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Me ha hecho periodista el meterme entre los espirituanos de a pie

Elsa Ramos Ramírez trabaja en Radio Sancti Spíritus desde que egresó de la Universidad de Oriente.

Revela Elsa Ramos Ramírez, merecedora, por segunda ocasión, del Premio Nacional de Periodismo por la obra del año, Juan Gualberto Gómez

Texto y foto: LISANDRA GÓMEZ GUERRA

Aquel día que firmó la boleta de las carreras universitarias con el impulso de haberle gustado el nombre confirmó, sin saberlo, su vocación. Luego se enteró que debía sentarse en las sillas de la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba, un lugar al que solo había llegado por las clases de geografía y, un poco más tarde, descubrió que con el Periodismo, mucho más que una relación amorosa, había encontrado su otra mitad.

Con los miedos propios de una joven de 18 años, desconocedora de lo existente más allá de la nariz de Caracusey, un poblado desparramado a la orilla de la vena que conduce desde Sancti Spíritus a Trinidad, Elsa Ramos Ramírez aterrizó en los Altos de Quintero. Además del desafiante lugar, le ofreció la bienvenida la primera noticia que le estremeció: no había realizado la prueba de aptitud, requisito indespensable para tras su aprobación ingresar a la Licenciatura de Periodismo.

Tras recorrer más de 600 kilómetros con un maletín con más incertidumbres que ropa, el retorno no sería la primera alternativa. El entonces profesor Rafael Lechuga asumió la responsabilidad de hacerle el examen. La primera vuelta resultó un verdadero suplicio. Poco sabía ella, entre idas y venidas descalza por las guardarrallas o tumbando mangos, qué  movía el contexto internacional.

Ambos tomaron un suspiro. Quizá el experimentado docente olfateó el talento. Volvieron a la carga y, en pocos minutos, desbordó el papel en blanco con muchos sentimientos.

A la vuelta de más de 30 años de aquella jornada, recuerda que el nerviosismo solo le dejó escuchar una broma que asumió con mucha seriedad: “Aunque sea serás una periodista mediocre y así en tu pueblo pueden decir que hay una”.

Pasados cinco años, la universidad de Santiago de Cuba la despidió como la mejor estudiante en la esfera docente de la Licenciatura de Periodismo. Solo el umbral de lo que es hoy: una de las firmas más reconocidas a nivel de país no solo por certámenes nacionales e internacionales, sino por el resultado de un trabajo sistemático que, mayormente, urga en los escollos de la realidad de nuestra nación.

-¿Cuánto te aportó la temporada en la Ciudad Héroe?

-Lo primero fue conocer a un grupo de personas que me ayudó a pasar los difíciles cinco años. Difíciles no por la carrera en sí, sino porque era la primera vez que me iba de la saya de mi mamá. Me demostró que tenía que concentrarme en el estudio. Siempre fui estudiosa, pero no aplicada y organizada. Ese Santiago de Cuba me fue diciendo que para lo que iba a ser después, precisaba de muchas horas de dedicación. Definitivamente, me ayudó en ganar disciplina y en ser una mejor persona.

-¿Esa vida agitada, detrás de la mejor noticia nació, entonces, con la dinámica santiaguera o es herencia de Caracusey?

-Siempre fui así. Mi mamá dice que era muy intrusa, hiperquinética. Pero, realmente aprendí eso al llegar a Radio Sancti Spíritus, donde trabajo desde mi egreso de la universidad. La academia te da la base, pero no tuvimos toda la práctica que hoy tienen los estudiantes, quienes desde el primer día en esos periodos ya son parte activa de nuestras redacciones. Tuve que esperar a graduarme para entender que la radio exige de esa dinámica. Tanto es así, que al principio tenía mucha avidez por conocer, escribir y mientras esperaba por una reunión que demoraba en empezar, por ejemplo de los CDR -mi primer sector- redactaba una crónica.

-¿Qué significa ser periodista?

-Cuando descubrí, poco a poco, este mundo, en el cual cuando dices o escribes una palabra, las personas te critican o se atreven, incluso a citarte, entendí que era una responsabilidad muy grande porque no puedes hacerlo con lo primero que te venga a la cabeza.

“Ha sido una responsabilidad muy fuerte, también, porque las personas creen que los periodistas tenemos que saber de todo por lo que la actualización y preparación se han convertido en una obsesión. En la calle, lo mismo te preguntan de un juego de pelota o de lo que pasa en Venezuela.

“Aunque a veces, como a todos los del gremio, me repugna, sobre todo tras el paso de 30 años, por no saberle dar otra vuelta al tema que ya lo has tratado tres o cuatro veces, me ha enseñado que hay que desdoblarse; buscar fuerzas donde no hay y asideros, donde a veces no existen. Estar después de tanto tiempo -aunque seguro es porque no aprendí a ser nada más- también ha sido porque algo bueno me ha dejado. Y, claro, muchos han sido los momentos que me han dado esas gratificaciones”.

-¿Cómo logras con tanta naturalidad moverte entre los discursos de la prensa escrita, radial y televisiva?

-No es tan natural. Pero, debe ser por haber comenzado por la radio. Ese medio me ha obligado a conocer todos los temas. Al inicio trabajé en un programa de opinión Contacto 26, el cual me permitió indagar en diferentes asuntos y a ejercitar la locución periodística -aunque no tenga una bonita voz-. Me obligó a buscar discursos que toquen a un mayor número de personas.

“A Escambray llegué en mi peor momento personal. Había fallecido, recientemente, el padre de mi hija y estaba sola con ella, pequeña y enfermiza. Juan Antonio Borrego, su director, me propuso escribir de un tema que me fascina: el deporte. Le dije si lo pienso, te digo que no. Por tanto, empecé a escribir. Ya suman 20 años”.

“La entrada a la televisión significó un poquito más de respeto porque tiene otra dinámica y rompía con mis rutinas. Pero, el trabajo en un programa de opinión en la radio te da el fogueo necesario para hacer uno de ese mismo corte en el mundo audiovisual. Cuando te aprendes la técnica, lo demás fluye porque el Periodismo es el mismo en los tres medios”.

La agenda de Elsa Ramos Ramírez devela inmediatez y omnipresencia. Informaciones, entrevistas y opiniones archivan la pluralidad de la vida misma: las causas del fuego del punto de transmisión de San Isidro; la agonía de Frederic Cepeda al intentarlo desaparecer de la historia del béisbol cubano; los escapes de la ruta de distribución del gas; el robo de materias primas, comprobado al esconderse en un platanal; la ausencia de la papa en los mercados espirituanos; las alegrías del más humilde anegador del Sur del Jíbaro; el sabor de la medalla de oro del equipo femenino de baloncesto… No solo su voz, detrás del micrófono y las planas del semanario provincial los develan. También ha sabido conducir muchas de las riendas de los sucesos como directora de programas radiales.

Muchas fuentes resistentes a tu ejercicio crítico han impulsado análisis desagradables e innecesarios y siempre tu respuesta ha sido no deponer las armas ante sus intenciones de negar tus argumentos. ¿Cuánto te ha costado ser una mujer con convicciones, palabra y principios?

-Salud, porque en esta profesión se vive con mucho estrés. Pero esos sucesos han sido gratificantes porque eso es ejercer el Periodismo. Esos altercados me han obligado a prepararme mejor y a buscar asideros que me respalden a la hora de trabajar. Estudio lo que dice mi Constitución, el Código de Ética de la Unión de Periodistas de Cuba (Upec) y los documentos rectores del Partido Comunista de Cuba (PCC), para con argumentos demostrar que nos toca como profesionales decir y analizar cualquier fenómeno. He tenido como máxima que la mayoría de las fuentes van a estar por un tiempo y nosotros siempre nos quedamos

“El periodismo es un desafío. Enfrentarte y buscar con todas las armas que tengas en tus manos para llegar a la verdad forma parte de lo que somos.

“Me place llevarme bien con casi todas mis fuentes, pues después de halarnos los pelos –para llamarlo de alguna forma-, la vida sigue. Sin dudas, hechos de ese tipo es de las mejores cosas que me ha quedado de esta profesión”.

-¿Cuál ha sido el material que más dolor te ha causado?

-En tantos años he escrito muchos que me han dado dolor. Pero, en Apartado popular, otrora programa de Centrovisión, conocí el dolor humano. Tropecé con casos que nunca imaginé que existían. Recuerdo uno que me marcó profundamente. Fuimos a Las Tosas, donde residía un hombre discapacitado en condiciones infrahumanas, abandonado por la sociedad y la familia. Tanto es así, que se escondió al vernos. Cuando hicimos el trabajo, volvimos al tiempo para darle seguimiento y nos recibió otra persona. Nos habló. No se escondió. Me abrazó. Debí sacar fuerzas para terminar la grabación.

“A veces las personas tienen imágenes torcidas de una porque me han preguntado hasta tú estás llorando. Claro que lo hago y mucho porque soy un ser humano. El periodista que no tiene ese tipo de sentimientos no puede escribir con pasión.

“Otro trabajo fue en la comunidad trinitaria El oro. Llegé con la misión de redactar un reportaje sobre lo vivido allí tras el paso de un fuerte huracán, pero la realidad que me recibió fue otra. Había mucho dolor popular, arraigado de años y muchos problemas. Enseguida me abordaron e incluso llegaron a cuestionar a la prensa porque aseguraron que no iba a publicar lo que me decían. Al irme me regalaron una rosa roja.

“Eso me enseñó que el periodismo tiene, también, de humildad. Nosotros no tenemos que resolver problemas, pero sí podemos aliviarlos. Por hechos como esos vale la pena haber estudiado y ser periodista”.

-Ser popular tiene un precio…

-Carísimo. Creo que todos los periodistas somos personas públicas más que populares. Por suerte, -aunque nos cuestionan porque aún nuestra prensa dista de lo que se necesita- todavía nos buscan porque confían cuando fallan otras estructuras. Cuando damos a conocer algo, la sociedad -por lo menos- se mueve.

“Verdaderamente, siento mucha alegría cuando me reconocen por la voz, porque eso da la medida de lo que significa la radio –aunque para muchos del gremio sea como un hijo menor-. Esa es la parte buena del asunto.

“Sin embargo, he perdido totalmente mi privacidad. No me quejo, pero es la realidad. Las personas me buscan y no entienden que no puedo atender a todo el mundo. Trato como mínimo de orientarlas hacia donde deben buscar la solución a sus problemas porque, muchas veces, son muy personales. Lamentablemente, no tengo todo el tiempo que ellos desean y mucho menos edad”.

-¿Qué pasa cuando Elsa Ramos Ramírez pierde una pelea, sabiendo que no se ha equivocado? 

-Se puede entender como acto de autosuficiencia, pero he perdido tan pocas peleas que no me acuerdo ahora mismo de ninguna. Cuando una hace un trabajo crítico, los análisis tocan y no importa si te equivocaste o no, sino que criticaste. Se que me he equivocado, me lo han dicho hasta los colegas cuando he intencionado demasiado cierta pregunta, pero cuando publico el trabajo ya gané.

“Lo cierto es que he perdido pocos pleitos porque me he preparado para ir casi al seguro. Además de buscar siempre mis documentos para saber hasta donde puedo llegar para poner a la fuente en tres y dos. La máxima dirección política del país nos ha dicho que debemos hacer un periodismo más agresivo”.

-¿Y cuándo te han censurado?

-Creo que en Sancti Spíritus es donde menos se censura. No lo digo yo, lo dice nuestra prensa. Mi Código de Ética expresa que tengo el derecho de preguntar al director el por qué de la censura y he hecho eso muchas veces. Una veces he ganado, otras no. No me quedo callada porque no podemos hacerlo. Generalmente, analizo el contexto, busco ardides para introducir el tema enmascarado, maquillado. Cuando una lo hace y no pasa nada le gana a la censura.

“Apuesto por los temas tabú. Eso es periodismo. Y, sin dudas, en el medio, donde mejor me he podido realizar en ese sentido es  Escambray porque –y no es adulación- tiene un director que es periodista y sabe. Mi máxima siempre ha estado en ponerle el trabajo sobre la mesa con argumentos y él decide. La mayoría ha salido. No me puedo quejar, más que altercados con los directores de los medios he tenido mucha libertad”.

Con una agenda que no se vacía, desde hace un tiempo has desafiado el camino de la ciencia. Primero apostaste por realizar la Maestría en Ciencias de la Comunicación; luego por impartir clases en la Carrera de Comunicación de la universidad espirituana y, ahora transitas por la senda doctoral. ¿Reto personal o crees en la teoría?

-Las dos. Creo en la academia porque en ella me formé. Aunque la práctica te lo da todo, lo aprendido allí hace la diferencia. En el momento que llegó la Maestría tenía ganas de explorar. Creí que mi trabajo podía tener una salida desde la ciencia para explicar desde el interior un determinado fenómeno. Fue un reto porque me llegó cuando ya no era una joven y no tengo el mismo rendimiento de antes.

“Siempre me ha gustado estar cerca de la juventud porque me nutre mucho de su energía. No me pongo a competir, pero el día que yo sienta que no me pueda levantar y hacer un trabajo digamos como el de El oro, que no pueda disfrutar de un juego de pelota y después hacer un comentario, que no pueda pasarme un día entero caminando por la arrocera Sur del Jíbaro, ese día me diré que no soy la misma”.

“Lo del doctorado es un atrevimiento. Creo que ha sido la mayor locura de mi vida, pero después que la academia me aprobó, estoy intentando terminarlo”.

“Tengo en mi contra que no soy joven, pero sí tengo fuerzas. Por eso, dirijo  programas radiales e intento romper la rutina de trabajar temas de poca monta. Eso me llena de energía. Al igual que me ha hecho periodista el meterme entre los espirituanos de a pie”.

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Redacción Cubaperiodistas
Sitio de la Unión de Periodistas de Cuba

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