Libertad de prensa no es usar las redes sociales para tratar de tumbar gobiernos o destruir procesos progresistas y revolucionarios.
No puede ser el burdo libertinaje a cambio del tributo mercenario de quienes apuestan por un mundo neoliberal dominado por la potencia hegemónica de Estados Unidos.
Libertad de prensa debe ser el derecho de todos a recibir información veraz, oportuna, no apologética ni hipercrítica. El derecho, no de los empresarios y grandes dueños de medios, sino de quienes asumen el periodismo como un compromiso con la verdad y apuestan por ella.
Nuestro periodismo debe estar cada vez más cerca del latir de los corazones de los pueblos que claman por el derecho al trabajo, a la seguridad social, a los servicios de salud de calidad y gratuitos, a una educación inclusiva que llegue a todos, sin diferencia de credo ni de raza, sin que medie el dinero para poder recibirla.
Pero, lamentablemente, son muchos los traspiés que sufren el periodismo y la libertad de prensa.
Por ejemplo, las últimas noticias, llegadas hace apenas 24 horas antes de celebrarse este 3 de mayo como Día de la Libertad de Prensa, no pudieron ser peores.
En Afganistán, un país semiocupado por una potencia militar extranjera –Estados Unidos– y una organización belicista –la OTAN–, nueve periodistas murieron por acciones del grupo terrorista Estado Islámico.
Días antes, en la frontera entre Ecuador y Colombia, otros tres trabajadores de medios de comunicación fueron secuestrados y asesinados por grupos violentos que operan en territorio colombiano.
En México –país con mayor cantidad de periodistas asesinados por bandas armadas y del narcotráfico–, la llamada libertad de prensa o el simple ejercicio del periodismo, sufren cotidianamente los efectos del terror.
Esto y más –pues hay muchos ejemplos en Honduras y otros países– es lo cotidiano en un mundo donde más que discutir o teorizar sobre «libertad de prensa», hay que ir a las raíces de los problemas que nos afectan, ya sea el nefasto papel de los monopolios económicos, o la concentración mediática y su vínculo con el poder político.
Pero no solo de muertes de periodistas se pudiera hablar para confirmar que es la profesión más peligrosa y a la vez más manipulada de nuestros tiempos.
Las corporaciones mediáticas se han convertido en verdaderos partidos políticos en muchos países y actúan al lado –y a veces delante– de quienes se proponen y hasta logran, como en el caso de Brasil, dar un golpe parlamentario-mediático que saque del poder a una mujer, Dilma Rousseff, por la cual habían votado más de 54 millones de brasileños que la llevaron a la Presidencia.
En ese mismo país, una vez defenestrada Dilma, grandes corporaciones mediáticas y corruptos sectores de una justicia que no es, unieron fuerzas hasta llevar tras las rejas al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, seguro presidente en los próximos comicios a celebrarse en Brasil, según todas las encuestas que lo dan como favorito.
Con Lula tras las rejas, se elimina el mayor obstáculo para los grandes grupos de poder brasileño. Los casi 30 millones de hijos de ese gran país, sacados de la miseria y la pobreza durante los gobiernos de Lula y Dilma, no cuentan a la hora de hacer uso de esa «libertad de prensa» en medios encargados de desacreditar a Lula y que ni una palabra dicen de los corruptos instalados en el gobierno.
Verdaderas bofetadas a la cara de una supuesta libertad de prensa que para nada tiene en cuenta que no podrá haberla mientras coincidan intereses económicos, políticos y mediáticos.
En varios países de la región sudamericana, durante los gobiernos de las dictaduras fascistas instaladas en el poder con asesoramiento y colaboración estadounidense, fueron decenas los periodistas asesinados y cientos los que emprendieron la única opción, el exilio.
Y en aquellos tiempos como en estos, hubo organizaciones representativas de los dueños de los medios, como la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y la Federación Internacional de Periodistas (FIP), que nunca han movido un dedo acusatorio contra quienes han masacrado la libertad de prensa.
Hay ejemplos como el de Venezuela, donde poderosos periódicos, cadenas televisivas y agencias se alinean con los sectores más recalcitrantes de la derecha que se propone derrocar al presidente constitucional del país.
Mercenarios de la prensa han existido y existen. Son esos que, siendo o no profesionales del sector, venden o cambian principios y se sitúan, por algunos dólares de pago, al lado de los que por más de 60 años han querido destruir a la Revolución Cubana.
Algunos de ellos viven de las migajas que les dan los que en la cuna imperial del Norte hablan de libertad de prensa. También los hay que se codean con terroristas o se retratan con ellos para sentirse más identificados aún con los que apoyan el bloqueo y se oponen a una relación normal entre países con formas de gobiernos diferentes.
Esos mercenarios viajan a Europa, a algunos países de América Latina y sobre todo a la guarida de Miami, para participar en seminarios y otras acciones encargadas por Washington y bendecidas por la desprestigiada OEA.
Todo, en nombre de una huérfana libertad de prensa, esa que es más libertad de dueños que otra cosa. Se trata de una deformación de conceptos, con interpretaciones diversas.
Fuente: Periódico Granma