Solo pasaron 16 minutos para que aquel tornado atravesara La Habana
Mayra García Cardentey
Marcel jugaba en su bañera con aquella ducha que crujía como avión a propulsión. Un ruido. Una ráfaga. Un chispazo de luz eléctrica. “Apaga la ducha”, gritó la madre de pronto. “Están explotando los transformadores”. Y el avión más cerca. Marcel entre toallas, todavía con el pato amarillo de plástico en la mano; recorriendo la casa en brazos del padre. Se cierran las ventanas. Las puertas resisten. Viento fuerte. Todo rápido. Todo tenso. Todo susto. Llanto. Marcel agarra el pato. Lo protege. El padre agarra a Marcel. Lo protege. “Parece un ciclón”, dice la madre. De lejos, una imagen difusa, amarillenta-grisácea; se divisan nubarrones con serpentinas de colores. Ruidos de avión cada vez más fuerte. 400 metros apenas más allá. Ruidos de avión que se aleja. Salió de allí, pero no exactamente de allí. Por suerte, sabrían después. Casino Deportivo, reparto residencial donde dicen que todo comenzó.
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Ania tiene varios meses de embarazo. Está hinchadamente bella. Hermosa. Casi con un pie en la calle, Armando le llamó que esperara, que todavía no podía pasarla a buscar a casa de los padres. Dos minutos apenas; y el mundo se vino abajo. Las ventanas cedieron como si fueran tablillas de papier maché. La mesa del patio voló como hoja. Mameyes en el suelo, como milagros de la providencia. No hay matas de mameyes ni a cinco kilómetros a la redonda. Una piedra entró por la ventana. Susto. Ruido. Le rozó el hombro a Ania y cayó justamente en el monitor de la computadora. Pasó tan cerca, que cinco centímetros hubieran sido una desgracia de la Física. Ania, y Ainoa (que todavía no le toca nacer), casi tienen otra vida. Dos minutos de suerte. Dos.
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Fabián sintió cómo los vidrios empezaron a caer uno tras otro. Tan cerca, tan espantoso que creyó que eran sus propias ventanas explotando como cafeteras. Tomó a su hijo y lo metió en el baño. Pero “mami, etá afuera”. La puerta del apartamento no abría. Fabián la empujaba, la pateaba, y la puerta no abría. “Mami”, del otro lado de la puerta, gritando también. Viendo cómo pasaba todo, como película frente a sus ojos. La escuela del frente se desbarataba como carro desguazado. Y ella afuera de la casa. En la puerta. La puerta que no abre. Pánico. Cajón de aire. Vidrios volando. Polvo. Pánico. El niño llorando en el baño. “Mami”.
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Yuset pensó que un avión se estrellaría encima de la casa. Incluso creyó que era una onda expansiva de alguna explosión. “Ahora sí se acabó el mundo”. Para su padre eran tanques de guerra invadiendo Guanabacoa. Una guerra natura. Una guerra no avisada. Casi tan costosa como las de verdad. Gritos de terror. La noche tan noche sin luz ni estrellas. Todo el barrio gritaba. Toda la gente gritaba. Pedazos de fibras eran sacados como barajas de los techos. Los autos eran legos disparados en plena calle; aplastados por postes, machucados contra la acera. Parecían pegatinas de metal en contra del concreto. Terror. “Fueron segundos, segundos nada más”.
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La Habana amanece. 28 de enero. Nada menos que el 28 de enero. “Fue un tornado, fue un tornado”, dice la gente y no lo creen. “Fue un tornado, un tornado”, dicen las noticias y tampoco lo creen. “4 muertos; más de 170 lesionados”, dicen los reportes de prensa. La Habana llora. Cuba llora. Y la gente está en la calle, extiende los brazos, intenta curar heridas. Llora y hace. Llora y ayuda. Llora y salva. Es 28 de enero. Nada menos que 28 de enero. “Ayudar al que lo necesita no sólo es parte del deber, sino de la felicidad”. Nada más que Martí; un 28 de enero.
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Hay momentos en que los muertos no tienen nombre. Cualquiera pudo haber puesto el suyo en aquella hora. Pero los muertos no cuentan historias. Los muertos no lloran. Los muertos no mueren ni tienen miedo. Ania sí; Marcel, Yuset, Fabián, “Mami”. Ellos lloran por los muertos, cuentan por los muertos. Y por sí mismos. Casi mueren. Solo pasaron 16 minutos para que aquel tornado atravesara La Habana. Solo 16 minutos… 16.
(Tomado de Alma Mater)
Historias como estas, contadas asi, nos llevan al lugar, nos presenta al miedo que resalta en los ojos húmedos de quien abraza con las fuerzas que da sentir que todo lo que se quiere se lo lleva el viento. Nos recuerda lo que realmente es importante, que lo esencial, cabe entre los brazos. Brindo por la suerte de leer, poder contar y escuchar y sobre todo por tener la oportunidad de empezar de cero cada vez. Ánimo!
Ya el imperialismo no sabe que hacer con el progreso de América Latina, por tanto mediante la subversión trata de socavar las ventajas que trae para los pueblos la integridad, tratan de tener mentalidades débiles, mal intencionadas, resentidos que son los personajes que emplean para este trabajo de la subversión, está teoria no siempre gana, ya los pueblos no son analfabetos, saben donde pueden traer sus ventajas, y objetivos a seguir para mantenerse Unidos.