Una de las figuras más importantes en los equipos de trabajo permanentes en los órganos de prensa, impresa o digital, es el Editor/a, uno de los principales responsables de la calidad y la excelencia de los contenidos y las graficaciones, aunque otros profesionales también integran los colectivos de revisión en los medios de comunicación.
Cualquier periodista no califica para ejercer la edición, aunque a veces la carencia de personal idóneo obliga a nombrar en ese cargo a profesionales poco preparados.
Puede afirmarse que si en las páginas impresas o en las virtuales aparecen errores y gazapos evitables es, en buena medida, porque la edición ha sido deficiente. Quienes se dediquen a analizar y revisar los materiales periodísticos tienen que ser, por lógica, los de mayor experiencia en el correcto manejo de las palabras, las formas y los contenidos.
Al mejor escritor se le va una pifia, pero para suprimirla existe el Editor, el más avezado en avistar y arreglar, donde otros no vieron, las faltas en la escritura, el mensaje mal expresado, el débil contenido, el mal desempeño en el género escogido.
Hay periodistas que no se identifican con los razonamientos de los editores. Conocí una redacción en la que los periodistas evitaban escribir cuando había cierto Editor de turno porque “no dejaba pasar una”.
También existen colegas que adoptan posturas intransigentes ante un llamado de atención, y no aceptan su compromiso con lo que quizás hayan redactado con mucho amor pero poco cuidado.
Otros, los más, agradecen el señalamiento atinado que les evitó un mal rato, tanto a quien se equivocó en su texto como al órgano de prensa en cuestión. Forma y contenido son dos categorías inviolables, pero olvidadas a veces entre los que redactan, como si tocaran un piano sin afinar.
Hay quien escribe con acierto, pero al material le faltan antecedentes y no alcanza el propósito pretendido, o está vacío de propuestas capaces de interesar a los lectores.
Ahí es donde entra en juego el Editor, facultado además, para devolver una pieza que no responda a los requerimientos del medio, lo cual quizás es el paso más drástico. Pero sí le cabe el deber profesional de añadir elementos que enriquezcan los materiales, arreglar las barrabasadas que se cometen o proponerle al autor que lo redacte de nuevo.
Observamos, en la prensa impresa y sitios web, que hay textos en los cuales son recurrentes vicios como: palabras repetidas, faltas de concordancia, olvido de las imprescindibles preposiciones, nombres comunes escritos en mayúsculas, como si fueran propios. Por ejemplo, Acto Nacional por el 26 de julio.
Dichos trabajos llegan al Editor sin una revisión concienzuda de sus hacedores, quienes posiblemente no leyeron dos veces el material que escribieron. Una buena práctica para el redactor puede ser leerlo en voz alta.
Arsenales de textos acerca de cómo redactar buenos contenidos, exponer con claridad las ideas y usar estilos directos, entre otros tópicos de interés, pueden ser consultados en Enciclopedias virtuales y en caudales de compendios. La superficialidad, entonces, no se justifica.
Algunos redactores incluso comienzan sus notas de un buen tema, lead interesante, cumpliendo las normas del género. Pero no logran la dinámica interior de los párrafos siguientes y la redacción se desmorona y queda detenida en la mediocridad impuesta por la prisa, el desconocimiento del asunto o la simplicidad del autor.
Cabe a los Editores, por tanto, garantizar un contenido que se corresponda a la línea editorial de su medio, cumpla con las normas internas de redacción, y sobre todo, transmita las ideas de manera clara, aun cuando se trate de una pequeña información.
La figura del Editor se torna esencial en esta época, cuando las redacciones cuentan con un importante número de jóvenes recién graduados que empiezan a hacer periodismo. Aunque algunas nombran en el cargo a alguno de esos muchachos, que primero deberían acumular años de trabajo para poder analizar lo que hacen los otros desde una óptica cualitativa y un magisterio y para transmitir conocimiento real.
La frase “escribiste un macarrón¨, antes recurrente en las redacciones, pasó a mejor vida. Y no se trata de que ahora se escriba mejor o peor que 30 años atrás, sino que muchos han olvidado que los más experimentados están en el deber de alertar a quienes pueden convertirse en magníficos redactores.
Gran tarea para los Editores que se toman en serio, muy en serio, su función en la prensa cubana.
Bienaventurados aquellos que los reconocen a esa figura bien llamada “los magos de las teclas” como guardianes de sus firmas y de sus eventuales premios periodísticos.
Excelente tema, bien expuesto; parecerá paradójico, pero pocos gustan que se digan estas cosas, muy necesarias por cierto, pero no para burlarse o asentir, sino para meditar y superar los níveles actuales de nuestros medios. Saludos, Lidice, por tu iniciativa, ojalá desate otras opiniones, que ahonden o discrepen, siempre desde el respeto y la ética que nos debemos