Cuando llegamos a la esquina de la Avenida de las Américas los carros se detuvieron para que todos pasaran. Éramos muchos, una pila, un montón de muchachos. Marchando por el aniversario de la Universidad de Oriente. Adriel Bosch gritaba a menos de tres metros: “agáchense… a correr”.
En medio de la caminata el que no saltaba era yanqui y al que no corriera le pasaban por arriba. Todo eso ocurría al mismo tiempo, subiendo la Carretera Central a las dos de la tarde, en octubre.
No pudimos ir a la primera, pero sí a la segunda, la tercera, la cuarta… y la quinta marcha porque en ese año nos graduamos. En ese año también pasó un huracán y destruyó “la Siberia”. También tembló y se agrietaron las paredes que ya estaban resentidas por la lluvia.
Pero allí estaba aquella pared de cartón que nos separaba de los ruidosos de Comunicación Social. O los ruidosos éramos nosotros. Ya no lo sé, porque han pasado como seis años y solo quedan los cuentos.
Antes de marchar dábamos clases con Vicente Guasch. Apenas comenzaba el curso y nos decía que “esto se está acabando”. También tuvimos a Isel Fernández. Al aula había que ir “bonitos” porque “la televisión es imagen”. Las clases de Metodología se recibían en “idioma fonsequiano”, y apareció en el horario un profesor con nombre de escritor ilustre para impartirnos casi cuatro asignaturas en el mismo semestre.
Seis años después son otros los que suben “la Central”. Ya no lo hacen a las dos de la tarde. Ellos no conocieron “la Siberia” ni compartieron una pared de cartón con los de Comunicación.
Pero dentro de un tiempo contarán sus propias historias sobre las veces que se fueron a Ciudamar, a la casa de Argelia a trepar matas y bailar casino. Sobre aquel día que fueron al Moncada cuando estaban en primer año y después al Coppelia, que se volvió un santuario para algunos.
Contarán sobre las prácticas de agencias con Aida Quintero y las clases de Radio, de Hipermedia, de Metodología. Porque los que están frente al aula son los mismos que escucharon a Guasch decir su profecía en aquel podio de “la Siberia”.
Mañana ellos les darán los mismos cocotazos a otros que vendrán, y les contarán qué pasaba después de aquellas marchas loma arriba y bandera en mano. Un día abrirán “el Face” y encontrarán el selfie que se hicieron en la vigilia por Fidel y la foto de aquel seminario con el profe de Psicología. Comentarán su nostalgia desde donde estén, “donde fueron a parar”.
Dirán que menos mal que no es octubre, ni hay marcha mañana. Aunque pasen el resto de su juventud añorando subir la Carretera Central rodeados de amigos.