Por Sender Escobar
Esto fue una entrevista meteórica, dijo al terminar de responder las preguntas Eduardo Heras León, Premio Nacional de Literatura 2014 al que se le dedicó la recién finalizada Feria Internacional del Libro de La Habana. El profe Heras, como lo llamamos los estudiantes del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, me regaló, por así decirlo, mi primera entrevista con la que me estreno como periodista sui generis, en la que se reúne la experiencia, cierto aire de venerabilidad literaria, pero sobre todo la vocación de maestro. La vida premia a Eduardo Heras León, “El Chino”, con una de las más grandes virtudes humanas, la gratitud.
¿Cuándo Eduardo Heras León decide que va a dedicarse a la literatura?
No fue una cuestión de decisión, a los nueve años cuando mi padre me enseñó las primeras letras conocí la poesía y así empecé a enamorarme de la literatura. Tiempo después en la escuela de periodismo, alentado por mis compañeros empecé a hacer narrativa, me sentí muy a gusto, y así me hice cuentista, pero no fue una cuestión de decisión consciente.
¿Piensa usted que los años en que trabajó en Vanguardia Socialista funcionaron como una especie de tregua fecunda?
Al principio de empezar a trabajar allí, comencé a entender más profundamente la naturaleza de los seres humanos, llenos de virtudes y defectos, y lo que significaba la solidaridad entre los hombres. Eso lo aprendí en la fábrica. Allí conocí a gente maravillosa; comprobé que en la clase obrera estaba lo mejor de nuestra sociedad. Y es cierto que ese período en la fábrica funcionó como una tregua fecunda, en el sentido de que no abandoné la literatura, seguí escribiendo, e incluso la fábrica enriqueció mi experiencia cotidiana y me dio nuevos temas para mi obra futura.
Dijo Juan Gualberto Gómez que los honores ni se piden ni se rechazan, ¿dónde, cuándo y cómo, recibió la noticia que esta feria estaba dedicada a usted?
Bueno, eso fue prácticamente una sorpresa. El año pasado cuando se clausuró la Feria, nadie me había dicho nada, nadie me había avisado, y de repente el presidente del Instituto del Libro informó que me dedicarían la Feria al año siguiente, y eso para mí fue una total sorpresa, una enorme alegría que me costó trabajo asimilar, porque después de una vida entera dedicada a la literatura, que te reconozcan y te estimulen de esa forma, me parece que hace feliz a cualquiera.
Ya conocemos que este será su último año como director del centro Onelio, taller que ha ayudado a crecer a tantos jóvenes narradores, ¿experimenta sentimientos encontrados al finalizar esta etapa como director?
Sí, por supuesto que sí, me va a quedar un sentimiento de nostalgia muy grande, porque son veinte años de mi vida dedicados a esta labor. La suerte es que todavía existen los jóvenes y van a seguir existiendo, y yo que siempre he apostado por ellos, no los voy a abandonar, porque voy a seguir dando clases para ayudar al nuevo director y servirle de asesor. O sea, mantenerme en lo de siempre: amar la literatura y apostar por los jóvenes.
Tomado de La Trinchera