Por Antonio García Martínez/ Wired
WHATSAPP HA ESTADO en las noticias recientemente casi tanto como su matriz corporativa, Facebook. Durante la reciente campaña presidencial brasileña, un grupo de adinerados partidarios del eventual ganador Jair Bolsonaro, supuestamente pagaron a un ejército de cibercombatientes en WhatsApp para difundir mentiras sobre su oponente.
Una imagen sugería que el oponente de Bolsonaro, Fernando Haddad, planeaba distribuir biberones con forma fálica a los niños para contrarrestar la homofobia. Los partidarios de Haddad respondieron con sus propios ataques en los medios. Una industria brasileña de verificación de datos surgió para contrarrestar los rumores, y los propios analistas de los hechos pronto fueron objeto de una campaña de desinformación.
WhatsApp es muy diferente de Facebook, lo que lo convierte en una consecuencia de la empresa que lo absorbió. Para utilizar el lenguaje del marketing (popular tanto en Facebook como en WhatsApp), se trata de una “prueba A / B”, un experimento paralelo de diferentes condiciones que (en este caso) llevaron a resultados similares.
Primero, veamos los datos de WhatsApp entre los estadounidenses que, en general, no usan mucho el servicio. Es una aplicación de mensajería móvil ligera y minimalista, muy parecida a iMessage de Apple o Hangouts de Google, y mucho más simple que el Messenger de Facebook. En resumen, parece el proyecto semestral de desarrollo móvil para un estudiante ambicioso: puede enviar y reenviar mensajes a las personas en la lista de contactos de su teléfono y crear grupos con ellos. Eso es. (Más recientemente, agregó llamadas de voz y video).
Para aquellos que están fuera del universo de WhatsApp, podría ser difícil entender el impacto de la aplicación, o por qué Facebook gastó $22 mil millones para adquirir la compañía en la que trabajaban 50 personas. Yo tampoco lo entendía, hasta que me mudé a España en 2015 y pronto me di cuenta de que sería un paria social a menos que me convirtiera en un usuario de WhatsApp. En los países donde reina WhatsApp, la aplicación es sinónimo de mensajería telefónica, y es la forma en que las personas se comunican entre sí.
¿Cómo llegó a tal dominio global una aplicación tan básica? Los fundadores de WhatsApp aprovecharon una oportunidad creada por la mayoría de las compañías telefónicas no estadounidenses, que cobraban altas tarifas por los mensajes de texto. Crearon una aplicación que enrutaba textos a través de conexiones de datos más baratas. En efecto, lo que Skype hizo con las llamadas internacionales, convirtiendo las llamadas caras en un servicio de Internet esencialmente gratuito, WhatsApp lo hizo con los SMS. Y una vez que creó un nicho viable en la red, no hubo forma de detenerlo. Es por eso que Facebook tuvo que comprarlo a cualquier costo.
El papel de los grupos
Una característica clave de WhatsApp es la mensajería de grupo. Únase a cualquier actividad grupal y será agregado a un chat grupal en crecimiento, cuyos mensajes de bola de nieve hacen que su teléfono vibre constantemente en su bolsillo hasta que, en un ataque de frustración, usted se decide a dejar el grupo o a desactivar las notificaciones. La sensación es la de estar dentro de un bar o club ruidoso donde todos gritan a la vez. Sin embargo, a partir del uso astronómico y sostenido de WhatsApp, a muchos usuarios les encanta vivir dentro de ese bar ruidoso.
Sin embargo, como contraste con Facebook, WhatsApp es más interesante por las funciones que no tiene. No hay noticias, no está ese algoritmo tan misterioso y tan difamado (News Feed) que supuestamente crea un filtro burbuja en línea donde la mente de un usuario termina siendo una masilla peligrosamente moldeable. Aparentemente WhatsApp (y Mark Zuckerberg) no tienen influencias en lo que ves o lees; lo deciden las personas con las que te relacionas.
También casi no hay seguimiento de los datos del usuario. Gracias a las inclinaciones cypherpunk de los fundadores de WhatsApp, los mensajes en la plataforma están “cifrados de extremo a extremo”, protegidos incluso de WhatsApp. Ni WhatsApp ni Facebook pueden manipular en teoría el contenido de los mensajes y adaptar el contenido o los anuncios a ese usuario.
Hablando de eso, no hay anuncios. No encontrarás a ninguno de los “mercaderes de la atención” que convierten una centella de tu atención en dólares. Los candidatos políticos tampoco pueden intentar influir en su voto a través de anuncios (al menos directamente). La aplicación se financió históricamente con una modesta tarifa de $1 por año, que Facebook eliminó después de la adquisición.
Entonces, WhatsApp no tiene ninguna de las características malvadas de las que más se ha hablado en Facebook y, sin embargo, está implicado en muchos dramas recientes. Esto plantea una pregunta importante: ¿Cuáles son los ingredientes de los llamados medios sociales que convierte en armas las características compartidas por cada plataforma, desde WhatsApp a Facebook, de Twitter a cualquier otra cosa que se cree a continuación?
Para empezar, la virtualización de nuestra identidad en línea gracias a una aplicación que abarca todos nuestros dispositivos, y la universalización de esa identidad ante todo nuestro escuadrón de seguidores.
Facebook descubrió esto al nacer dentro de la vida social de las universidades, saturando esa vida social y luego expandiéndose. Todos los que conoces están en la plataforma, y no puedes tener una vida social sin ser un usuario de esa plataforma, un hecho tan cierto para WhatsApp (fuera de EE.UU.) como para Facebook (dentro de EE.UU.).
Los teléfonos inteligentes como extensiones de nuestros cerebros
Eso fue posible gracias a otro desarrollo que benefició tremendamente a WhatsApp: el cableado de cada cerebro humano a un teléfono inteligente y el entrenamiento para apropiarnos de sus nuevas funciones, lo que ha convertido a la mayoría de nosotros en cyborgs cognitivos, haciendo del teléfono una extensión de nuestros cerebros.
Entonces, aunque WhatsApp está libre de noticias y anuncios, contiene la funcionalidad clave que engancha nuestros cerebros a un medio social altamente fragmentado, que en cierto modo se parece a lo que había antes de la era textual de los editores y las enciclopedias. Como decía una de las primeras consignas de la mercadotecnia de Facebook, es “el boca a boca a gran escala”. Cómo se produce el cableado de aquella naturaleza humana que tenía unas cuantas docenas de contactos sociales a esta que vive en la Internet de las conexiones instantáneas con todo el mundo, ese es el verdadero problema.
Es casi un cliché comparar las revoluciones digital y móvil con la imprenta de Gutenberg, pero la comparación es adecuada. Gutenberg, como Zuckerberg o los fundadores de WhatsApp, son ejemplos de capital de riesgo por la idea arriesgada que hay detrás de tales invenciones. La Ilustración tuvo que resolver problemas técnicos al pasar de los scriptorium, donde los monjes producían los manuscritos, al texto tipográfico y escalable cuyos ecos digitales vemos en nuestros Kindles. Esto requería nuevos tipos de papel, nuevas tintas, la noción misma de un tipo de letra tuve que ser inventada.
Entendemos la revolución de Internet, y su acumulación gradual de tecnologías, desde enrutadores de fibra óptica hasta correos electrónicos y navegadores y teléfonos inteligentes, como cosas separadas que se unen lentamente, pero eso se debe a que estamos viviendo dentro de ella. Los futuros historiadores que miren hacia atrás, como nosotros ahora miramos a Gutenberg, acuñarán un término general para todo esto, al igual que nos referimos a esa revolución anterior con la fácil palabra de “imprenta”.
Cuando miren hacia atrás, los historiadores verán cómo fue que resolvimos nuestra lucha entre el tribalismo y el globalismo, sin reparar en cualquier microdrama sobre Zuckerberg, la ley GDPR de la Unión Europea o el último escándalo de datos de Facebook. Dicho sin rodeos, pueden coexistir las bondades de la Ilustración -democracia liberal y primacía de la verdad empírica sobre los estereotipos o las “noticias falsas”- con tecnologías que nos remiten a un modo de discurso previo a la Ilustración: nosotros contra ellos, el sentimiento sobre la razón, lo efímero y fragmentado antes de lo comprobado y continuo.
Facebook dio un paso interesante en Brasil para detener el efecto perjudicial de WhatsApp: limitó la función de reenvío de mensajes a 20 personas, por debajo del límite anterior de 256. Eso lleva al límite por debajo de lo que se conoce como el número de Dunbar, la cantidad de individuos que pueden relacionarse plenamente en un sistema determinado (alrededor de 150). Con este cambio, los usuarios no pueden transmitir chismes o noticias falsas o videos engañosos a toda su familia y amigos. Se espera que esto disminuya o detenga el flujo de información falsa e interrumpa la cámara de eco de los rumores en grupo. Al parecer, Facebook no tiene planes de elevar el límite de reenvío, incluso ahora que la elección ha terminado. Por el momento, la compañía juzga que el poder del chat grupal universal y sin restricciones es incompatible con la armonía social.
Pero todavía es temprano para hacer conclusiones de lo que estamos viendo. Hubo 70 años entre la primera vez que Gutenberg imprimió un libro y el momento en que Lutero publicó sus tesis. Ni siquiera hemos empezado a ver el impacto real de nuestra imprenta: la mediatización social y la globalización del teléfono inteligente. Pero será mejor que nos preparemos para un mundo en el que todo está mezclado con todo. ¿Se reforzaran las instituciones que crearon el mundo que conocemos, o la sociedad irá más allá de esas instituciones moribundas hasta imponer nuevas formas de mediación en nuestra comunicación?
Un estudio reciente de Pew Research mostró que los jóvenes son mejores que los viejos para distinguir los hechos de las opiniones en las noticias. Tal vez la nueva generación, nacida en un mundo donde la conectividad global es un hecho -y donde no lo es tanto la posición dominante de Wired o The New York Times-, se las arreglará de alguna manera para mantener una institución como la democracia, mientras que otras como los editores de periódicos desaparecerán. La supervivencia de la civilización que hemos construido desde que los bloques entintados mancharon el papel dependerá de ello.