COLUMNISTAS

Muerte y resurrección mediática de Pablo Escobar

Una vez le escuché decir en la radio a un colega colombiano que un día nos levantaremos con la noticia de la existencia de un santuario en cualquier parte del mundo donde venerar a Pablo Escobar.

Pareciera tener razón, pues con los años, la muerte del capo se ha convertido en una morbosa leyenda que hace mucho tiempo ha traspasado las fronteras de su país natal.

Vivir por ver…

Un turoperador en internet ha promovido un paquete turístico por sitios vinculados a la vida del tristemente célebre varón de la droga que incluye la visita a la Hacienda Nápoles, su cuartel general. El precio ofrecido por la agencia de viajes varía entre 70 y 1.020 dólares, dependiendo del tipo de recorrido y el número de turistas. Los interesados también pueden adquirir diversos productos promocionales, como pulóveres  con la imagen del “personaje”, libros, fotos, afiches, entre otros suvenires.

Desde que el 2 de diciembre de 1993 fue abatido cuando escapaba por el techo de una casa del barrio La América, en Medellín, ríos de tinta y celuloide se han  encargado de convertirlo en la encarnación de un nuevo tipo de héroe “tocado” con los superpoderes de la droga.

Así, Escobar, el criminal considerado por la revista Forbes durante siete años consecutivos entre los hombres más ricos del mundo, dejó un considerable rastro de sangre en su trayectoria desde que se proclamó en sus inicios como “benefactor de los pobres” hasta llegar a ser un personaje con una breve incursión en la política, al ocupar un escaño como representante a la cámara en el Congreso Nacional en 1982, puesto que perdió al año siguiente acusado púbicamente por sus negocios ilegales. No obstante, movió a su antojo los hilos del poder desde la narco y parapolítica mediante la “generosa” alianza o cooptación, el soborno, la intimidación y la muerte, como recoge la historia.

Cada cierto tiempo aparecen informaciones en los medios que apuntan a revelar algún aspecto controversial de la vida del mafioso, a recordar algún hecho en el que estuvo involucrado y todas sazonados con los sabores del mito. Así, por ejemplo, sucedió cuando salió, tras 23 años de la cárcel, en 2014, Jhon Jairo Velásquez, alias Popeye, su lugarteniente, quien tras una fugaz aparición pública y  una entrevista, levantó una polvareda de misterios, temores enquistados, odios y pasiones encontradas.

Juan Pablo Escobar Henao, su hijo, con libros y conferencias por  todo el mundo ha subido a la palestra mediática para demostrar, según él, que su padre no es tan malo como lo pintan; mientras el resto de la familia no ha dejado de ser objeto de persecución por la prensa sensacionalista desde su reaparición en Argentina.

La muerte sigue siendo una mina de especulaciones. ¿Quién disparó? ¿Cuál fue el tiro que le causó la muerte? ¿Quién ayudó a ubicar a Escobar en aquella casa? Esas son las preguntas que continúan gravitando en medio de un amplio menú de respuestas que le siguen insuflando vida mediática al occiso.

Así, sobre semejante plataforma de noticias se montan las industrias culturales para otorgar visos de realidad y credibilidad al espectáculo ficcional sobre el mundo de la droga ilícita y su principal cabecilla. Escritores, guionistas, por ejemplo, dicen entregar al público a un Escobar criminal de la peor especie, pero siempre subyace una malsana admiración donde las víctimas de tan atroces crímenes vuelven a ser victimizadas con el tratamiento aleatorio recibido  en las narrativas donde inevitablemente aparecen.

Celebridades del cine, escritores, políticos, psicólogos, pitonisas, prostitutas, ex oficiales de los servicios especiales, militares, sicarios, instituciones diversas, se montan en el carro del lucrativo negocio mediático que junto al río de dinero lleva aparejado una función ideológica y de reproducción social.

Puede decirse que Pablo Escobar abrió las puertas al  narcoespectáculo mediático. Desde entonces, nuevos escenarios y personajes del hampa son ascendidos al estatus de estrellas en telenovelas, películas, canciones, libros con memorias y testimonios que reciclan y promueven modos y estilos de vida con base a dichos contextos.

En la abrumadora mayoría de los casos, la verdadera naturaleza criminal  deviene acto circunstancial, referencial, y justificativa de los desmanes. La intención soterrada es vender  hombres de éxito, delineados con rasgos machistas, violentos, capaces de todo, indetenibles que en todo momento infunden miedo y  admiración.

Los estudiosos subrayan que las características culturales, históricas, económicas y políticas de una sociedad se convierten en condiciones estructurantes que definen la razón comunicativa de los medios lo cual remite a tener muy en cuenta la estructura económica que rige su funcionamiento y los factores políticos delineadores de las visiones del mundo que desde ellos se ofrecen mediados por las conexiones con los poderes fácticos o no siempre en movimiento detrás del telón.

Como puede apreciarse, más allá de ese jugoso negocio  existen otras intenciones más peligrosas y complejas. Tal es el caso de la naturalización de la violencia.

No pocos expertos coinciden en señalar que la palabra violencia ha devenido fetiche que designa muchos procesos de la vida cotidiana de naturaleza diferente. Y tienen razón, pues su periódica resemantización la ha llevado a perder cada vez más su capacidad comunicativa  de designar y definir lo esencial y verdadero al navegar por las aguas de una dudosa ambigüedad, pues mediante ella también se desinforma. De semejante práctica surge la intención de naturalización: la violencia forma parte de la condición humana y, por tanto, de la sociedad. Es una necesidad social. Ello equivale a guardar en el desván su esencia clasista, explotadora y racista.

Así se desvirtúa la historia, se secuestran los imaginarios y se convierte la cultura en río revuelto de aguas negras donde naufraga el sano debate entre las diferentes cosmovisiones y el consiguiente crecimiento social.

Mezcla de crónica roja, folletín, suspenso, banalidad, falsa cultura, el mundo del narco que nos traen las industrias culturales son, ante todo, una siembra constante de antivalores, es una propuesta destinada a la desmovilización política, a la criminalización de los sectores populares, a reclutar carne de cañón, a pasar por aceptable y posible un modo de vida basado en la violencia y el oropel denigrante donde todo vale. A glorificar una forma de exterminio de la humanidad. Se trata de un acto lesivo a la dignidad humana.

Ojo. Ese “bichito” camina y no tiene fronteras.

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Roger Ricardo Luis
DrC. Roger Ricardo Luis. Profesor Titular de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Jefe de la Disciplina de Periodismo Impreso y Agencias. Dos veces Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí.

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