En otra ocasión,1 me referí a toda una serie de cubanismos que están ausentes del Diccionario de la Real Academia Española (Drae, hasta el 2001) y del Diccionario de la lengua española (DLE, 2014). En esta oportunidad, por el contrario, voy a referirme a algunos de los que sí están incluidos y, en especial, al término barbacoa.
Valgan como ejemplos de cubanismos recogidos en el DLE, cañona, “presión, imposición que se ejerce sobre alguien”, como coloquialismo; acotejar “arreglar, colocar objetos ordenadamente”, que, pronominalizado, es decir acotejarse, se usa también en la República Dominicana como “acomodarse, ponerse cómodo” y solo en Cuba, en el sentido de “arreglarse con alguien”, “ponerse de acuerdo sobre algo” y “obtener un empleo”; y candanga, que, además de utilizarse en El Salvador y Honduras como “diablo”, se emplea en Cuba y Honduras, con el significado de “embrollo”, “situación embarazosa” y solo en Cuba como “ocupación o situación que produce molestia o hastío”.
Ahora bien, aunque la profesora Esther Forgas, de la Universidad de Tarragona, España, en su minucioso análisis de este fenómeno,2 enumera barbacoa entre los cubanismos recogidos en el DLE, quizás justamente por no vivir en Cuba, esta lingüista no tuvo en cuenta que el lexicón académico no incluye la acepción más común en la vida del cubano de hoy: la referida a la habitación construida preferiblemente en edificaciones antiguas, de techo más alto, para dividir y aprovechar ese espacio vertical.
En la entrada correspondiente a barbacoa aparecen las acepciones más generales: “parrilla usada para asar al aire libre carne o pescado” y “conjunto de alimentos preparados en una barbacoa”. Pueden leerse también una acepción propia de Bolivia, Guatemala, México y Perú, “conjunto de palos de madera verde puesto en un hoyo en la tierra, a manera de parrilla, para asar carne”; otra de Costa Rica y Dominicana “emparrado”, “armazón que sostiene la planta trepadora”; y aún otra perteneciente a Ecuador y Perú, “zarzo cuadrado u oblongo, sostenido con puntales, que sirve de camastro”.
Como cubanismos, en esta entrada se recogen tres acepciones: “andamio en que se pone el que ha de vigilar los maizales”, válida también para Ecuador y México; “casa pequeña construida en alto sobre árboles o estacas”, válida en Ecuador y Perú; y “zarzo o tablado tosco en lo alto de las casas, donde se guardan granos, frutos, etc.”, de empleo común, además, en Ecuador y República Dominicana.
Independiente de que algunas de estas acepciones sea en verdad utilizada en Cuba, su uso no se halla generalizado entre nosotros, por tanto no deberían aparecer como cubanismos; sin embargo, el que sí lo está no aparece incluido en el Diccionario de la lengua española.
Claro, que esta acepción responde al modo en que las dificultades socioeconómicas permean el idioma. Esa barbacoa, surgida de la imperiosa necesidad de sacarle mayor partido al espacio de nuestras viviendas, con el tiempo ha de desaparecer de la realidad del cubano y de nuestro empleo de la lengua.
No puede obviarse el hecho de que las situaciones económicas marcan el lenguaje: recuerdo que en cierta ocasión me referí al incorrecto empleo del cubanismo jama y un español me escribió para referirme que constituía un error considerarla cubanismo, porque durante la Guerra Civil española, ya se usaba esa palabra en esa nación.
De igual modo, puedo recordar una frase, que se adueñó de nuestra habla y llegó incluso a convertirse en título de una novela policiaca de Daniel Chavarría —Completo Camagüey—, para luego desaparecer por completo de nuestra realización del idioma.
1 Véase el trabajo “Si de cubanismos se trata…”, publicado en esta sección el 3 de marzo del presente año.
2 Aparece en Estudios de Lexicología y Lexicografía. Homenaje a Eloína Miyares Bermúdez (Leonel Ruiz Miyares, comp. y ed), Centro de Lingüística Aplicada, Santiago de Cuba, 2017, pp. 112-129.
C uando yo era niño (tengo 70 años), en esta zona oriental que vivo (prov. Las Tunas ), se utilizaba la palabra “barbacoa” a ciertas construcciones rústicas que se utilizaban en las zonas rurales para guardar los granos, fundamentalmente el maíz para el alimento de las personas y los animales domésticos posteriores a su cosecha.