Constituye un error creer que porque una palabra no está en el diccionario no existe. Por el contrario, para que se incorpore al diccionario, debe primero existir en el uso. En ese proceso de adaptación, algunas no llegan al final y desaparecen —recuerdo una frase que se usaba para todo e, incluso, llegó a ser título de una novela: Completo Camagüey; hoy nadie la emplea—, otras quedan reducidas a un ámbito regional y otras se incorporan al léxico general.
En muchas ocasiones he contado —a manera de anécdotas ocurridas durante mi labor de editora— cómo los autores defienden un término porque así aparece en el Diccionario de la Real Academia Española —hoy, Diccionario de la lengua española— y desechan el que pertenece a la variante cubana del español. Me ocurrió, entre otros términos, con desertización (variante española) y desertificación (variante cubana); liderar (variante española) y liderear (variante cubana). Ambas aparecen hoy en el lexicón académico.
De igual modo, alguien me preguntó si es correcto o no el uso de tutorear, de empleo frecuente en nuestros medios estudiantiles y universitarios. Si bien en los diccionarios académicos aparece tutorar, en el Breve diccionario de la lengua española, del Instituto de Literatura y Lingüística, aparece tutorear como “asesorar un profesor o investigador a un alumno universitario en su trabajo de diploma” y también, “asesorar en una tesis, un profesor o investigador con una categoría científica o docente superior, a un profesor o investigador de menor categoría”. Figura también en el Diccionario básico del escolar, del Centro de Lingüística Aplicada de Santiago de Cuba, que lo considera cubanismo. Algún día estará en los diccionarios académicos.
En otra ocasión escuché que alguien afirmaba que envalentonado no existía. Pues ¡claro que sí existe! Es participio, formado por en- + valent(on) + -ado y, según el diccionario académico, envalentonar significa “infundir valentía o arrogancia” y pronominalizado (envalentonarse), “cobrar valentía o echárselas de valiente”.
Basta la presencia de un pariente para darle a una palabra carta de aceptación, pues no hay diccionario capaz de recoger todas las palabras. Además, no debe olvidarse que ni las formas verbales conjugadas, ni los participios y gerundios aparecen en los diccionarios.
Primero la palabra nueva se generaliza en el uso, después se incorpora a diccionarios regionales o especializados y, por último, pasa a los lexicones académicos. En materia de idioma, existe todo lo que está consagrado por el uso.
Estoy de acuerdo con usted, mi estimada profesora, pero es malo generalizar este concepto porque acabaría deformando el español, no tanto cuando acuñamos palabras nuevas, pero sí cuando usamos vocablos con sentidos demasiado alejados de los originales. Eso, creo que puede asimilarse en el habla popular pero no en los textos periodísticos y otros por el estilo. Los cubanos (es posible que en otros países ocurra lo mismo) tenemos la tendencia a escuchar e inmediatamente repetir las palabras que nos parecen bonitas o interesantes y muchas veces no comprobamos lo que significan en realidad. Yo, por ejemplo, he criticado el uso por los comentaristas y narradores deportivos del término “franquicia” como sinónimo de equipo o conjunto de jugadores.
Ha sido y es un error pensar que porque uno palabra no aparezca en el diccionario, bueno, hay varios diccionarios ya por lo que explica la doctora María Luisa, y muy bien planteado, si nos ajustáramos a las palabras recogidas por la RAE prácticamente no hablaríamos, pues de estas muchas no se emplean, magnífico artículo este