Por Ángela Oramas Camero
Agradezco a Cubaperiodistas escribir cada semana una crónica dedicada al cumpleaños de nuestra Ciudad Maravilla, bajo el título Del saber patrimonial de La Habana.
Convencida estoy que el reconocimiento de Ciudad Maravilla, otorgado a La Habana, se debe con gran gratitud a Eusebio Leal Spengler por su esfuerzo difícil y amoroso durante tantos años en el rescate, conservación y vuelta al esplendor de monumentos, castillos, mansiones, calles, balcones y disímiles atributos que fueron dañados por incendios de piratas, huracanes, el paso del tiempo, la indolencia de administraciones gubernamentales y habitantes que olvidaron el mantenimiento de tales tesoros.
“Este es el premioso, pero agotador menester de todos los días. Así edificamos la utopía, como las abejas su delicado panal”, confesó Leal en Opus (número 2/2000). Y, yo añado en mi libro dedicado a los pequeños y adolescentes, Cuentos de La Habana al Rey, que el ilustre Historiador de nuestra capital ve más con el corazón que con los ojos, como le sucedió a El Principito de San Exupery.
Una tarde que llovía a cántaros, por la bahía se deslizaba un barco y mis nietos y yo contemplábamos el paisaje marino bajo el techo de la terraza, cuando a solicitud de ellos comencé a contarles el por qué al puerto primero lo llamaron Carenas antes de que La Habana se fundara en 1519.
Ello se debió a que el celta o gallego Sebastián de Ocampo -les expliqué- fondeó en el puerto para calafetear dos carabelas, antes de continuar el bojeo a Cuba. Desde entonces la teoría del rumor echó andar la exclamación: “¡Bendito Puerto de Carenas!” Su hazaña corroboró que Cuba no era tierra firme, sino una isla tendida como un caimán, larga y estrecha, sobre las aguas del Caribe.
Dejé a un lado el mencionado relato, para describir el nacimiento de La Habana con sus puntos cardinales coloreados así: dos, verde monte; uno, azul marino y el cuarto, rojo aurora desde la mañana hasta caer la tarde, porque en la noche es plateado por el brillo de estrellas y la luna.
En su tercera y definitiva instalación, La Habana fue fundada por un puñado de españoles a la sombra de una misteriosa ceiba, próxima a la boca del puerto y del sitio donde se encuentra el pequeño edificio de El Templete. Desde aquel histórico año, la ceiba es renovada en la etapa del natural envejecimiento.
Ese día, celebrado el primer cabildo y misa, la naciente Habana fue llamada San Cristóbal de La Habana y tuvo como Patrón a San Cristóbal, santo del catolicismo traído del Viejo Mundo.
Un sacerdote echó incienso sobre el tronco de la ceiba a la que también roció con agua bendita. Dicen que cada español le dio tres veces la vuelta al árbol y pidió un milagro. El espectáculo fundacional fue observado por los aborígenes del cacicazgo de Habaguanex, llamados indios por los colonizadores.
Concluida la ceremonia, los nuevos pobladores iniciaron las construcciones de las viviendas con madera preciosa y techos de guano o sea, se levantaron los primeros bohíos, los cuales años más tarde comenzaron a ser remplazados por casas de mampostería hasta dotar a la ciudad de una impresionante expresión de identidad.
Siglo tras siglo, la villa devino en extraordinaria ciudad que al decir de los especialistas revela “uno de los conjuntos de arquitectura doméstica más completos en secuencia de evolución de América Latina”, lo cual unido, en particular, a la conservación de los antiguos monumentos militares, religiosos y civiles forma parte del Patrimonio de la Humanidad.
Buen aniversario tienen varios de sus símbolos emblemáticos como lo constituye el neoclásico El Templete, junto a la histórica ceiba y frente a la Plaza de Armas. El vetusto edificio, cerca de la abrigada bahía, fue inaugurado en 1828 e inspirado en el construido en la ciudad vasca de Guernica, España.
Al no conservarse documentos oficiales de 1519, destruidos por el incendio que devoró la papelería del primer cabildo, gracias a la tradición oral existe un testimonio grabado en piedra en 1754 en la columna llamada Cagigal, levantada junto a El Templete por el entonces gobernador Francisco Cagigal de la Vega, precisamente para conmemorar la fundación de la villa habanera.
En el interior de El Templete los visitantes aprecian tres grandes murales del pintor francés Jean Baptiste Vermay que muestran su idea sobre la fundación de La Habana, así como la inauguración de este edificio y la bendición del Obispo Espada cuando sucedió la declaración de Ciudad.
Vermay fue pintor de Napoleón 1, en París, y llegó a Cuba con los emigrantes franceses desde Nueva Orleans. Sus cenizas se guardan en El Templete. Otra curiosidad significa que la calle más chica de La Habana, Enna, de poco más de un metro de ancho y unos pocos de largo, se encuentra detrás de El Templete.
Antes, la festividad de San Cristóbal solía celebrarse cada 25 de julio, pero el Papa León X cambió la ceremonia para el 16 de noviembre, para no interferir con la de Santiago Apóstol. Desde entonces, en esta fecha San Cristóbal y por consiguiente la capital cubana, La Habana, realiza su fiesta llueve, truene o relampaguee.
El inicio de la fiesta es a medianoche del 15 de noviembre y como sucede en la actualidad, el Historiador de La Habana sale del otrora Palacio de los Capitanes Generales, hoy Museo de la Ciudad, seguido por una multitud de cubanos hasta llegar justo a las 12 p.m. a El Templete, portando una copa con centavos que toma y lanza a su paso, sobre todo cuando se halla junto a la ceiba. Seguidamente todos los asistentes, en fila, comienzan a darle tres vueltas al árbol y en silencio piden los milagros.
(Continuará).