El acceso de cubanas y cubanos a la sociedad de la información deviene hecho objetivo que va transversalizando cada vez más la vida del país con beneficios tangibles para todos, cuya percepción tiene como referente el grado de involucramiento efectivo de cada uno de nosotros con dicho proceso.
Esa dinámica es pieza clave en la agenda de desarrollo estratégico impulsada por el país hasta el 2030, cuyos objetivos subrayan el papel de la comunicación y a la información como procesos culturales y de gestión inaplazables.
Con ello, entre otras cosas, estamos asistiendo a la renovación del enfoque sobre la participación ciudadana en los asuntos públicos; en otras palabras, se busca promover la intervención cada vez más consciente y activa en la acción sociopolítica con un sentido de corresponsabilidad mucho mayor, potenciando el ámbito local para la articulación de voluntades colectivas.
Así, por ejemplo, los beneficios de la web 2.0, especialmente las redes sociales, están dejando atrás el ámbito de lo nuevo y curioso, de entorno para el ocio, para convertirse en una herramienta para entablar (según la voluntad gubernamental liderada por el presidente Díaz-Canel) un diálogo diáfano y constructivo entre población, funcionarios públicos y dirigentes en la gestión del desarrollo, con toda la implicación política que ello entraña. Entre sus múltiples aristas, el ejemplo más publicitado y cercano es ahora el actual proceso de implementación del gobierno electrónico.
Se trata de un proceso infocomunicativo el cual remite, en primera instancia, a las TICs como factor transformativo del quehacer humano en todos los órdenes y con ello al vínculo existente entre información y comunicación como unidad dialéctica, base del paradigma de la sociedad-red en este estadío histórico de su devenir.
Para su funcionamiento se necesita comunicar y hacerlo bien; es decir, de manera sistemática, coherente, transparente. ¿Y qué se comunica? Flujos de información veraces, oportunos y actualizados donde el valor de uso de la información radica en ser comunicada, para lo cual resulta indispensable la existencia comunicativa de un tejido social destinado a la articulación de consensos a todos los niveles.
Así, los tiempos de monopolizar la comunicación y la información, de “suministrarla” verticalmente mediante una supuesta “dosis exacta”, inexorablemente van quedando atrás, a pesar de quienes quieren seguir navegando a contracorriente por incompetencia, como también por oportunismo.
En la sociedad-red la abundancia de información trae consigo flujos cuya calidad tiene la impronta de lo banal, la falta de contrastación de fuentes, entre otras características no deseables. Esas narrativas provienen de entornos donde cualquiera puede tener un blog y acceder a las redes sociales para ponerlas a circular. O proceder de entes de mucho poder con el fin deliberado para engañar, manipular, mentir, crear dudas, el caos, pues ejemplos de ese tipo abundan en nuestros días.
De ahí la importancia de vertebrar sistemas de modulación de la comunicación y la información que circulan por el cuerpo social. Ello no significa aplicar la censura, sino hacer viable el principio de fomentar una ciudadanía responsable a partir de la conformación de una cultura asentada en una educación destinada al dominio de dichas tecnologías y la formación de una conciencia crítica para hacer uso ético de ellas.
Es en ese ámbito donde el periodismo también puede desempeñar un rol importantísimo. Existen muchas maneras de hacerlo. Una de ellas remite al fortalecimiento de los espacios de interacción con la agenda pública conectada umbilicalmente con la agenda para el desarrollo.
En esa dirección, el ejercicio periodístico podría estar enfilado hacia la producción de flujos informativos cuyos mensajes colocarían el acento en lo explicativo y opinativo, portadores de presupuestos e ideas para la transformación; asimismo, fomentar espacios deliberativos donde predominen la reflexión y el pensamiento crítico, la acción proactiva, la promoción de los nuevos liderazgos, el discurso renovador, se pongan sobre la mesa la conducción transparente de los procesos inherentes al cambio y contribuir a la socialización educativa de errores y experiencias exitosas.
Se necesita entonces darle todo el valor que tiene la información como bien público y el acceso a ella en tanto derecho ciudadano y, por lo tanto, la necesidad de ponerla a circular, a comunicarla bien, pues parafraseando el refrán: “… información que la “duermen”, nos la dice otra gente”. Y ya sabemos cómo la cuentan…