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No soy un periodista ingrato

Su experiencia profesional en más de 30 años lo ha coronado como uno de los más distinguidos periodistas de Cuba.

Así se califica Enrique Ojito Linares, al reconocer que sus innumerables premios son resultados del acompañamiento y respaldo de la dirección de Escambray

Por LISANDRA GÓMEZ GUERRA

No ha necesitado de una estatura a lo “tipazo de Hollywood” para impresionar. La talla de sus escritos con vocablos entrelazados con preciosismo levanta la vista u oídos de hasta las más hieráticas personalidades. Una distinción natural que junto al inequívoco olfato para valorar su contexto han coronado a Enrique Ojito Linares entre los profesionales del gremio periodístico más distinguidos a nivel de país.

Y no solo su destreza en la técnica periodística se evidencia en sus materiales punzantes sobre tópicos escabrosos de la realidad de la nación, sino que se la pone en las manos de quienes buscan cobija bajo sus saberes.

Quizá ni él mismo recuerde que una de las primeras lecciones al iniciar este complejo camino profesional me la dio con esa humildad muy propia que le impide, aunque quisiera -vanagloriarse como uno de los mejores-: “Un trabajo no se entrega sin título, sumario y el punto final”. A lo largo de este sendero de aprendizajes constantes han llegado otras muchas.

Pero Ojito -como le nombramos sus colegas- no es de esos intelectuales arropados con etiquetas de superioridad y figura inalcanzable que camina desde hace más de 30 años por los pasillos del periódico Escambray, y un poco menos, sobre todo en los últimos tiempos, por Radio Sancti Spíritus. Con un sentido del humor muy propio, desordenado hasta la médula y parrandero, lo mismo al ritmo del cancionero de la vieja trova yayabera, que entona a garganta abierta al calor de una buena parranda, o sus típicos movimientos danzarios hasta con el popular Me voy de Cimafunk, construye también su distinguida historia, con raíz en Bacuino, un otrora pobladito plantado a fuerza en el medio de la sabana del actual municipio de La Sierpe.

¿Cómo recibió la familia que tendría un vástago periodista, lo que exigió, en ese momento, trasladarse hasta Santiago de Cuba?

-Ciertamente, mi papá me creía abogado, no por una imposición suya; sino porque yo había vencido —desde mi impresión de estudiante— la entrevista de captación que al menos ese curso realizaron los profesores de la Universidad Marta Abreu de Las Villas en la Escuela Vocacional Ernesto Che Guevara, donde estudiaba. Además, soplaba otro viento a favor: la disponibilidad de plazas era alta. Con mi escalafón, tenía prácticamente la carrera de Derecho en el bolsillo.

“Sin embargo, para ese entonces la ilusión de ser periodista ya rondaba por mi cabeza, y en ello resultó decisiva mi incorporación a un círculo de interés, que era atendido por colegas del periódico Vanguardia, de Villa Clara. Leía de todo: buena y mala literatura —a esa edad, esas fronteras están desdibujadas—; devoraba periódicos, revistas…

“Pero, en aquellos tiempos resultaba difícil lograr la carrera de Periodismo por dos razones; por un lado, no siempre se ofertaban plazas y, por otro, cuando sí ocurría, el número era reducidísimo, tal como sucedió en mi curso, con dos opciones. A la postre, nos llevamos el gato al agua Juan Antonio Borrego —director de Escambray por más de 20 años y corresponsal de Granma en Sancti Spíritus—, un guajiro de Jicotea, Yaguajay, y este servidor, que vivió sus primeros seis años de vida en Bacuino, hasta que la presa Zaza se tragó la casa donde vivía en 1972.

“En fin, mis padres acogieron gratamente la noticia, que, por cierto, no se las di yo; sino mi amiga y compañera de pupitre Idania Olaya. Y junto a Borrego, emprendí camino hacia la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba, con flaco maletín y los botines, al mejor estilo cowboy, que me había regalado mi abuelo Cachón. Hacia allá partí con la avidez de conocer la ciudad del Cuartel Moncada, que me deslumbró desde las lecciones de Historia de mi maestro de primaria Jorge Lazo y la lectura de El juicio del Moncada, de la colega Marta Rojas. En Santiago sobreviví con el estipendio universitario y los 30 pesos, que, religiosamente todos los meses, me enviaba a través de un giro postal mi mamá, auxiliar de limpieza cuando aquello. Santiago nos deparó excelentes profesores y allí coseché, también, excelentes amigos”.

-¿Cuánto hay del niño que corrió descalzo por la sabana sierpense en el periodista espirituano más premiado?

-Queda el sentido de la curiosidad, vital en nuestro ejercicio profesional. Recuerdo que cuando llegaba de la escuela por el mediodía, almorzaba, y antes de acostarme un rato a descansar, leía lo mismo las Aventuras de Guille, de Dora Alonso, que Colmillo Blanco, de Jack London. Más de un cocotazo me gané porque llenaba la pared con las palabras que no entendía, cuyos significados buscaba más tarde en el diccionario Aristos de mi papá.

“Luego de descansar, iba para lo que llamábamos círculo de estudio, y después salía a mataperrear descalzo por los terraplenes, de polvo rojo puro; otras, a cazar palomas con tirapiedras… Muchas veces, iba a ver cómo los constructores montaban, con la ayuda de la grúa, las piezas prefabricadas para hacer los edificios. Me quedaba lelo viendo aquello. Cuando mi familia se mudó para La Sierpe, esta tendría cinco o seis edificios en pie nada más. Por suerte, esa curiosidad por saber aún no ha muerto en mí”.

Has roto con el estereotipo de que para ser conocido hay que trabajar en medios de la capital del país. ¿Cómo ha sido posible?

-Nunca me he puesto a pensar en ello. Me interesan que me conozcan los lectores, las audiencias, en general; diría mejor, me interesa que me lean, porque, de lo contrario, qué sentido tendría que ejerza el Periodismo. Por otra parte, por varios años integré el jurado del Premio Nacional José Martí por la obra de la vida y del Juan Gualberto Gómez por la obra del año, así como del entonces Festival Nacional de la Radio, en este último, fundamentalmente, en las categorías de géneros periodísticos y programas informativos. Hice radio en Santiago de Cuba y sigo haciéndola en Sancti Spíritus. He asistido a varios congresos de la Unión de Periodistas de Cuba (Upec), Festivales Nacionales de la Prensa Escrita…; he visitado varias provincias para asistir a eventos de diversa naturaleza, y está, además, la obra periodística individual, que te puede hundir o salvar como reportero, al alcance de todos gracias a Internet. Todo ello influye.

Tres premios y tres menciones Juan Gualberto, más otro cúmulo inmenso de lauros engordan tu currículo. ¿Cazador de certámenes?

-No soy cazador de certámenes. Mis resultados más significativos en lo periodístico: el Premio provincial Tomás Álvarez de los Ríos por la obra de la vida y el Juan Gualberto Gómez partieron de propuestas de mi delegación de base y de otras de la provincia. Uno no se postula por iniciativa propia, y lo veo muy acertado.

“Afortunadamente, la Upec posee un consolidado sistema de premios, algunos de estos auspiciados en coordinación con otras instituciones. No ando cazando las convocatorias, que son las mismas cada año y están al alcance de todos. Por lo menos, en mi delegación de base, siempre se socializan.

“Los premios no me obsesionan; sencillamente, concurso cuando le veo cierto valor a una obra. Pudiera parecer increíble, pero he disfrutado el premio concedido a un colega en una categoría en que he participado. Es sano quitarse el sombrero ante la calidad de la obra de tu contrario; lo otro sería soberbia matrimoniada con petulancia”.

Entre las tantas obras premiadas, ¿con cuál o cuáles has sentido mayor satisfacción?

-Cada premio y cada mención tienen una historia detrás. Por ejemplo, pese a mis limitaciones visuales, me pasé toda una noche-madrugada encima de un bote en medio de una presa en Palma Soriano para relatar la vida de un pescador y llevarme grabado todo ese ambiente sonoro nocturno, vital en la radio.

“Comentario aparte merecen las versiones para la prensa escrita y radial —siempre en coautoría con mi compañera Arelys García— de las entrevistas a René González, Ramón Labañino y a Gerardo Hernández, tres de Los Cinco. Abordarlos desde perspectivas menos tratadas era un desafío.

“He disfrutado con similar pasión el premio a un artículo que versó en torno a la deserción de médicos cubanos en cumplimiento de sus misiones en el exterior, a un reportaje de denuncia del robo de materiales de la construcción en las entonces obras de la Batalla de Ideas, o al noticiero Al Día, de Radio Sancti Spíritus, porque, en este último caso, era frente al Noticiero Nacional de Radio, de Rebelde, dirigido por el colega Demetrio Villaurrutia, un programa de excelente factura y del cual aprendimos muchísimo.

“No soy un periodista ingrato. Parte de esos premios, en lo esencial aquellos relacionados con el tratamiento de los claroscuros de la realidad cubana, de asuntos álgidos y problémicos, no sintieron la picota de la censura por la dirección de Escambray, que asumió responsablemente su publicación”.

¿Cuánto valor le das a la investigación en el ejercicio periodístico?

-La veo como el esqueleto de nuestro ejercicio profesional. Como modalidad periodística, el Periodismo de investigación resulta excepción y no regla en Cuba por diversas mediaciones que ahora no vienen al caso. La investigación te allana el camino hacia la contrastación de fuentes, le imprime credibilidad e integralidad al producto comunicativo, te distancia del periodismo de impresiones, y algo relevante, te inmuniza ante el posible error.

Has sido reportero de hechos importantes, incluso has estado cerca de los principales líderes políticos de nuestro país. ¿Qué cobertura has lamentado no hacer?

-Por tener los pies afincados en la tierra, nunca he soñado con coberturas imposibles. Me propongo lo que puedo lograr. Quizás sea un poco conformista en ese sentido.

De verbo fuerte y claro, Enrique Ojito Linares ha alzado su voz en múltiples escenarios, donde se desnudan los posibles cauces para hacer un Periodismo más cercano a la Cuba actual. Enemigo a ultranza de la burocracia y la censura, el reportero estrella de Bacuino, como lo bautizara una colega, conoce bien que la lucha contra los molinos de viento precisa de inteligencia, constancia y agudeza.

-Una vez dijiste en una entrevista que a la prensa le falta “osadía y profesionalidad”. ¿Cuánto hace Ojito para revertir esa carencia?

-En la producción científica de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana he encontrado determinadas luces, señales sobre las limitaciones de nuestro ejercicio profesional. Hay que leer y releer esas investigaciones. Intento no repetirme en lo formal, lo cual es bien difícil; intento, de cuando en cuando, hurgar en determinado tema que promueva la diversidad de criterios, que levanta la oreja, sustentado, claro está, en la intencionalidad editorial.

Uno de los más recientes temas bet seller que abordaste fue el suicidio. ¿Transgrede tu rutina como lo haces con la agenda mediática?

-No suelo transgredir mis rutinas diarias. En cierta ocasión le confesé a una colega que andaba comprando horas. El tiempo sigue siendo para mí una un “monstruo invisible”, como lo tildó la poetisa. Mis días se van entre el periódico, la radio, la universidad y la familia.

¿Por qué adueñarse del mundo de los sonidos, no solo como periodista, sino como director de programas?

-Aunque mi dinámica como director de programa ha disminuido en relación con los febriles de los 90 y primera década de este siglo, disfruto unir las piezas de un rompecabezas como lo es, por ejemplo, un programa informativo. Se trata de convertir las diferentes especialidades: periodismo, realización de sonidos, locución… en un discurso radial coherente, único y artístico. Ello precisa de respeto al criterio del otro, de paciencia y de autoridad, no impuesta; sino ganada.

La docencia ha sido otro camino domado, ¿cuál es el librito de Ojito?

-Como profesor debo tener una y mil carencias metodológicas. Suelo dedicarle mucho tiempo a la preparación a cada encuentro. Los alumnos te ponen la varilla alta, preguntan sobre el contenido de la clase y del más allá; por supuesto, que eso es válido; pero exige que te cultives constantemente. Trato que el diálogo prime en la clase, y que la clase esté conectada con la hora y el minuto que viven Cuba y el resto del mundo.

¿Proyectos que desnudarán otro tema álgido?

-Hoy por hoy me estoy replanteando mi vida profesional por una razón mayor: hace tres años me diagnosticaron retinosis pigmentaria. La noticia me llegó como una daga. Y, en consecuencia, mi reporteo en la calle, que es lo que más disfruta un periodista, ha ido de más a menos. Lamentablemente. En estos últimos tiempos, me he recordado mucho de mi papá; él me enseñó a no tirar la toalla, ni en las peores circunstancias. Por suerte, he tenido como mano derecha a Arelys, quien me ha acompañado a más de una cobertura. Tampoco puedo sentarme en un sillón a esperar que las noticias me caigan del cielo. Por todo ello, esta última mención en el Juan Gualberto Gómez la he saboreado como si fuera un premio.

“Más de un proyecto me mantiene en jaque ahora mismo, que emprenderé a su debido tiempo. Si te los confieso, dejarán de ser primicia, y en Periodismo hay que intentar siempre de decirlo primero. ¿Estás de acuerdo?”.

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Redacción Cubaperiodistas
Sitio de la Unión de Periodistas de Cuba

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