Nos hemos quedado sin Carilda Oliver Labra: se nos ha perdido una mujer. Pero ella sus noventa y seis años los vivió —léase bien: los VIVIÓ— con intensa o casi tempestuosa autenticidad.
Dueña de sí y de su entorno, se habrá situado a menudo, voluntariamente, entre la vida y la imagen; pero su existencia fue, sobre todo, un hecho de plenitud vital, calificativo que aquí parecerá pleonástico, aunque no se puede aplicar por igual a todas las vidas.
Si no se piensa mucho en los que seguramente habrán sido sus sufrimientos, sus desgracias, será por lo mucho que se afanó en no darle tristezas al mundo, sino alegrías.
Nada —léase bien: NADA— consiguió menguar su patriotismo. Ahora que tendrá —como quería que le ocurriese al final del camino— toda la tierra de su patria sobre lo que de ella queda materialmente hablando, y nos deja sabores de mar al sur de la garganta, sabremos la importancia que tenía saberla viva —vuelvo a precisar: VIVA, con mayúsculas, para compensar la falta de otros recursos con que marcar énfasis en Facebook— entre nosotros.
Y no la idealicemos, porque eso sería empobrecer su complexión humana.
(Publicado originalmente en la página de Facebook del autor)
Tres poemas de Carilda Oliver Labra
Carilda
Traigo el cabello rubio; de noche se me riza.
Beso la sed del agua, pinto el temblor del loto.
Guardo una cinta inútil y un abanico roto.
Encuentro ángeles sucios saliendo en la ceniza.
Cualquier música sube de pronto a mi garganta.
Soy casi una burguesa con un poco de suerte:
mirando para arriba el sol se me convierte
en una luz redonda y celestial que canta…
Uso la frente recta, color de leche pura,
y una esperanza grande, y un lápiz que me dura;
y tengo un novio triste, lejano como el mar.
En esta casa hay flores, y pájaros, y huevos,
y hasta una enciclopedia y dos vestidos nuevos;
y sin embargo, a veces… ¡qué ganas de llorar!
Me desordeno
Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada;
y casi sin por qué, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.
Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada;
me desordeno, amor, me desordeno.
Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lúbrica y turbada
como una mal promesa del veneno;
y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno.
La tierra
Cuando vino mi abuela
trajo un poco de tierra española,
cuando se fue mi madre
llevó un poco de tierra cubana.
Yo no guardaré conmigo ningún poco de patria:
la quiero toda
sobre mi tumba.