Parónimo de simbología, pero asociado a malas representaciones verbales, el término anfibología incluye el prefijo anfi, del cual se verá aquí la acepción que interesa al tema: la de doble. Con ella interviene en anfibio, nombre dado a especies animales aptas para vivir en dos medios diferentes. Por asociación con ellas se ha dado el mismo nombre a vehículos bélicos preparados para desplazarse por agua y por tierra.
De ahí que anfibología se aplique a modos de habla o escritura que, lastrados por imprecisiones, no logran la univocidad necesaria para una comunicación clara. Se vinculan especialmente con la dualidad indeseada o errática, lo cual los diferencia de la dualidad intencional y hasta artísticamente acertada, como la presente, por antonomasia, en la polisemia, o pluralidad potencial de sentidos, que nutre la riqueza de la poesía. Pero ese no suele ser el caso de la comunicación que aspira a ser recibida e interpretada en sentido recto y claro, sin equívocos.
Dentro y fuera de lo poético se da un doble sentido tan propio de la picardía humorística como de la voluntad de insulto. Abunda en el habla popular, y a menudo se concentra en guarachas y otros géneros musicales, como los cultivados por Faustino Oramas, el Guayabero, a quien asiduamente debería rendírsele culto como acto de justicia y para contribuir a la erradicación de la grosería que pulula en la sociedad, no solo en algunas expresiones musicales, o así llamadas. Del doble sentido como insulto cada quien podría aportar ejemplos, y obras literarias en distintas lenguas muestran el uso del adjetivo original columpiándose entre el sentido recto y la acepción de tonto.
Como vicio del lenguaje, la anfibología concierne, más que a dualidades, a errores de construcción por los cuales no se dice ciertamente lo que se ha querido expresar, sino otra cosa. Un ejemplo: “Ella es una mujer casada con tres hijos”, afirmación a la cual cabría añadir una pregunta filosa: “¿Con tres hijos de qué está casada ella?” La humilde y eficientísima conjunción y bastaría para evitar equívocos y respetar prestigios. Su buen empleo salva a lectores y lectoras de recibir decires fallidos y tener que traducir lo que se les ha querido comunicar: “Ella es una mujer casada y con cuatro hijos”. Para no ser acusado de hacer un uso sexista del lenguaje, el articulista apunta que lo dicho vale también en este caso: “Él es un hombre casado y con tres hijas”.
En enunciados que agrupan oraciones subordinadas se debe tener bien en cuenta cuál es el sujeto antecedente de cada una de ellas. En una justa defensa del proyecto que, iniciado por Hugo Chávez, enfrenta una implacable campaña difamatoria, se afirmó: “A este panorama se añade la perenne guerra mediática contra la Revolución Bolivariana que pone en escena para el mundo un supuesto ‘desastre venezolano’”.
Rectamente leído, al margen de la voluntad de quien lo escribió, el texto convierte a la Revolución Bolivariana en el sujeto “que pone en escena para el mundo un supuesto ‘desastre venezolano’”. La debida claridad se habría logrado con otra sintaxis, o repitiendo lo que en ese contexto era menester repetir: “A este panorama se añade la perenne guerra mediática contra la Revolución Bolivariana, una guerra que pone en escena para el mundo un supuesto ‘desastre venezolano’”.
Sobre unos juegos deportivos se escribió: transmitirlos “representa una erogación importante para el estado cubano que la mayoría del público agradece”. Obviando que en Cuba no hay dos estados —uno que la mayoría del público agradece y otro que no goza de esa aprobación—, por lo cual después de cubano faltó la coma necesaria para que la oración siguiente fuera explicativa, no especificativa, apúntese que, aunque la mayoría del público agradezca la actuación del único estado existente, en ese contexto el complemento directo de la acción de agradecer es la erogación hecha, no el estado mismo. Por tanto, debió haberse escrito algo así: “Transmitir esos juegos representa para el estado cubano una erogación importante que la mayoría del público agradece”.
Se trata de decir, no solo querer decir, y no faltan deslices para recordar al novelista que, en giro aterrador, condenó a uno de sus personajes a estar “sentado en un sillón con los muelles afuera”. ¿Por dónde se le saldrían los muelles al pobre hombre?