Por Roger Ricardo Luis e Iraida Calzadilla Rodríguez
Termina el año y, como es costumbre, llega el tiempo de los recuentos. Así sucede también con los hechos históricos que conmemoramos en este lapso, sean aniversarios cerrados o no (como si fueran puertas…), porque ellos también pasan su cuenta ¡y de qué manera!
El acontecimiento histórico más significativo del 2018 fue el aniversario 150 del inicio de las luchas por nuestra independencia (el Diez de Octubre, como todos lo llamamos en síntesis apretada de referencialidad), pero pasó y se fue como agua entre los dedos.
Decía el profesor Oscar Loyola en una entrevista concedida al colega Emilio Herrera Villa, publicada en la revista Bohemia, en el 2014, que “(…) la historia otorga un sentido de pertenencia, te impregna una identidad colectiva, te hace sentir que formas parte de un conglomerado humano, situado en tiempo y espacio, con problemáticas determinadas de las cuales no logramos escapar ni aunque vivamos a cien mil kilómetros de distancia”.
Lo expresado por el destacado historiador y profesor universitario ya fallecido, nos lleva a pensar cómo a las prácticas comunicativas en torno a nuestras fechas gloriosas le siguen faltando amor y rigor.
La Patria es nuestra casa mayor. Esta solo se erige desde los ladrillos que colocamos mediante la memoria histórica. Se trata del renuevo constante a través de la interrelación generacional, dándose lo viejo y lo nuevo que es así como se fragua la herencia, en tanto constancia de un vínculo dialéctico que nos hace crecer espiritualmente como nación.
La familia es el núcleo primigenio donde se siembra y crece el amor por lo legado y nos hace responsable del mismo. Esto es posible si conocemos y veneramos a quienes a lo largo del árbol de la vida hogareña son referentes patrióticos entrañables: desde el mambí al combatiente internacionalista, por citar un ejemplo. Pero eso se ha ido perdiendo y resulta decisivo su rescate, pues quien no conozca la historia que le corre por la sangre, poco podrá hacer por la de todos.
Un segundo escalón se encuentra en el barrio, la patria chica donde confluyen y comparten las historias familiares y se construyen con el imaginario colectivo los hechos locales y así se entretejen los pequeños-grandes relatos de tiempos vividos con sus singularidades, héroes cercanos y la mística que le otorga un halo de perdurabilidad. Ese es espacio peligrosamente cedido a la desmemoria, dejando así la puerta abierta a cuestiones y circunstancias que erosionan nuestra identidad.
¡Cuántas cosas se pudieron hacer para descubrir y reencontrarnos con estos 150 años de luchas por nuestra independencia!
Hubiera sido muy provechoso y hermoso que las escuelas y la organización pioneril – que por demás lleva el nombre de José Martí-, hubieran generado un movimiento para que los niños rescataran del baúl de los recuerdos a sus ancestros mambises; que los adolescentes y jóvenes, convocados por la FEEM y la FEU, y liderados por la UJC, volvieran sobre el pasado glorioso donde hoy se empinan, no bajo imperio de “esto es para ayer” en busca de cumplir una meta de llevar tantos o más cuántos a una marcha patriótica o trabajo voluntario, sino que fueran conscientes del homenaje que significa hacer un recorrido por donde floreció la historia a sangre y fuego, y rescatar a fuerza de machete y sudor algún monumento testimoniante de una hazaña, atrapado ente la maleza de la desidia, la ignorancia y el marabú.
Otro tanto hubieran podido promover los CDR y la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana para hacer o actualizar la historia de nuestros barrios con el concurso de la comunidad y dar a conocer, homenajear a tantos héroes cercanos de ayer y de hoy que se desdibujan con el paso abrasivo de la cotidianidad.
Estos son apenas dos ejemplos de movimientos que se pudieron hacer o hicieron a medias por falta de iniciativa, calor y vigor humano, por desinterés o simplemente porque no estuvo orientado desde “arriba”.
En esta encrucijada, nuestros medios de comunicación debieron también ser más proactivos en cuánto a la promoción de acciones de amplia participación popular.
Si bien es cierto que pudimos contar con trabajos y espacios de la más alta calidad por su valor investigativo y narrativo, donde prevaleció lo humano como eje conductor del relato, es decir, el héroe y los hechos en su complejidad, no es menos cierto que estos estuvieron en franca minoría.
Aún se sigue encerrando la historia en el corsé de una efemérides, en la pauta publicitaria, en acudir a la constante repetición de frases de discursos recalentados, de hacer entrevistas donde el entrevistador no logra establecer un diálogo enjundioso y diáfano con su interlocutor.
Qué decir de los logotipos alegóricos a la conmemoración. Terminan siendo empleados, más que por su valor artístico y simbólico, para contabilizar acrítica y cómodamente lo que aparece del tema histórico a lo largo de la campaña en los medios de comunicación.
En suma, se desaprovechó una oportunidad excepcional en un contexto nacional donde el pasado es necesariamente componente indispensable del presente por su altísimo valor simbólico y lo que representa para encarar el futuro.
Predominó, una vez más, la administración burocrática del acontecimiento histórico orientado desde una campaña que en su recorrido en el tiempo no fue capaz de saltar el viejo muro del lugar común. Tal vez faltó la concepción multidisciplinar en su ideación, proyección, seguimiento y, sobre todo, contar con el protagonismo de nuestros historiadores.
Hubo un momento que el proceso de discusión de la reforma de la Carta Magna remitió a un segundo plano la conmemoración de los 150 años del Diez de Octubre, cuando pudo desarrollarse una interrelación más allá de la historia de nuestras constituciones.
Fue una oportunidad excepcional para convertir la tantas veces enunciada voluntad política, en cuanto al valor y tratamiento de nuestra historia, en un hecho tangible en lo relativo a la transformación de “métodos y estilos de trabajo” y el “cambio de mentalidad” que con el tiempo parecen convertirse, peligrosamente, en un escudo donde se esconden quienes no quieren el cambio de mentalidad ni de los métodos y estilos de trabajo.
La historia es un referente indispensable para crear una visión crítica de la realidad y un protagonismo social transformador; es, asimismo, la columna vertebral del pensamiento, cuestión sobre la que hoy se enfila, como nunca, antes el modelo civilizatorio hegemónico a nivel global.
Frei Betto expresó en un encuentro de educadores efectuado en La Habana que, aunque se viva en un país socialista como Cuba, todos estamos sometidos a la hegemonía del pensamiento único neoliberal y de la economía capitalista centrada en la apropiación privada de la riqueza. El neoliberalismo, como un virus que se propaga casi imperceptiblemente, se introduce en los métodos pedagógicos y las teorías científicas, en resumen, en todas las ramas del conocimiento humano. Así, instaura progresivamente ideas y actitudes que fundamentan la ética de las relaciones entre los seres humanos y entre los seres humanos y la naturaleza.
En el conocimiento consciente de nuestra historia tenemos un referente para defender y preservar la cubanidad, la Patria. Desandar el camino para reconocer las piedras de los errores es no volver a tropezar con ellas. En la experiencia también radica la virtud.