Que el diálogo sobre desarrollo sostenible Cuba-Unión Europea haya concluido denunciando los impedimentos y el daño que el bloqueo norteamericano provocan a la isla caribeña, implica un triunfo de la ONU –no menos para el Pacto Comunitario del llamado Viejo Continente- porque esos dos polos de asociación favorecen la multilateralidad, principio al cual se adhiere también La Habana, quizás el peor ejemplo de cómo puede afectar a millones de ciudadanos, la visión cerrera que Estados Unidos le impone desde hace medio siglo.
Naturalmente que los intercambios o la supervisión de los compromisos de ese plan concebido para eliminar diferencias sociales y favorecer, en el camino del crecimiento, el respeto a los imperativos ecológicos del planeta, son, por sí mismos, un importante instrumento para la obtención y trasplante de experiencias. Se comprobó en este cónclave, no por breve, insignificante.
Es de suponer que la excepcionalidad maligna (permítanme el calificativo, por favor) a la cual está sometida Cuba, los efectos con los cuales se agrede a su pueblo, pudieran alertar con respecto a las varas usadas para analizar cada país, cuando sometan a examen los avances en lo relativo a la Agenda 2030. No es igual tener vía libre que grandes barreras.
Vale razonar que si 15 bancos europeos fueron multados con cerca de 20 mil millones de dólares por quebrantar los dictámenes de Estados Unidos, desde donde se establece quien debe tratar con quién o, mejor dicho, impone a las demás naciones la aplicación de leyes que exige sean cumplidas fuera de su territorio, muchos esfuerzos en favor del desarrollo sostenible, la igualdad o reparaciones en materia de género, o hasta la mismísima paz, serán precarias o imposibles, a menos que los países actúen de conjunto para impedir infundados requerimientos o imposiciones muy vejatorias.
Cuba obtuvo buenas notas en el cumplimento de las Metas del Milenio y, según evaluaciones de ONUDI y otros órganos de Naciones Unidas, su programa para la Agenda 2030, progresa. Sin embargo, al mismo tiempo, lamentablemente, los actos y amenazas de la administración norteamericana crecen.
¿Cumplirá la UE con el esquema de protección a sus empresas ante las renovadas intenciones de perjudicar a la Mayor de las Antillas y al propio tiempo a quienes con ella negocian? ¿Se defenderán de los codiciosos apremios unilaterales que estorban inversiones, los flujos comerciales y el entendimiento global?
Si en 1996, cuando se promulga la Helms Burton, la UE llevó una protesta a la Organización Mundial del Comercio que frenó la aplicación del mal afamado título tercero, el recurso no parece afortunado en este momento pues Donald Trump dijo hace poco que pensaba sacar a EE.UU. de la OMC. Nada del otro mundo para quien lleva dos años soltando truenos desde la Casa Blanca y/o torciendo situaciones que merecen un análisis serio y enfoques diestros.
Si nos guiamos por la carta dirigida a Mike Pompeo por Federica Morgherini, jefa de los asuntos exteriores de la UE, ni el Secretario de Estado, o el indecente John Bolton, moverían las peores fichas previstas contra Cuba.
Según lo formulado por Europa, es posible que los países concernidos o como bloque, activen represalias similares a las sufridas por parte de quien se dice amigo y actúa como un cuatrero. Ello supone la probable confiscación de empresas estadounidenses en suelo europeo, buscando indemnizar los posibles daños ocasionados a las suyas en Cuba.
Al término de esta cita en La Habana el 16 de abril de un 2019 que transcurre con grandes peligros para todo el mundo, se hizo pública la disposición de dejar sustentada una sabia y emancipada voluntad, partiendo del rechazo al bloqueo a Cuba y su determinación de no soportar impronunciables decisiones de Washington.
Aplicar esa política, seguramente, le serviría a la Unión Europea para más de una urgencia y en no pocos empeños.