Aquí y allá, en establecimientos comerciales de carácter privado se extiende, como por onda expansiva, el uso de anuncios en inglés. Esa presencia comienza a invadir el espacio público. En estas circunstancias, es imprescindible recordar que el español constituye la lengua oficial en nuestro país. Portadora de identidad, componente esencial de nuestra cultura, integra los factores constitutivos de la nación soberana. Por demás, la ley impone la exigencia de su cumplimiento obligatorio por parte del conjunto de los ciudadanos.
Cabría suponer que entre los comerciantes de reciente estreno se manifiesta la tentación de complacer, por esta vía, a los visitantes de otros países que, en flujo creciente, llegan al nuestro, aunque no todos sean hablantes nativos del inglés.
Se trata de una apreciación errónea. Las motivaciones de los viajeros son múltiples. Muchos se solazan con los atractivos de la naturaleza, disfrutan del sol y la playa. Otros prefieren frecuentar las ciudades, interesados por los valores patrimoniales que las singularizan y por el comportamiento de un pueblo comunicativo, callejero, acogedor y cordial, tal como lo reconocieron quienes pasaron temporadas entre nosotros desde los tiempos de la colonia. En el ámbito edificado y en las gentes que lo habitan, descubren los valores de una cultura diferente, amasada a través de una historia específica.
Por vía inconsciente, el ambiente que nos rodea influye en el uso del idioma. Era yo una joven recién graduada en busca de trabajo, cuando se me ofreció la oportunidad de colaborar en la elaboración de un manual de ortografía. La autora del texto había realizado previamente una encuesta entre estudiantes para detectar los errores más frecuentes. No los hubo al escribir la palabra cerveza, a pesar de la c, la v y la z, tan comprometidas en nuestra habla latinoamericana. Por aquel entonces, la competencia entre las marcas más reconocidas se manifestaba en un despliegue publicitario en las calles y en la televisión. La grafía se grababa de manera indeleble en la retina de todos.
Según reseña la prensa, el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel, subrayó en palabras pronunciadas en el Ministerio de Educación la necesidad de conceder la importancia que merece al desarrollo de los hábitos de lectura mediante la conducta de un maestro, portador siempre de un libro ante los escolares que deberán seguir su ejemplo.
El asunto adquiere mayor trascendencia en tiempos de dominio creciente de la comunicación audiovisual. Ha sido objeto de análisis e investigación a nivel internacional. Entre nosotros, el tema reclama atención de primer orden ante el deterioro en el empleo de la lengua que concita preocupación en amplios sectores sociales. Por distintas vías se ha manifestado la necesidad de conceder la debida jerarquía al aprendizaje del idioma, no solo mediante el manejo de la gramática, sino a través del entrenamiento en la comprensión de textos literarios.
El dominio del idioma asociado a la comunicación humana y a la capacidad de forjar en los educandos el ejercicio de un pensar independiente, crítico y creativo, abierto al acceso al conocimiento y a la búsqueda permanente de la innovación, resulta reclamo fundamental de esta época. Constituye un integrante inseparable, junto a la historia y las matemáticas, de la tríada de disciplinas que, más allá de lo instrumental, se distinguen por su carácter formador.
Preservar el potencial de riqueza y expresividad de la palabra y diseñar estrategias en función del presente y, sobre todo, con vistas al futuro de las criaturas que están naciendo, cuando los mensajes telegráficos dominantes en el empleo de los teléfonos celulares suplantan el arte de la conversación, bloquean el diálogo productivo, interfieren la transmisión de saberes, castran el impulso creativo de la imaginación y limitan el acercamiento sensible entre los humanos, son demandas impostergables.
La complejidad del desafío compromete a la familia y a la escuela, pero trasciende delimitaciones institucionales compartimentadas. Desde el amanecer, la comunicación preside, tanto como el oxígeno que respiramos, la totalidad de nuestro existir. Se manifiesta en la zona más íntima del hogar, en el tránsito por las calles, en la prestación de servicios, en las fórmulas de una convivencia civilizada, en el tejido de las redes de la información que nos conectan con la realidad del país y con los derroteros del acontecer internacional. Comprender la magnitud del problema es paso indispensable para afrontar la búsqueda de las soluciones.
Cultura e identidad arropan el territorio de la espiritualidad, residencia de los valores que nos definen como pueblo. Perduran y se transmiten a través de la lengua que hemos heredado. Cuidemos de ella en los mensajes que animan nuestras calles, en los medios de comunicación, en el ámbito de la escuela y del centro de trabajo. Podemos hacerlo ahora mismo. Mientras tanto, para precisar estrategias a largo plazo, convoquemos al análisis y la reflexión. Ante la complejidad de los problemas, pensar es un modo de ir haciendo.
Tomado de Juventud Rebelde