Por: Vladimir Pérez Casal. Fotos: Déborah Ojeda Valedón y Sándor González Vilar
Había una vez un hombre, que cuando era más joven estudió química, pero con el tiempo descubrió que su “mecánica” era la pintura. Sándor González Vilar nació en La Habana, el 16 de enero de 1977. Terminó los estudios de Química Industrial en la enseñanza media politécnica y en el año 2000 se graduó de la Academia Nacional de Bellas Artes de San Alejandro, donde se especializó en grabado.
González Vilar, desde 1993, pinta la piel de las personas (es tatuador), y fue también profesor y miembro de los tribunales de la cátedra de Dibujo en San Alejandro, para la que organiza concursos, talleres y donaciones; trabajo que alterna con la enseñanza de la misma especialidad a jóvenes y niños de diversas edades en su propio taller, que no es tal, sino la sala de la casa multifamiliar, porque a pesar de las promesas nunca ha tenido los materiales para construirlo.
Este artista plástico fundó y fue director escenográfico del grupo “Brigada Verde”, Cuba (1997-2000); es miembro de la UNEAC, fundador y director de la “Galería Transeúntes” (Cuba 2007) y pertenece a la Brigada Artística Martha Machado, creada en agosto del 2008.
La “Transeúntes” está en la Ciénaga de Zapata, en Punta Perdíz, ahora un centro turístico parecido en su construcción al Arca de Noé, y para ser más preciso en la otrora casa del gallego Miguel Callella, vendedor de carbón, que fuera construida en julio de 1928.
Este era un lugar muy pobre-cuenta el único vecino del lugar, el hijo de Alejo el Moro-, que mantiene su casita aquí. Su papá fue uno de los primeros milicianos que se enfrentó al desembarco de los mercenarios el 16 de abril de 1961.
La casa de Alejo estaba a la orilla del mar antes, después la desmontó y la corrió como cien metros, por las inclemencias del tiempo y por la construcción del centro turístico. La otrora morada de Callella, que quedó abandonada por la partida hacia España de su dueño y habitante, el MINTUR le puso el techo de nuevo y la integró al Centro turístico actual.
Aquí había un embarcadero por el que se sacaba el carbón. El saco, no como los pequeños de ahora, valía entre 80 y 90 centavos por entonces. Esto era matas de aroma y un caminito, aquí no había nada más.
En Punta Perdíz cayeron 10 compatriotas y un pequeño Memorial recuerda el lugar y sus nombres. Valdría la pena que las autoridades del Gobierno local le dieran mantenimiento al mismo.
Sándor ha trabajado para el cine, en la ambientación escenográfica, convocado por directores como Walter Salles (Brasil), y los cubanos Enrique Pineda Barnet y Lester Hamlet. Hace también videoarte e instalaciones con proyectores de 16 y 8 mm.
El artista cuenta con alrededor de 52 exposiciones personales y más de 160 colectivas, tanto en Cuba como en el extranjero, destacando, entre algunas, la Feria de Arte Contemporáneo de Toronto, Canadá (2003); la Feria de Arte Contemporáneo ARCO, Madrid, (2004), (2005), (2006), y las ediciones IX y X de la Bienal de La Habana.
Su obra forma parte de colecciones privadas en Cuba y el extranjero. Una obra suya fue entregada en el 2002 al cardenal Tarcisio Bertone, quien fuera Secretario de Estado de Su Santidad Benedicto XVI.
Junto a otras personalidades de las artes plásticas cubanas, ha participado en la creación de 59 murales; y vale citar especialmente “El Arca de la Libertad”, en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba, expuesta allí desde el año 2006. Ha ilustrado libros, concebido carátulas de discos, diseños textiles y afiches.
Sándor tiene sus propias interrogantes ante la imposición tecnológica y sobre la prevalencia de lo humano más allá de la racionalidad; de cómo la mercadotecnia se hace imprescindible, de cómo el oficio se aleja para enmascarar el talento detrás de la experimentación tecnológica, una especie de menos uso de la tinta y el papel, es decir, de lo antiguo y magistral, quizás; del uso de la mano ydel dibujo.
Tal vez porque el pintor va de “titán del carbón”[i], con un esbozo inicial lleno de realismo, que después se solidifica o no, encima de la tela o de la cartulina o de otro soporte, para cuajar en una obra alejada del diletantismo y el academicismo.
Los temas de Sándor giran en torno a la mujer, los símbolos patrios, a la construcción de una soledad menos sola, a la fragilidad, a la espera, a la ciudad como símbolo, al quehacer humano, para algunos -porque para otros es al paso del tiempo. Una construcción y deconstrucción constante de la obra humana en medio de una ironía que deviene en dolor y burla al unísono. Lo anterior nos remite a una profunda reflexión sobre el futuro y al cuestionamiento acerca de la permanencia del objeto.
Ni arquitecto frustrado ni “apuntalador” o desbaratador de ciudades – espacios, como alguno que otro piensa o ha escrito por ahí, es un pintor, que estudió química, con una obra llena de fe, la misma que le hace vencer los obstáculos, para el ascenso espiritual, para que continúe prevaleciendo la bondad; su pintura y su hacer van hacia donde –desgraciadamente- no va esta humanidad, al menos por ahora.
Este artista plástico desde hace cuatro años comenzó a pintar debajo del mar. Pinta con brocha de goma, dibuja con carboncillo y utiliza pintura no soluble en agua.
Los atriles los sembró a seis metros de profundidad con la ayuda de Héctor y Chirino, buzos del lugar que además pusieron, a alrededor de 20 metros, varios jarrones cocidos por El Flaco y pintados por Sándor. El cuadro se termina y firma bajo el agua, la experiencia es única e inolvidable.
Sobresale entre los lienzos un escudo, con colores ocres, que el pintor recrea para recordarnos que la Patria no es nadie. Ni las estatuas de bronce o mármol, frías, que nos contemplan, ni las hazañas. La Patria son los hombres que murieron por defenderla, todos unidos y juntos, hijos de la misma madre, aun de aquellos que a veces no la quieren igual, porque así es la vida; cuando transitas por la carretera descubres que hay señales que van anunciando al viajante el nombre de los caídos, para que los contemplemos orgullosos, porque ellos dieron su don más preciado para salvar la Patria; aunque algunos de los carteles necesitan ser reparados.
A mi amigo le falta un tornillo, le ofrecen dinero por su escudo, pero dice: “aún no ha llegado el momento de venderlo”. Pienso, o quiero pensar, que es el símbolo que cuida la Galería, a los transeúntes que se asoman, al lugar, ¿a la Patria? ¿Cómo terminará custodiando el escudo este lugar? La interrogante se sale del texto y de la imaginación y de todo, al final…, quién está en condiciones de predecir el futuro? Ya se verá.
¿Fue la búsqueda de su alter ego la que lo hizo volver, y volver, y volver a Soplillar? Sé que de alguna forma él ha tratado de exorcizar el pasado.
Hace unos años, al leer los textos de la niña Gabriela Rangel del Rosario, se buscó unos “cómplices[ii]” que imprimieron 800 ejemplares de la obra, y los distribuyeron entre las casas del poblado, las bibliotecas de la zona y las escuelas del territorio. Inexorablemente pasa el tiempo y Gabriela comenzará este año sus estudios universitarios en la Facultad de Filología de la Universidad de La Habana.
Soplillar es la verbalización del sonido que emiten, al batir el viento, los árboles de soplillo, y el nombre de una localidad de la Ciénaga de Zapata. La separan tres kilómetros de la costa este de la Bahía de Cochinos, está a cinco kilómetros de Playa Larga y a 15 de Punta Perdíz. Allí viven alrededor de 350 habitantes y según los datos del catastro, hay 81 viviendas.
La vegetación es abundante, uno se encuentra pequeñas y profundas lagunas. Hay desniveles, que varían en su altitud en cuanto al nivel del mar, en ocasiones por encima, en otras alcanzan los 2 metros por debajo.
Las aves son variadas y cuantiosas, goza de una amplia vegetación de los bosques cubanos, protegidos en la Ciénaga de Zapata, y se suelen encontrar cocodrilos, cotorras, perros y puercos jíbaros y una concentración de jejenes y mosquitos; aunque lo cierto es que después de las últimas inundaciones no hay.
Soplillar es el lugar en el que el 24 de diciembre de 1959, el Comandante en Jefe, celebró la “noche buena” con los cienagueros. Al caserío llegó Fidel acompañado de Celia Sánchez, Pedro Miret y Núñez Jiménez, entre otros.
Núñez, en su libro En Marcha con Fidel 1959, refiere que le preguntaron a dónde iban y Fidel respondió: “Con los carboneros, a cenar con ellos”.
Les había sorprendido el atardecer en la Laguna del Tesoro y el helicóptero en el que viajaban sobrevoló Soplillar, un caserío, intrincado. Escribe Núñez Jiménez: “Triste es el anochecer en aquellos solitarios parajes de fangales perennes, de maniguas infinitas donde apenas se ve el tenue resplandor de una mísera choza. Cerca de Soplillar, las luces de los faroles de dos bohíos indican a Fidel el punto de aterrizaje.
”La nave aérea enciende el reflector, que lanza un haz de luz hacia tierra. Más de una docena de niños con sus padres salen a recibirnos: son las familias de Carlos y Rogelio, quienes han visto cómo una estrella baja del oscuro cielo en su Nochebuena. Están muy lejos de suponer que en ella llega el Jefe del Gobierno de la República a cenar con ellos. En el patio del bohío, el helicóptero se posa como un ave nocturna”.
Aunque parezca increíble el tiempo borró las casas. La maleza y el monte crecieron en el lugar. Así pasó aquí; pero por el año 2008 aparecieron varios miembros de la Brigada Martha Machado, acamparon en un terreno enfrente. En casas de lona vivieron y comenzaron a desbrozar el lugar.
Las FAR los ayudó con un camión para transportar el agua e ir a buscar hielo a la planta pesquera. Cocinaban los brigadistas, artistas devenidos constructores, en condiciones duras y difíciles.
Casi un año después, el 24 de diciembre del 2009, con el esfuerzo de todos y la ayuda de los pobladores, inauguraron el Memorial-Biblioteca “50 Aniversario de la Cena Carbonera con Fidel”, que hasta el momento ha recibido cerca de 10 mil visitantes, a pesar de lo intrincado, de la poca señalización y de que los guías turísticos no deben tener incluido el lugar entre sus giras. La iniciativa constructiva fue del artista de la plástica, Alexis Leyva Machado, Kcho, y uno de los seguidores fue Sándor.
La biblioteca tiene alrededor de 1000 títulos relacionados de historia de Cuba y universal, literatura, un televisor y una computadora para los servicios de la Comunidad. Elier, el director del Memorial, nos recalca que, se aceptan donaciones.
En Soplillar vive Nemesia, conocida por el poema de Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí, que hace referencia a sus zapatos blancos, ametrallados por los aviones de la invasión mercenaria a la Ciénaga entre el 17 y el 19 de abril de 1961.
Pero en Soplillar habita también Magalis Socorro, quien nunca me confesó, a pesar de la insistencia, nada de sus avatares ni de su azarosa vida. Magalis es un alma buena que da cobija al necesitado, su relación con Sándor surgió porque estaban uno y otro destinados a ser amigos. Magalis cocina en el pequeño círculo social de la Comunidad, es la que se levanta a las 5 a.m. e inventa las croquetas y la mayonesa que se venden allí, entre otras cosas. Una tarde, el pintor, hambriento, le pidió 30 raciones de papas fritas para llevarlas a sus compañeros de la Brigada. Ella lo mandó a pelar las papas y a freírlas. Ah, y se las cobró porque no eran de ella.
Hay quien viene a la tierra para querer a los demás. Príncipe y Derrumbá son un ejemplo de ello. Esos perros llegaron a la casa muertos de hambre y hechos unos adefesios. El primero acompañó a la dueña de casa, con sus ojos amarillentos y su pelambre negra. Durante los 28 días que estuvo inundado el lugar, nunca se separó de Magalis. Después de las lluvias torrenciales del “no huracán” Alberto, el segundo no tenía un hueso sano y hoy camina y hace arrumacos al caminante.
Este viaje fue un regalo. Me confieso soñador y mentiroso, porque robo las vidas de otros. Trato, con más o menos éxito, de recontarlas como me da la gana para que las recuerden de otras maneras. Este viaje, visita, paseo, comenzó por el arte, por una Galería con el nombre de Transeúntes, que quiero y espero, tenga mucho futuro.
Los amigos son personas que uno escoge en el devenir de la vida y les desea suerte sana; los pintores viven de lo que venden, algunos nunca pueden vender, como fue el caso de Vincent Van Gogh; nunca vendió un cuadro en vida. Por suerte mi amigo vive, luego vende.
En este lugar, a pesar de lo indómito y a veces inhóspito, vive gente buena, y se trata de desterrar del mismo, de una vez y por todas a la maldad, que es la causa principal de los dolores. De su mano van el egoísmo, la envidia, las lacras feas del hombre. En este lugar no se roba, tu celular puede estar abandonado horas y nadie, ni siquiera, lo apaga.
Tengo pruebas absolutas que el amor existe en la Tierra. Vivo por eso, estoy salvado de la muerte por el amor de mujer, lo digo desde hace muchos años; pero hay otros amores, el que te inspira esta tierra que nos salvó, por eso no se puede dejar de ayudar a sus pobladores.
A propósito de los días pasados en la Ciénaga, recuerdo algo que le escuché decir al amigo y escritor Reynaldo González Zamora, Premio Nacional de Literatura, al presentar la reedición, por el cincuentenario, de su novela “Siempre la muerte, su paso breve”: los pobres no pueden estar al lado de los poderosos nunca.
Puede parecer que no viene al caso recordar la frase, pero me preocupa la poca presencia en las ideas que se manejan en la Cuba actual del pensamiento del Che, por ejemplo. Esa es una de las insuficiencias que creo vale la pena superar. Más altruismo, más entrega, menos signo de dinero. Por esta zona ya aparecen realidades ajenas al sentido prístino del ideal concebido a lo largo de estos años de bregar por la Historia.
Esta no es una idea que llegó o surgió de pronto, es algo del diario y la quiero compartir para que el lector piense y actúe en consecuencia. El que visita la Ciénaga, y Soplillar particularmente, puede constatar todo lo que la Revolución ha hecho allí, pero pobladores y foráneos esperan que la Ciénaga tenga otras oportunidades sobre nuestra Isla, y otra, y otra, y otra, siempre merecidas todas.
Mi amigo pintor, Sándor González Vilar, descubrió el misterio de la entrega, no como duende, que no es, aunque a veces quisiera; lo conozco pecador, como todos, pero hace el esfuerzo y trata de hacer felices a los demás y muchas veces, con su tesón, lo logra.
Fidel Castro visitó la Ciénaga de Zapata después de su anuncio: “Pronto seré ya como todos los demás. A todos nos llegará nuestro turno”[iii]. Debió existir alguna razón muy especial para que una persona de 90 años y con las dificultades lógicas de salud que eso significa regresara allí, algo lo tiró hacia la Ciénaga, debió ser el agua, los pobladores dicen que quienes la beben regresan.
[i] Frase utilizada por el fallecido crítico español Antonio Sallas al presentar la obra de Sándor en la Feria de Arte Contemporáneo “Arco Madrid”.
[ii] El libro es una producción de la “Galería Transeúntes”, contó con la edición de Claudia González e ilustraciones del propio Sándor.
[iii]Palabras pronunciadas el 19 de abril del 2016 por Fidel Castro Ruz.