El árbol de la evolución humana es inconmensurable. Cada nuevo descubrimiento desgrana en ramas pródigas. Basta el hallazgo de un pequeño resto óseo no equiparable con las especies conocidas para que despunten otros envites. Y no es baldío este paralelo entre el tronco leñoso y sus extendidos regazos —banca de hojas, pétalos y frutos— y esa otra vaharada biológica. En la naturaleza las analogías se exhiben en recurrentes espiras de forma y complejidad.
Muchas de las materialidades que nos rodean se tornarían inasibles, aun para nuestro avanzado cerebro, de no ser por el frecuente uso de asociaciones y semejanzas perceptibles y perceptivas. Sin dichos recursos cognitivos, de poco serviría aquel dato que no alcanzamos a deducir plenamente, pero que adquiere nitidez bajo la aureola de las similitudes. De este ejercicio reflexivo no escapa siquiera nuestro propio andar, los caminos que seguimos como sapiens para llegar hasta aquí.
Sobre la prehistoria humana, ciencias como la paleogenética proporcionan revelaciones impensables unos años atrás, aunque tan solo sus apelativos constituyen una abstracción incomprensible para el lector neófito. El nombre FoxP2, por ejemplo, carece de significado ante los desentendidos sin su predicado gen del lenguaje*. Y, aún más, ¿qué es un gen?
¿Qué es el genoma? ¿Qué es el ADN?
En primera instancia, sustancias microscópicas que se relacionan unas con otras, cuya combinación constituye el abecedario de la vida. Otro símil, la frase árbol de la evolución humana, es mejor entendida que genealogía homínida, al referirnos al lugar “conquistado” en ese arquetipo por diferentes especímenes.
La observación, un recurso de la conciencia claramente condicionado por las tradiciones culturales y universo cognitivo individuales, distingue la aprehensión de los hechos de la realidad. Uno de estos parece ser que hace alrededor de 40 mil años existió en Siberia una población intermedia entre los neandertales y los Homo sapiens: los denisovanos.
— ¿Y esos quiénes son?
—Dos dientes y un fragmento de hueso. ¡Y sus inestimables ADNs!*
La tercera rama evolutiva
Los denisovanos son la única especie humana descubierta a través de un resto óseo semejante, en tamaño, a un grano de café. Se trata de un fragmento de una falange de un dedo hallado en 2008 en la cueva de Denisova, en las montañas Altai, al sureste de Siberia, Rusia.
Gracias a la paleogenómica o estudio de los genomas extinguidos, fue posible el análisis del ADN mitocondrial (ADNmt) y nuclear del diminuto huesecillo de 38 mil años. La investigación fue liderada por el doctor Svante Pääbo, creador del ADN antiguo y director del Departamento de Genética del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, en Leipzig, Alemania. El científico sueco aisló por primera vez el ADN de una momia egipcia en 1984 y en 1997 logró el mismo hito con un neandertal, especie desaparecida 25 mil años, antes que los faraones.
Pero cuando el “insignificante” fósil ruso llegó a su laboratorio —publica nationalgeographic.com— él y su equipo estaban inmersos en el Proyecto Genoma Neandertal. Y no fue hasta fines de 2009 que Johannes Krause, uno de los miembros más cualificados del grupo, se fijó en el minúsculo resto esquelético.
Y de tal suerte le llegó a Krause el día más emocionante de su vida científica: cuando extrajo el ADNmt del fragmento de falange de Denisova y sorprendido observó los resultados. Por lo que parecía —detalla la misma fuente— ¡pertenecía a un nuevo tipo de ser humano, hasta entonces desconocido! De inmediato, marcó el número del móvil de Pääbo y le preguntó: — ¿Estás sentado?
—No, recuerda Svante.
—Mejor búscate una silla, le advirtió Krause.
En diciembre de 2010 el acontecimiento mereció una portada de la revista Nature. Entonces, ya habían sido localizados otros fósiles denisovanos: dos molares que confirmaron la existencia de esta población.
Sus ADNs nucleares fueron similares al de la falange, pero de individuos diferentes. Los datos genómicos del estudio fueron publicados a fines de 2015 en Proceedings of the National Academy of Sciences, (PNAS). En su blog Reflexiones de un primate, José María Bermúdez de Castro, codirector del Proyecto Atapuerca, explica que estos fósiles de los denisovanos tienen una morfología poco común y un gran tamaño en comparación con el de otros molares de diferentes especies del género Homo, “lo cual nos habla de una población muy particular, que pudo vivir durante miles y miles de años en una región relativamente aislada de Eurasia, muy posiblemente con un microclima específico, que permitió la existencia de muchas especies aún durante las fases más frías del Pleistoceno”.
Los denisovanos vivieron entre hace un millón y 40 mil años en espacios en los que también habitaron neandertales y Homo sapiens, aunque su origen se halla en una migración (salida de África) diferente a las relacionadas con estos dos últimos.
Según las deducciones hechas por Pääbo y su equipo, hace más de 500 mil años, los ancestros de los humanos modernos se escindieron del linaje que daría lugar a los neandertales y a los denisovanos, afirma nationalgeographic.com. Y mientras los antecesores de Homo sapiens se quedaron en África, el antepasado común de esas dos especies emigró de dicho continente. Más adelante, los neandertales se desplazaron hacia el oeste y penetraron en Europa, y los denisovanos se extendieron hacia el este e irrumpieron en Asia. Se piensa, además, que el progenitor de los tres tipos de humanos fue Homo heidelbergensis.
Posteriormente, añade la propia revista, cuando los humanos modernos partieron de África, se encontraron con los neandertales en el Medio Oriente y Asia Central y se produjo entonces un modesto cruce reproductivo. Pruebas científicas apuntan a que esta mezcla ocurrió probablemente entre 67 mil y 46 mil años atrás. La continuación de su periplo hasta el Sudeste Asiático hizo posible el cruzamiento entre denisovanos y cromañones (los Homo sapiens de la época), hace unos 40 mil años. A continuación, estos últimos llegaron a Australasia, como portadores de ADN denisovano.
Pero, durante el Pleistoceno tardío, dice ABC Ciencia, Eurasia estaba habitada por al menos cuatro especies humanas: sapiens, neandertales, denisovanos y una cuarta población, aún por determinar. Las excavaciones y los análisis de ADN han revelado que estas no solo habitaron en los mismos lugares, sino que incluso llegaron a tener descendencia común, mezclando sus genes y embrollando así la comprensión que tenemos de nuestros orígenes. Ese último grupo —especulan algunos— pudo ser Homo erectus.
En suma, los denisovanos existieron, y lo hicieron durante mucho tiempo, añade labrujulaverde.com. Estos homínidos llevaban las variantes genéticas asociadas con piel y pelo oscuros y ojos marrones. Los tres únicos individuos conocidos hasta ahora proceden de la misma cueva siberiana, pero el hecho de que tuvieran sexo con los asiáticos modernos, y de que su mayor legado genético esté presente en las poblaciones de Oceanía, augura una extensión geográfica más ambiciosa que la de esos fríos parajes esteparios.
¿Especies o grupos?
En nuestra soledad de especie, como suele decir el arqueólogo español Eudald Carbonell Roura, no imaginamos la experiencia de compartir tiempo y espacio con otros homínidos. Como género, Homo sapiens se ha quedado sin competidores y su diversidad se concentra especialmente en la pluralidad de sus culturas, nicho donde radica una buena parte de la sobrevivencia humana.
Desde esta posición, defendida una y otra vez por el biólogo cubano Vicente Berovides Álvarez, el científico estima el hallazgo de los denisovanos. El gran mérito —asegura— no es haber descubierto una nueva especie del género Homo, pues ya están descritas unas cuantas. Lo sensacional es que aparezcan otros contemporáneos de sapiens, además del neandertal, y que los tres se hayan entrecruzado ¡Ese hallazgo es fabuloso!
—Sin embargo, Svante Pääbo dice, en una entrevista con el periodista español Eduard Punset, para su programa televisivo Redes, que prefiere hablar de grupos poblacionales y no de especie porque no tenemos una buena definición sobre el tema…
—El concepto biológico señala que dos especies distintas no se cruzan entre sí, o cuando lo hacen dan híbridos estériles, pero dicha noción tiene sus limitaciones.
Entre ellas, el no poder ser aplicada a los fósiles. Es imposible hacer en el laboratorio un cruce entre denisovanos y humanos. De modo que, si en uno y otro hay suficientes contrastes genéticos deben estar reflejados en el fenotipo (caracterizado por los cambios ambientales a que son sometidos los individuos de cada grupo).
—Además, el criterio de que las especies diferentes no se cruzan también es relativo. Si la divergencia genética implica a los genes que intervienen en el proceso que las aísla, entonces sí se cumple dicha máxima.
—Pero no siempre es así. Por ejemplo, puede que esta no involucre a los genes del apetito sexual. En ese caso, es posible que a algunas de las muchachas denisovanas les gustaran más los cromañones que sus congéneres.
—La realidad es que hubo muchas mezclas. Los neandertales tienen genes de denisovanos y muchos sapiens contemporáneos tienen genes de estos y de los neandertales. En ese sentido, quizás Pääbo tiene razón. Si se cruzaron y dieron descendencias fértiles, entonces queda la duda si clasificarlos como grupos o como especies y subespecies. Para determinarlo hace falta más información”.
En Paleontología —agrega— pueden discutirse hasta la saciedad los detalles de la morfología. No obstante, en el sustrato de las variedades configurativas es posible hallar una base genética semejante, gracias a la llamada fuerza evolutiva o plasticidad fenotípica (capacidad del mismo genotipo de responder con diferentes fenotipos a diferentes condiciones ambientales), muy recurrente en los humanos. Y, asimismo, esta expresión es observable en los fósiles, en las formas del cráneo, por ejemplo. Entonces, hay que ir a los genes, observar las secuencias, y cuando son desemejantes el proceso evolutivo es disímil porque intervienen genes desiguales.
La investigación hecha por Pääbo y su equipo es muy completa y detallada, considera Berovides Álvarez. “El estudio del ADN mitocondrial fue verificado con el nuclear y los resultados concordaron perfectamente.
Los denisovanos son en realidad una rama que se separó de la línea evolutiva que conduce a Homo sapiens hace alrededor de 800 mil años”. Lo sabemos, gracias a las bajas temperaturas reinantes en la cueva de la Siberia rusa. El clima, siempre ligado a la evolución, conservó allí evidencias de la vida de aquellos seres, aunque todavía no hayamos podido conocer la apariencia de sus rostros. Pero entre los fósiles que la naturaleza guarda en sus “chisteras” y el afán inquisitivo de Homo sapiens, ya hemos podido enterarnos de la parte más llamativa de este culebrón prehistórico: hubo sexo entre denisovanos, neandertales y cromañones, cuando aún había humanos a la carta. (Publicado en Juventud Técnica).