Me recibió con una sonrisa, la calidez de su abrazo, una mano sobre mi hombro y un “tome asiento, hermano, usted viene de mi segunda patria”. Sobre la mesa, una tradición: el té vietnamita. Derroche de afectos y nada de protocolo. Nguyen Dinh Bin es la sencillez en persona.
Cuando niño, no tuvo tiempo de empinar papalotes, ni alimentó fantasías, salvo las que les endulzaron sus padres. Francia, la metrópolis de turno, le estropeó la inocencia. Dinh Bin vivió una etapa dura, plagada de sufrimientos y pobreza, en su natal Hai Dong.
Un día de 1951, se durmió esperando a su padre, y el sueño se le trocó en pesadilla. No volvió a verlo. Su espera duró cuarenta y seis años. En 1997 la osamenta del patriota independentista apareció en el río donde lo lanzaron después que soportó las peores torturas sin delatar a sus compañeros de lucha. Había caído en manos de la horda francesa, debido a una delación.
El hombre “tierno, cariñoso y amable” que cuidó de Bin, la madre y los hermanos, no dejó más huella que su ternura y ejemplo; ese que a mi interlocutor le sirve de brújula. El gobierno de Vietnam reconoció póstumamente al padre de Bin, como el héroe que era; el que es. El “reencuentro” con su progenitor, aún estremece a este hombre.
De su actividad como luchador clandestino en la célula pioneril que integró a los diez años de edad, Nguyen Dinh Bin ya no oculta secretos; de la conversación privada que sostuvieron Pham Van Dong y Fidel en 1973, hay cosas que Bin no ha dicho. Le pregunté sobre ellas, porque él trabajó como intérprete en ese diálogo.
La historia y el deber lo pusieron en el camino del líder histórico de la Revolución Cubana, con quien coincidió y trabajó ocasionalmente en múltiples oportunidades.
Simpatía, admiración, gratitud y nostalgia; todo eso destila Bin en cada expresión, cuando habla del Comandante.
Su vida laboral y su entrada en la educación superior empezaron casi al unísono en Cuba; inició como traductor y llegó a desempeñarse como vicecanciller de Vietnam. La conversación con él en su hogar de Hanoi, resultó como la tarde misma de diciembre en la capital anamita: fresca, animada. Pareciera que el sol, en vez de ocultarse, depositó su luz en la memoria de este hombre, capaz de narrar con insólita claridad y en exquisito español, vivencias de más de medio siglo de una relación entrañable con esta isla y Fidel.
— Llegué a Cuba en octubre de 1963, para iniciar estudios de artes y letras en la Universidad de La Habana, yo tenía 19 años de edad”.
— ¿Y qué ambiente encontró en la isla?
Sobre Cuba permanecía la amenaza de una agresión militar.
— ¿No sintió temor ante esa posibilidad?
— No me sorprendieron los riesgos; los conocía de antemano y los asumí. Esa misma era la actitud de mis compañeros de grupo, 35 en total. Todos juramos que si llegaba la hora empuñaríamos el fusil por Cuba. Allá nos hospedamos en el piso 17 de un edifico ubicado en 12 y Malecón, donde teníamos la beca. Recuerdo que hacíamos guardia en las noches, armados con fusiles AKM, y vestidos de militar. Una etapa decisiva en mi formación.
A Fidel lo vio por primera vez el dos de septiembre de 1965, en una recepción con motivo de la Fiesta Nacional Vietnamita, cuando ya los gringos pasaban de la guerra especial a la guerra total, e iniciaron los bombardeos masivos al norte del país. “Fidel preguntó cómo enfrentábamos esos ataques, cómo andaba la lucha frente a la invasión en el sur; procuraba saberlo todo”.
Cuando terminó sus estudios universitarios, Nguyen Dinh Bin pasó a trabajar como traductor en la embajada de su país en La Habana; “allá recibimos a Fidel en 1969, cuando falleció Ho Chi Minh, se veía triste, muy triste, y lamentó no haber conocido en vida al Tío Ho.
“Este triunfo es de Cuba también, de toda la humanidad”, entonces le dijo a uno de sus asistentes: “abre la botella, vamos a celebrar”, y brindó por la victoria alcanzada.
La permanencia de Bin en Cuba le permitió continuar encontrándose con Fidel; estuvo cerca de él muchas veces en conversaciones y recorridos de visitantes vietnamitas del más alto nivel, como Pham Van Don, Vo Nguyen Giap y Le Thanh Nghi, este último, viceministro primero a quien llevó hasta el Valle de Picadura para que viera la experiencia cubana en ganadería.
Bin describe a ese Fidel con la mirada en el horizonte, en el futuro. Mire, compañero Thanh –le decía el Comandante al vicecanciller vietnamita: yo creo que después de la victoria Vietnam debe impulsar la ganadería, adaptar las razas al clima tropical del país, y desarrollar programas avícolas para la producción de huevos, que es un alimento magnífico”. Es la prueba de que antes de 1973, Fidel pensaba en la reconstrucción de Vietnam”.
— ¿Usted estaba en Vietnam cuando tuvo lugar la visita?
-Sí, lo acompañé. Durante el vuelo de Hanoi a Quang Bin, y después en el recorrido por carretera. Iba observándolo todo: los cráteres, la destrucción; pero también diseñaba el futuro. Observe aquí, Pham Van Dong -exhortaba Fidel en el recorrido- mire esta zona es muy buena para la ganadería. Pensaba en los niños, en los mutilados, en los enfermos; pensaba en el pueblo. ¡Qué sensibilidad, qué visión, qué ser humano es Fidel!
“Se emocionó mucho en la Colina 241, en Quang Bing, en Quang Tri, y especialmente en sus encuentros con los combatientes del sur. Recuerdo su dolor al encontrar a unas jóvenes heridas por una mina”.
Antes y después de aquella visita el Comandante fue siempre igual de afectuoso con Bin, “me regalaba tabacos que yo fumé con deleite, me llamaba por mi nombre cubano: Rafael; y me repetía la pregunta, ¿y qué haces ahora?”.
“Mi gratitud hacia él es eterna; fue el máximo promotor de la solidaridad con Vietnam en el mundo. Si he podido desarrollarme como revolucionario se lo debo en gran medida a Fidel, que me insufló su espíritu generoso, el calado de sus ideas y su ejemplo de hombre consagrado al bienestar de los pueblos y de los seres humanos”.
— Hablemos del Che Guevara, ¿Lo conoció usted?
— Lo vi de cerca en encuentros que sostuvo con estudiantes vietnamitas en La Habana. Era un hombre impresionante; su admiración por mi patria se aprecia en el mensaje a la Conferencia Tricontinental de la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAAL), y en el prólogo que escribió para el libro Guerra del Pueblo Ejército del Pueblo, del general Vo Nguyen Giap.
“Che criticó sin rodeos las vacilaciones respecto al Vietnam agredido, y llamó a que nos acompañaran hasta la victoria o la muerte. Fue la expresión máxima de solidaridad combativa y militante con mí país; no tuvo tiempo de visitarnos, pero quiso a Vietnam tanto como Fidel”.
— Volvamos a Fidel. ¿Usted presenció la conversación privada que él sostuvo con Pham Van Dong en Hanoi?
– Sí. Fui el intérprete; se realizó en la casa del antiguo gobernador de Indochina.
— Parece que fue un diálogo de emociones intensas.
— Muy emotivo. Pham Van Dong no pudo evitar las lágrimas al hablar de la guerra, de los millones de vidas que se perdieron, del sufrimiento de los niños y de los sacrificios de nuestro pueblo frente a la agresión extranjera.
— Y Fidel, ¿cómo reaccionó?
— Es muy difícil describir las expresiones del Comandante en aquellos minutos. Creo que sentía profundamente el dolor personal de nuestro primer ministro. Vi a Fidel conmovido, triste; conocía y compartía las razones de esa emoción en un hombre del temple de Pham Van Dong, que tenía un espíritu de hierro, forjado en la lucha.
— ¿Pudiera ampliar los detalles de esa conversación?
— Son secretos.
— Han pasado más de cuarenta años, señor Bin; tal vez algunos de esos secretos ya dejaron de serlo, ¿no le parece?.
— No. La confidencialidad es un principio de todo intérprete, y yo debo respetar ese principio, comprenda. No puedo decirle más, ni como intérprete, ni como militante vietnamita – cubano que soy. Aquella conversación se va conmigo a la tumba.
— Comprendo y respeto sus argumentos, señor.