Enrique de la Osa, nacido el 22 de febrero de 1909 en Alquízar, con solo 17 años publicó su primer artículo: Una semblanza de Trosky, en la revista El estudiante. Después, su prosa tomó lugar firme al lado de los explotados. Como sabía que las imágenes y los análisis, por hermosos y precisos que sean, no transforman la vida: apoyó la lucha: se envolvió en la violencia indispensable de las masas, respuesta a la violencia de los ocupantes del poder.
Sufrió persecución y cárcel, debió acudir al exilio. No fue inmaculado: existía, no era un ser fantástico. Su andar erró en ocasiones, alguna luz rara lo encandiló: por escapar del dogmatismo y otras heridas, creyó a veces en espejismos. Lógica incorporación luego del triunfo: director de Bohemia, del diario Revolución, autor de libros donde la historia estremece. Hasta el final de sus días, el patriotismo navegó firme en su corazón.
No olvido conversaciones y entrevistas sostenidas con él. “Debemos dar más información para que otros no informen y deformen; los periodistas deben estar bien informados para informar mejor: el pueblo lo necesita y merece. Un periodista que se respete, lee mucho y escribe mucho; a escribir se aprende escribiendo. Hay que escribir todos los días, aunque sea un párrafo o dos: así se obtiene oficio. Es imprescindible tener cultura, conocer los problemas económicos, políticos, ideológicos, artísticos…”.
Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida, sobresalió de verdad, por encima de condecoraciones y reconocimientos. Aseguraba: “El periodismo ganó, ante todo, pureza con la Revolución, pero falta calidad. Existen buenos periodistas, inteligentes, estudiosos, pero no les sacan lo que les pueden sacar. Hay una cantera joven magnífica, pero no se le guía correctamente siempre. Los que dirigen las publicaciones tiene que exigir y enseñar. Y para eso hay que saber”.
Había acompañado al Comandante en Jefe en la visita a Venezuela en 1989. Cuando aquello expresó: “Fidel habla lo más profundo con el léxico más sencillo y más asequible. No hay tema que no abarque y que no esclarezca, su perspicacia es única. La impresión de Fidel en Caracas es muy difícil de reflejar e interpretar. Es un canto latinoamericano a Bolívar y a Martí “.
Sobre Pablo de la Torriente Brau: “Guardé prisión con él, en el 31, en el Castillo del Príncipe y en la cárcel de Nueva Gerona. Lo recuerdo desnudo, con una gran barba que se dejó crecer, ejercitándose, sin perder el optimismo. Jovial y profundo, tomaba la vida en serio, sin abandonar la alegría. Era un periodista natural: se sentaba a la máquina y el reportaje salía de un tirón. Así escribió 105 días presos. Las más importantes obras testimoniales de esa etapa se deben a él y a Raúl Roa.
“Tenía fluidez, amenidad: sin eso no se puede ser buen periodista. Un hombre muy fuerte, muy saludable y muy valiente, con una prosa muy fuerte, muy saludable y muy valiente. Lo vi sombrío en una ocasión: estaba escondido, perseguido, condenado a muerte por la derecha que se había apoderado del poder y había diezmado la llamada revolución del 30. La Habana, en estado de sitio, todo apagado en la noche…”.
“Estaba triste porque no podía ver a su mujer: Teté Casuso, a quien amaba con locura; lástima que ella no estuviera a su altura ni siquiera en el querer. Cierta noche, no pudo más y se lanzó a verla: la localizó, la vio un momento en una esquina y regresó al escondite. Arriesgó la vida para verla varios minutos. Hasta fue ejemplo en el amor”.
Nació en la misma cuadra de Martínez Villena. “Y lo vine a conocer en 1927. Antes lo escuché cuando yo era adolescente: me puse pantalones largos y asistí a un mitin del Movimiento de Veteranos y Patriotas. El orador que más me llegó fue un joven atrayente, de verbo magnífico: era Rubén. Dijo, además, El mensaje lírico civil. Después fuimos compañeros de lucha”.
Lo admiró como poeta, “…más como hombre. Prefirió el combate y hasta su estilo cambió: del lirismo al llamado a la ofensiva. Talentoso, carismático, lo querían aun personas nada politizadas, y él lograba que hicieran algo. Durante el proceso comunista creado por Machado, Rubén estaba ingresado en la Dependiente: la lesión pulmonar asomaba por primera vez. Allí le pusieron soldados armados con fusiles en la puerta; el poeta los burlaba: se vestía y se escapaba a realizar misiones políticas”.
Después de recitarme El Cazador, De la Osa comentó: “Rubén no se cuidó lo suficiente, para entregarse a la Revolución. Mañach no podía comprenderlo, era demasiado hombre para Mañach. Conoces la polémica entre ambos: apoyé a Martínez Villena con una nota en Atuei. Rubén demostró que despreciaba sus versos con tareas más líricas, más humanas, trascendentales. A ellas, donó su poesía, sus pulmones”.
Lloré la muerte de Guiteras, mi amigo íntimo. Era la figura más importante de ese momento en Cuba, el que estaba mejor orientado en la batalla contra Batista. Antimperialista, socialista, aspiraba al poder para el pueblo con la única forma con que se podía tomar: con las armas en las manos. Sabía mandar al intelectual y al de acción. Atacado por la derecha, por el sectarismo, el infantilismo de la izquierda, dio grandes muestras de hombría. Su posición inclaudicable es herencia maravillosa”.
A De la Osa no lo podemos dejar morir. Es el mismo joven que le hizo la última entrevista a Guiteras y saludó el arribo del poeta proletario Regino Pedroso; enemigo, irreconciliable, en cuartillas y en la acción, de Grau, Prío, Batista, cómplices y titiriteros; alma de la sección En Cuba que elevó el periodismo de la mayor isla del Caribe, desde Bohemia, a alturas no alcanzadas. Mantengamos lo mejor de él en la primera línea de nuestras batallas, con sitio especial en la trinchera periodística.