El nuevo año comienza bajo el signo del referendo constitucional, es un augurio simbólico. Tendremos una Constitución mejor para un país mejor.
Recuerdo de mis años de bachillerato a un profesor de historia que afirmó en clase que España era un Estado en el que cada ciudadano tenía una constitución en el bolsillo… redactada por él mismo. Con ello estaba reafirmando las diferencias inherentes a la característica multinacional de ese país, a sus regionalismos y localismos.
En Cuba no tenemos esas diferencias; no obstante, sí tenemos multiplicidad de criterios comenzando por nuestros parlamentarios, que han votado, sin embargo, unánimemente el nuevo texto constitucional. Y justamente el papel de estos representantes del pueblo ha sido el de encontrar las fórmulas que mejor reflejen la realidad y las aspiraciones del país, cumpliendo simultáneamente con obligaciones internacionales asumidas por Cuba, características fundamentales de una ley de leyes. En el nuevo proyecto está la inteligencia integrada de todo nuestro pueblo, de la comisión redactora, de todos nuestros parlamentarios.
De dos cosas estoy convencido: la primera que el nuevo texto no puede satisfacer plenamente todas las expectativas de los ciudadanos; la segunda, que el voto de los cubanos dará un sí indiscutible a la nueva Constitución. Los cubanos después de participar en el referendo, vamos a querer también tener cada uno una constitución en el bolsillo, pero todas con el mismo texto.
Se ha dicho con toda razón que el proceso que nos condujo al texto que se someterá a referendo el próximo 24 de febrero no tiene parangón en la historia y no simplemente por la singularidad inherente a cualquier país, sino por circunstancias que tienen que ver con una práctica consolidada en el sistema político cubano: la de consultar con el pueblo.
Y junto con la masiva participación popular no pueden olvidarse tres momentos fundamentales.
El primero, que la sociedad cubana arribó al proceso de debate del anteproyecto después de haber participado en el análisis de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución y posteriormente en el debate de la Conceptualización, y de los planes económicos hasta el 2030, prácticas que no solo actualizaron a la ciudadanía sino que contribuyeron a enfocar su representación de la realidad del país de un modo sistémico, con una perspectiva más amplia y completa, que sirvió de punto de partida para un enfoque más claro y eficaz de los nuevos preceptos constitucionales, adecuados a las realidades de hoy y a las proyecciones socialistas actuales y futuras de Cuba.
El segundo se refiere al aseguramiento organizativo, material y humano de todo el proceso que convirtió al país en una gran escuela de constitucionalismo, que permitió integrar con fluidez los criterios de la ciudadanía; y a la transparencia en la gestión de la información generada por el debate. No hay democracia verdadera sin transparencia y este ha sido un proceso transparente, limpio, que puso de manifiesto lo que el pueblo propuso cambiar y fue cambiado y lo que la comisión estimó no considerar en el texto sometido a consideración de los diputados, modificado y finalmente aprobado por el parlamento. Más allá de las estadísticas que son inapelables, hay una urdimbre ética, reflejo de la cultura y de la identidad de intereses de las grandes mayorías.
El tercero, que en esta ocasión los medios de comunicación social dieron un seguimiento sistemático al proceso, sin sensacionalismos ni estridencias, poniendo la noticia en voz del pueblo y contribuyendo así a una subjetividad enriquecida a la luz de los aportes de la ciudadanía. Se ofrecieron programas informativos con reconocidos especialistas y académicos que profundizaron en la complejidad de los temas analizados, y se televisó un programa especial en el que el Secretario del Consejo de Estado, además de explicar las características del procesamiento de la opinión popular sobre el anteproyecto, informó los contenidos en los que hubo mayores discrepancias y respondió las preguntas del periodista que condujo el programa.
El debate sobre la nueva constitución movilizó a toda la sociedad, también a los jóvenes, que se interesaron en lo que estaba ocurriendo, participaron con mayor presencia que en procesos anteriores y comunicaron sus criterios, y no solo en las asambleas formalmente convocadas, sino en la vida cotidiana, donde muchas veces se revela más el interés real.
Este proceso caló hondo en la sociedad y todos aprendimos acerca del valor del ordenamiento constitucional y del papel de las leyes. Lo ocurrido, si bien siempre mejorable, no deja de ser un ejemplo de cómo deben siempre manejarse los asuntos políticos en un Estado socialista de derecho y un paso adelante en la conquista de toda la democracia posible.
Se demostró la capacidad de la sociedad cubana para actuar organizada y eficazmente en cualquier lugar del país en función de un propósito compartido de la envergadura que significa el de articular el consenso alrededor del nuevo texto constitucional.
Demostró también cuánto se ha avanzado en la comprensión del derecho de todos a expresar su criterio, sea este cual fuere, en el pluralismo político y la tolerancia hacia la opinión divergente, incluyendo las que fueron a contrapelo del ideal socialista y de la tradición revolucionaria en la organización política de la sociedad.
Se demostró que fue un proceso auténtico y no algo hecho para mostrar un expediente democrático, a la par que reveló la complejidad actual del país, sus contradicciones.
Y el pueblo en las urnas dirá la última palabra. Cuando nos toque ejercer el voto no aprobaremos algo que los demás deberán cumplir, sino algo sobre lo que todos tuvimos la oportunidad de expresar nuestro criterio y que una vez aprobado debemos observar y cumplir. El amparo que a cada ciudadano da la constitución se basa precisamente en ese deber de todos.
Mientras, hay algo que no recesa hasta que se vote la constitución, se rehagan y dicten nuevas leyes y se comience a convertir en letra viva la nueva carta magna y es el constante metabolismo socioeconómico de la sociedad, el día a día en la producción y reproducción de nuestra vida material y espiritual.
La nueva constitución proveerá precisamente un mejor marco para regular los comportamientos sociales en las actividades económica, organizativa, ideológica política y la propia actividad jurídica normativa, de modo que estas se alineen con los propósitos estratégicos comunes en la sociedad cubana, así como los comportamientos sociales, tanto de aquellos que quieren hacer las cosas bien, como los que no. Su importancia radica en ser la máxima expresión normativa del consenso social de los cubanos, que se confirma en la unidad nacional, el poder político del pueblo trabajador y en el papel del partido que al decir de Martí “existe seguro de su razón como el alma visible de Cuba”, principios todos que serán sometidos a ratificación por el pueblo en el referendo.
Democracia es participación, y la democracia socialista cubana, con sus virtudes y defectos ha dado muestras de su profunda raíz popular, la misma que explica por qué los enemigos de la revolución no han podido vencerla, por qué en medio de no pocas necesidades insatisfechas hay importantes reservas que permiten esta prueba de confianza mutua del pueblo y sus organizaciones e instituciones.
No es posible hacer un paréntesis hasta que se publique en la Gaceta Oficial la nueva constitución, como tampoco esperar que con ella mágicamente todo comience a resolverse. La nueva constitución es condición necesaria, imprescindible, pero no suficiente, las leyes son importantes, pero no más que la racionalidad el buen juicio para interpretarlas, la laboriosidad, la ética, la disciplina, la decencia, la organización, el civismo, la autoexigencia, el control social, la honradez.
El próximo año
El 2019 no será un año fácil. Debe ser un año de ofensiva revolucionaria, de cabal reconocimiento de nuestras realidades y de acciones en consecuencia. En el proceso de redacción del texto constitucional hubo sentido del momento histórico, se cambió lo que debería ser cambiado, pero no se agota ahí el paradigma de revolución que sintetizó Fidel.
Hay que desafiar poderosas fuerzas internas y externas, esto es, a los interesados desde afuera en frustrar el rumbo independiente, soberano, humanista y solidario que mantiene Cuba desde 1959, ahora envalentonados con el reflujo hacia la derecha en la región latinoamericana y caribeña y la política agresiva del gobierno norteamericano, y los que desde adentro obstaculizan el avance, la soluciones nuevas a viejos y nuevos problemas, sea por incapacidad, o por oportunismo, inercia, conformismo, egoísmo, mala voluntad o prácticas burocráticas y corruptas.
Hay que luchar con audacia, inteligencia y realismo, hay que desterrar prejuicios y hábitos obsoletos que solo frenan los cambios que el país necesita, hay que evaluar por los resultados, experimentar y aprender a gestionar los riesgos, ser agresivos con la aplicación de la ciencias técnicas, las ciencias sociales, la informática en los diferentes ámbitos de la vida social para crecer económicamente y en todos los órdenes. Pero siempre teniendo en cuenta aquello que nos legó Fidel cuando alertó que el incremento de las riquezas debe marchar al unísono con el crecimiento de las conciencias, porque puede que crezcan las riquezas y bajen las conciencias. Y no es posible hablar de construcción social de orientación socialista sin tener en cuenta la espiritualidad, la subjetividad, los valores, la conciencia.
Hay que propiciar los liderazgos naturales en cada lugar, contribuir a su formación y desarrollo, y poner al frente de cada eslabón de la actividad económica, social, política, cultural a los más capaces de concertar las voluntades colectivas, organizar y lograr resultados concretos.
La voluntad de hacer irreversible la opción socialista de los cubanos, en tanto garantía del humanismo y la justicia social de la revolución, se fundamenta en la cultura política predominante en la sociedad. En Cuba, las mayorías comprenden que es fundamental asegurarse que el mercado se subordine a la sociedad, que no imponga su jerarquía en el modo de vida y con ello comience la deriva hacia la pérdida de igualdad social, de soberanía, independencia e identidad cultural
La ideología neoliberal califica al propósito socialista de utopía, no de posibilidad real, y contrapone a la regulación del metabolismo socioeconómico con las reglas de la planificación socialista, el papel del mercado con un Estado limitado a recoger los escombros de sus efectos nocivos en la sociedad.
Esperar del predominio del mercado lo mismo que busca el socialismo es la verdadera utopía. ¿Qué tiempo resistirían los logros sociales de la revolución con tal paradigma liberal bajo la presión de las transnacionales y los estados capitalistas del primer mundo?
Por ello no puede imaginarse la imprescindible liberación de las fuerzas productivas en la sociedad bajo las reglas del liberalismo, sino precisamente bajo las reglas del socialismo, que son las de la planificación y la distribución con justicia del producto social.
Pero planificar no significa querer planificarlo todo y sí tener la capacidad de combinar los objetivos generales del plan con los espacios necesarios para la creatividad, la iniciativa, la gestión. En el orden organizativo se refiere a descentralizar todo cuanto sea posible articulando orgánicamente los esfuerzos a nivel local, regional y nacional en función de los intereses compartidos de toda la sociedad.
El 17 de noviembre del 2005 en la trascendental intervención en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, Fidel dijo que “…el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, de cómo se construye el socialismo.” y más adelante llamó a la juventud a profundizar, a pensar: “Hoy tenemos ideas, a mi juicio, bastante claras, de cómo se debe construir el socialismo, pero necesitamos muchas ideas bien claras y muchas preguntas dirigidas a ustedes, que son los responsables, de cómo se puede preservar o se preservará en el futuro el socialismo.”
El líder histórico de la revolución socialista cubana depositó la responsabilidad en la juventud y una nueva generación se hace cargo de los destinos del país. Tiene el desafío de enfrentar el presente y el futuro con creatividad, ideas claras, un discurso que fundado en los principios revolucionarios y socialistas, generalice y establezca la narrativa política que hoy requiere el país.
Toca ahora conocer y profundizar en el texto aprobado por la Asamblea Nacional del Poder Popular. A los parlamentarios, dirigentes políticos, comunicadores, especialistas, corresponde un intenso trabajo de argumentación y esclarecimiento que haga aún más consciente el voto de cada ciudadano el venidero 24 de febrero.
Bienvenido entonces el 2019, año de renovación y optimismo.