Si usted les pregunta a los médicos cubanos que hoy se van de Brasil cómo dejaron sus comunidades, cuál es el sentimiento de los más de 30 millones de personas que perderán la cobertura de salud, lo más probable es que escuche la palabra “saudade”. La traducción al español no es sencilla, a medio camino entre la tristeza y la nostalgia.
Es todavía jueves en nuestro país cuando partimos de la capital brasileña rumbo a La Habana en el IL-96-300 de Cubana de Aviación. A bordo van los primeros 201 médicos de los cerca de 8 000 que deberán ser evacuados en los próximos días. A este ritmo, serán necesarios unos veinte viajes de los dos aviones que se destinaron para la evacuación.
En el momento del despegue, los cuatro periodistas que seguimos esta historia acumulamos cerca de 12 horas sin salir al aire libre. Todavía nos restan por delante otras siete para concluir el periplo de ida y vuelta sin escalas.
Resulta increíble cómo el ser humano se adapta a los espacios y adquiere familiaridad en poco tiempo. La mesa desplegable para reposar la computadora y escribir, el tomacorriente de la derecha para recargar batería y el paso frecuente de la tripulación ofreciendo café o alguna merienda, se vuelven una rutina casi agradable. Pero la salud se resiente: la boca y la garganta resecas por el aire presurizado y el cuerpo entumecido por tanto tiempo sentado.
Pienso en los 20 mil profesionales cubanos que han trabajado en el programa Más Médicos en los últimos cinco años. Algunos de los lugares más inhóspitos y apartados del gigante suramericano se convirtieron en su hogar. Dejarlo todo atrás también les provoca tristeza o, como ellos dicen, “saudade”.
Uno puede medir el tiempo que llevan los médicos en Brasil por el grado de penetración del portugués que traslucen al hablar. Algunos sonidos con “iño” en palabras conocidas es el primer síntoma, pero cuando dicen el “pueblo brasileño precisa de nosotros”, en lugar de “nos necesita”; o cambian el “mucho” por “muito”, es señal de que llevan varios años.
En este primer vuelo retornan los doctores desplegados en los estados de Paraíba, Pernambuco y San Salvador de Bahía, tres de las regiones más pobres de Brasil, la tierra de los cangaceiros y el escenario de la Guerra del Fin del Mundo.
“Los médicos cubanos fueron a donde los brasileños no querían ir”, me dice en portugués Fernanda, una brasileña que trabaja como supervisora de vuelo en el Aeropuerto de Brasilia.
-“Eu sou journalista”, le digo en un portuñol improvisado para romper el hielo. Fernanda es lo más cerca que voy a estar del sentir popular en Brasil y quería aprovechar la oportunidad.
La espera en Brasilia se extendió más de lo planificado y tuve tiempo para conversar con ella en las idas y vueltas a la puerta del avión para tratar de sintonizar un poco de conexión inalámbrica y mandar los primeros materiales para Cubadebate.
Hago pausas muy largas tras cada palabra para tratar de hacer más comprensible mi español, pero Fernanda me lanza un regaño: “Los cubanos hablan muy rápido”.
-“Yo no voté por Bolsonaro. No, no, no…”, me dijo cuando habíamos ganado alguna confianza. “La gente no quiere que se vayan los médicos”.
-“¿Cuánto gana un doctor brasileño?”, le pregunté.
-“Depende de si trabaja en un hospital público o privado”, me respondió.
-“¿Cuánto gana el privado?”, insistí.
– Fernanda hizo algunas cuentas mentales y lo resumió: “Gana en un día más que yo en todo un mes”.
Comprendo entonces la frase de uno de los médicos cubanos a los que acompaño de regreso a Cuba. “En Brasil está Dios y después los médicos”.
Recuerdo las novelas brasileñas en las que el doctor del pueblo está siempre dispuesto a ir a la casa del hacendado, incluso a guardar algún secreto familiar, pero curar a los pobres resulta una obra de caridad y muestra de su buen corazón.
La idea de Más Médicos, fundado en el 2013 por el gobierno de la presidenta Dilma Rousseff, era convertir la caridad en un derecho. Pero no todos los “hacendados” estuvieron de acuerdo.
Con amenazas y provocaciones, el presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, echó por tierra en pocos días lo que había demorado en construirse más de cinco años.
“Yo recibí la noticia de que se acababa el programa a las dos de la mañana por una amiga”, nos cuenta la doctora Alba Luisa Figueró, una habanera que desembarcó hace dos años en Pernambuco y se enamoró del lugar.
“No se pueden imaginar la cantidad de mensajes en Facebook, las despedidas…”, continúa Alba Luisa ya sentada en su asiento rumbo a La Habana. “Los niños me decían eu te quero muito”.
“Cuando uno deja a la familia en Cuba sabe que la va a volver a ver; pero a ellos…”, dice Alba y los ojos verdes se le ponen oscuros y vidriosos, casi del color que se ve el Amazonas desde el avión.
En unas pocas horas, los médicos cubanos han tenido que empacar uno, dos o tres años de vida y regresar a Cuba antes de lo previsto.
En el avión, como es lógico, no cabe tanto. Los miro abordar y cada pertenencia guarda una historia. El padre que lleva un carro de control remoto debajo del brazo, comprado quizás hoy mismo para no llegar con las manos vacías a la casa, los regalos para la familia, un alivio para las necesidades más apremiantes…
Pero hay objetos que llaman mi atención. Una doctora joven, que apenas debe sobrepasar los 30 años, en lugar de maleta de mano carga una guitarra. Me resulta imposible no imaginarla, instrumento en mano, tocando a Silvio o quizás a Pablo en el borde de la selva. Quizás le guste algo más moderno y movido, no lo pude saber.
Busqué por todo el avión, le pregunté a la tripulación y otros doctores, pero nadie recordaba dónde se había sentado la doctora de la guitarra. Fallé en no abordarla cuando entró.
Con quien sí pude dar rápido fue con el doctor Maiker Miranda, que había causado un poco de alboroto entre las aeromozas por lo inusual de su carga acompañante.
Maiker y su esposa, también doctora y cubana, adoptaron un perro poodle y le pusieron Nemo, como el dibujo animado. “No podíamos dejarlo, es parte de la familia”.
Pero hay cosas que no se transportan tan fácilmente. Maiker nos dice que va a extrañar mucho una receta del nordeste brasileño en la que se cocina al vapor el polvo de maíz seco y se mezcla con revoltillo de huevos o carne salada frita. Para asombro nuestro, el plato se come en el desayuno.
Otra doctora, hermosa, carga consigo un oso de peluche que casi le llega a la cintura.
-“Es para su niña”, le pregunto y me doy cuenta de que no tiene muchas ganas de hablar.
-“No, esto me lo regalaron a mí”, me responde escondiendo un poco la cara de tristeza. No pregunto más.
Tocamos tierra cubana a las 5:13 de la mañana, dos minutos antes de lo que había previsto el piloto tras despegar de Brasilia. Los médicos aplauden el aterrizaje perfecto.
Llegan a Cuba 211 historias, cada una distinta de la otra. Todavía cerca de 8 000 permanecen en Brasil.
El presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel, los recibe a todos en la puerta de la Terminal Tres. Están junto a él el vicepresidente Roberto Morales Ojeda, el Canciller Bruno Rodríguez Parrilla y el ministro de Salud Pública, José Ángel Portal. Hay llantos, sonrisas y selfies.
“Bienvenidos a la patria”, les dice el presidente.