Por Julio Martínez Molina
En menos de 45 días de mandato, el nuevo presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, ha emitido señales, nítidas y audibles, de su estilo de gobierno, las cuales no han pasado inadvertidas en el pueblo cubano, que las pondera y comparte.
No soy politólogo y no me concierne valorarlas, por ende este texto solo va a referirse a lo relacionado con el tratamiento-empleo de la prensa por el mandatario, desde una perspectiva pragmática e inteligente, la cual ayuda tanto al rostro del Estado (desde todos los puntos de vista, imagen incluido) como a nosotros los del gremio reporteril y al pueblo: principal destinatario del mensaje.
Él conoce a la prensa por dentro, en tanto lleva años vinculado a los encuentros y a las estrategias de la Unión de Periodistas de Cuba; como igual a las políticas de comunicación de los territorios, las cuales ha seguido y chequeado a través de los años más recientes, durante su visita a las provincias.
Por consecuencia, está consciente tanto de las fortalezas del gremio como de las falencias que aun lastran -pese a los avances paulatinos para desterrarlas-, a parte del periodismo cubano: monotonía, grisura, escasa personalidad, campañismo, “enamoramientos temáticos” momentáneos, retórica vacía y el retardo eventual en la emisión de la noticia.
Nadie en mejor posición que sí, entonces, para moverse y moldear dinámicas añejas y ortodoxias marchitas dentro del sector.
Cuenta con la posibilidad inmejorable de contribuir a modulaciones sustanciales de la plúmbea forma de hacer noticia en Cuba. De hecho, ya lo facilita e incentiva, a través de su ejemplo personal.
Díaz-Canel está regalando una verdadera lección de cómo justipreciar, respetar y usar -desde la acepción primera de utilizarla para el cumplimiento del objeto social de esta: informar; no en la posible vinculación del verbo con manipular- a la prensa cubana.
Este hombre lo mismo comparte sus impresiones sobre la producción del yogur en La Habana, que en torno a la caída de un avión, sobre un hecho cultural, el desarrollo futuro de la industria alimentaria o alrededor del curso escolar. Al momento, sin dilaciones.
No solo las proporciona a la televisión; esta pone el micrófono y la cámara, pero ahí están todos los medios, con sus grabadoras o agendas. Porque -no huelga recordarlo- todos son importantes, aunque muchas personas todavía no lo comprendan y sigan prefiriendo, convocando y privilegiando a la tan efímera como encandiladora pantallita.
Díaz-Canel posee absoluto conocimiento del valor de cada uno de los medios y del empleo de la tecnología para propalar ideas a través de estos o de otras instancias, como las redes sociales. Quien suscribe no descarta verlo aparecer en Twitter en cualquier momento.
No tengo conocimiento de causa para hablar de dirigentes de otras provincias, pues he cumplido mi vida profesional íntegra en Cienfuegos desde 1993, cuando comencé en el periódico 5 de Septiembre, y a partir de 2004, cuando, sin abandonar jamás al primero, alterné funciones primero en la corresponsalía de Juventud Rebelde y hoy en la del diario Granma. Sí puedo hablar, por tanto, con propiedad del territorio.
En esta provincia hemos tenido (y tenemos ahora), por fortuna, primeros mandos políticos y gubernamentales en la misma posición de acercamiento favorecedor a la prensa que la del nuevo mandatario insular. Además de las dos máximas figuras actuales de ambos aparatos, dispuestas y colaborativas con el gremio, también se incluyen algunos miembros de los buróes del Partido y consejos de la Administración, municipales y provinciales.
La lección de Díaz-Canel, en realidad, no va para ellos; sino para esa pléyade de jefes del sistema de ministerios, delegaciones, empresas y direcciones territoriales que todavía a estas alturas ponen retrancas a la prensa, plazos no cumplidos para responderle sus preguntas, evasiones, subterfugios.
La lección de Díaz-Canel va para esos que solo desean visibilizar el rostro cosmético de sus comarcas; nunca su faz con ojeras al amanecer del día a día.
La lección de Díaz-Canel va para ese océano de comunicadores institucionales, de esas mismas dependencias antes mencionadas u otras, que vegetan en sus puestos sin cumplir su misión fundamental de establecer puentes con la prensa para difundir cuanto ocurre en sus escenarios.
En virtud de esa desidia e inactividad, se escabullen centenares de buenas noticias al año, porque el periodista tiene olfato de profesional pero no es adivino.
Díaz-Canel comprende esto último y nos está ayudando. Ojalá lo imiten.
Tomado del 5 de Septiembre