Las conjugaciones verbales sobresalen entre los retos del idioma. Para intentar dominarlas nada es mejor que recibir clases de buenos profesores de gramática, leer textos de calidad, buscarse interlocutores bien preparados y acudir a diccionarios y otros libros que las traten. Pero sin llegar a los desafíos de las conjugaciones hay en español dos verbos que expresan respectivamente esencia y estancia —ser y estar— y acarrean dificultades especiales a personas, instruidas incluso, nativas de otras lenguas donde ambas realidades se expresan con un solo verbo, como el to be del inglés.
El idioma italiano es también romance, como el español, pero tiene características propias, y un profesional italohablante se llevó un susto en Cuba. En una reunión de amistades quiso elogiar a la esposa de un colega cubano, y le dijo: “Tu mujer está buenísima”. Entre las carcajadas del grupo y la cara de tomate del marido de la dama elogiada —ella estaba presente y no disimuló su orgullo— se crearon condiciones para pasar parte de la reunión disfrutando el equívoco. El resultado habría sido distinto si, en vez de elogiar la bondad de la dama, el visitante hubiera querido referirse a alguna travesura cometida por ella y le hubiera dicho al amigo: “Tu mujer está malísima”.
No todo para en chistes, ni los errores se dan solo en personas que no tienen el español como lengua madre o carecen de suficiente escolaridad para sortear obstáculos. Ejemplos se oyen y se leen con frecuencia, como en lo tocante al verbo haber en su condición de impersonal, que expresa existencia, no en el papel de auxiliar (has acertado), ni en la equivalencia a tener. Esta la conserva, un ejemplo, en inglés —como en To Have and Have Not, novela de Ernest Hemingway—, y en español ha quedado para cultismos, como el eclesial habemos papa, prestogioso en el ámbito católico, y cuya variante en plural, habemos papas, causa euforia en ciertas circunstancias.
Género y número son importantes en el idioma, y habrá tiempo de recordar el valor del primero. Aquí solo se roza el del segundo para la ya mencionada conjugación del haber impersonal, y en aquellos conjugados solamente en una tercera persona que remite a orígenes atmosféricos: llueve, nieva, truena… Salvo intención metafórica, no se diría “Yo lluevo” ni “Nosotros nevamos”, ni “Ellas truenan”. Decir o escribir “Aquí habemos cinco personas” es un dislate. Lo correcto es “Aquí hay cinco personas”, porque ese haber es impersonal, a diferencia de —meras muestras— ser y estar: “Aquí somos o estamos cinco personas”, y vivir: “Aquí vivimos cinco personas”.
Tal vez, al leerlos ahora, nadie se sorprenda con esos ejemplos, pero las pifias inundan páginas impresas y discursos variopintos. Las cosas se enredan todavía más cuando haber forma parte de una estructura verbal compleja, como en “No puede haber más de diez estudiantes en cada grupo”, que tranquilamente se convierte, por error, en “No pueden haber más de veinte estudiantes en cada aula”. No se debe confundir ese haber con el auxiliar que interviene en la voz pasiva, como en esta oración correcta: “No pueden haber matriculado más de veinte estudiantes en cada grupo”.
Quizás la falta provenga de asociar mentalmente esa idea con expresiones del tipo de “No pueden participar más de diez estudiantes por grupo”, que es correcta porque participar es verbo personal, que admite esa conjugación y sujetos diversos, lo que no ocurre con el impersonal. “Hay o puede haber una piedra, o veinte, o cien”, y ellas no funcionan como sujeto gramatical ni determinan el número en la conjugación.
¿Acabará admitiéndose la incorporación de haber a la familia de verbos personales y, por tanto, aceptándose expresiones como “Habían quince personas reunidas”? El uso decide, se sabe, y no está para adivino el articulista. Pero arriesga un criterio: en una época en que —a diferencia de tantas otras— abundan recursos para la instrucción, aunque no en todas partes sean tan universales y democráticos como se dice, vale aspirar a que el idioma evolucione sobre la base del conocimiento, no de la ignorancia. Y arriesga otro juicio: las formas erráticas no vienen precisamente en hombros de la creatividad, sino de la inopia cultural o el descuido.
A diferencia de lo que ocurre al usarse dar al traste con, humanitario o favoritismo con significados opuestos a los que tienen, aunque tal estropicio lo promueven —no ciertamente por sabiduría— hasta graduados universitarios, “personalizar” el haber impersonal no implicaría una mutación indeseable de sentido. Podría considerarse una cuestión de mecánica del idioma. Pero tampoco se debe olvidar el peso de la costumbre, ni la actitud selectiva por la cual se aceptan o se rechazan ciertas conjugaciones.
Piénsese en los verbos llamados defectivos, porque no admiten toda la gama de conjugaciones, ya se deba ello a su significado —como en acaecer, atañer, concernir, despavorir y otros—, o porque algunas conjugaciones se eluden para no generar cacofonía, como en abolir. ¿Alguien dice “Eso lo abolo yo hoy” o “lo abuelo yo mañana”? Quien públicamente lo diga o lo escriba se arriesga a ser abolido de la lista de hablantes y escribientes instruidos y cuidadosos. Hoy al menos. ¡Al diccionario, pues, al diccionario!, que esta apretada nota no da para mucho más, aunque puede haber otras o quizás deba o tenga que haberlas.