noche, la obra que ahora mismo lo tiene levitando en medio de todas las calles y todos los espacios del pueblo donde llegó a residir.
Y no es para menos esta alegría inmensa: después de batallar con esta novela durante más de dos décadas para encontrar los brazos abiertos en alguna editorial, después de haber recibido por ella, en el 2015, una Mención de Honor en la Bienal Internacional de Novela José Eustasio Rivera, en Colombia, la prestigiosa editorial José Martí decidió asumir la publicación de esta creación de Velázquez y, hace apenas unos meses, la puso a disposición de los lectores envuelta en una cautivadora edición.
Pero de qué va la novela de este impetuoso veterano de cabello blanco y frondoso. En varios espacios de promoción literaria y durante la última feria del libro en Artemisa, Velázquez dio algunas claves y respuestas al respecto:
“A principios de la década del 60, yo viajaba en un ómnibus y ahí tuve la oportunidad de conversar con una antigua prostituta, que se había incorporado a un sistema reeducativo cuando la Revolución triunfante decidió exterminar todos los prostíbulos en el país.
“El tema me cautivó –expuso el novelista- y comencé una profunda investigación sobre el tema. Investigué mucho acerca de la vida de otras prostitutas acogidas a este tipo de reeducación, sobre el prostíbulo de Caimanera, siempre rebosante de marines norteamericanos, y sobre las llamadas “Zonas de Tolerancia” en San Isidro, Colón, Pajarito y la calle Aguacate, verdaderos antros donde las mujeres vendían su cuerpo a cualquier cliente”.
Es terrible que Cuba haya tenido un prostíbulo en cada pueblo -apuntó Velázquez- y que un famoso chulo y proxeneta como Yarini, de no haber muerto en una reyerta por celos, hubiera llegado a presidente de la República.
No por gusto en la dedicatoria de Mujeres de la noche aparecen dos dedicatorias especiales: una a Vilma Espín y otra al ensayista y amigo personal Sergio Chaple. A Vilma, por haber luchado siempre a favor de la reivindicación de la mujer cubana, y a Chaple, por aportarle sugerencias especialmente certeras a la hora de conformar el punto de vista del narrador para un texto nada fácil.
Con tres mil ejemplares publicados y ya con la novela consumida rápidamente por un buen número de lectores, Mujeres de la noche es prueba de la persistencia de un hombre que, a sus 92 años, trabaja con una energía envidiable y, al parecer, eterna.
Es cierto: la novela comienza refiriéndose a azucenas, claveles y girasoles en un ambiente especialmente tranquilo. Pero es tan solo el comienzo. La larga pesadilla de Elisa, la protagonista, sin flores ni alivios de ninguna clase, apenas está por comenzar…, como también está por abrirse su esperanza y el comienzo de su lucha por un camino más pleno en la efervescencia de un país metido en profundas transformaciones de todo tipo.
Mujeres de la noche ya está en manos del mejor de todos los jueces: el lector. Y quizás muy pronto tengamos la suerte de que la editorial Verde Olivo nos regale su novela Atentos al ruido de la muerte, historia donde se mezclan verdad y ficción en medio del indetenible avance de las tropas del general Calixto García en la región oriental y la feroz Reconcentración de Valeriano Weyler, y donde Rafaela Hernández, abuela materna de Velázquez y sobreviviente de aquel genocidio, padeció el dolor inconsolable de enterrar, uno tras otro, bajo una ceiba del monte, los cuerpos sin vida de sus nueve hijos.
Jorge Velázquez Ramayo aprovecha al máximo cada instante de su invencible existencia. No quiere perder un segundo. Y no lo pierde. Cada página escrita por él, es un leal testimonio del íntegro periodista y narrador que lo habita desde siempre.