“El más fuerte nunca lo es bastante para dominar siempre… La fuerza no constituye derecho, y sólo hay obligación de obedecer a los poderes legítimos.” Juan Jacobo Rousseau
Puede ser que el título de este trabajo parezca extraño para algunos. Tienen como referencia en contra la visión impuesta de la idílica democracia y el supuesto régimen político democrático de los Estados Unidos. Pero existen elementos suficientes para asumir la realidad tal cual es. Si se quiere puede tratarse de una dictadura sui géneris mixta que se ejerce en lo interno y con mayor fuerza hacia lo externo.
Empezando por lo interno podría señalarse por ejemplo que Donald Trump ha sido, según se afirma, el presidente más rico de la historia en ese país. Y efectivamente se trata de un empresario, que como tal, es un miembro conspicuo de esa plutocracia inveterada que ha gobernado y gobierna a los Estados Unidos. En las elecciones se puso en evidencia la falsedad de que la mayoría de los votantes eligen al presidente, tal como lo sería en una democracia verdadera, pues un arcaico sistema electoral vigente del llamado “colegio lectoral” de los estados, le permitió acceder al trono a pesar de haber obtenido 2 millones de votos menos que su contrincante Hillary Clinton. Y simplemente, accedió a la Casa Blanca, con los gritos de “¡viva el rey!, pero también con las protestas de una población significativa, pero al fin, primó la filosofía de que “aquí no ha pasado nada”.
Una vez en el poder el autócrata empresario comenzó a cumplir sus disparatadas propuestas. Así ha transcurrido la era Trump, edictos tras edictos, llamémoslos disposiciones u órdenes presidenciales ejecutivas, algunos retrasados en su cumplimiento hasta cierto punto por el poder judicial y legislativo. Y ha seguido sus acciones arbitrarias, echando abajo todo lo establecido por el gobierno anterior en lo concerniente a los beneficios sociales para los sectores más pobres de la población. El ricacho, encaramado desde su propia torre, siente un odio visceral por la parte del pueblo estadounidense no rico, y ha manifestado su sesgo discriminador de la mujer, de razas, de géneros, de creencias religiosas, etc. Las protestas de amplios sectores de los Estados Unidos ante cada situación son conocidas y constituyen una prueba fehaciente de las actuaciones impopulares del gobernante. Debe señalarse también que en sus ínfulas de grandeza no quedan indemnes hasta propios colaboradores y miembros de su ejecutivo, y los congresistas de su propio partido y la prensa.
Un ejemplo sin par es el tratamiento dado a los ciudadanos estadounidenses, que constituye, cuando se profundiza en sus reales dimensiones, una violación flagrante de los derechos humanos de ellos. Y es que en su obcecación de aplicar medidas agresivas contra Cuba, que incluye prohibiciones y restricciones puntuales para las visitas de los ciudadanos a Cuba, les somete a condiciones que sin duda alguna constituyen una afrenta a la dignidad plena de ellos. La medida conlleva tal grado de control, vigilancia y restricción del derecho de libertad de las personas, que es posible que nunca en la historia ningún régimen político ha sometido a sus ciudadanos a tales indicaciones para las circunstancias de visitas a otro país, con el cual, además, se mantienen relaciones diplomáticas e intercambios y colaboración en determinados aspectos de interés mutuo.
Otra faceta del mismo asunto es que tales medidas se aplican, con la rigurosidad de un espionaje individual y colectivo, y en que los infractores pueden ser condenados a penas severas, y se extienden también a los empresarios e instituciones que organizan o participan en los viajes. Para que se tenga una idea de la prohibición individual, esta incluye hasta algo tan ridículo como prohibir la compra y no ingestión de determinadas marcas cubanas de refrescos. ¡Vaya tipo de decreto de un asno, y también la pose del flamante dictador del imperio!
Así pues, si bien la medida parece solo contra Cuba y sus ciudadanos, estos están curados de espantos y están acostumbrados a cincuenta y cinco años de bloqueo, peor es la coartación del derecho del libre movimiento de los ciudadanos estadounidenses y las humillantes condiciones para hacerlo, en forma limitada, a miles y miles que visitan cada año o tienen la esperanza de realizar tal viaje al país prohibido, pero el más seguro, amable, generoso e interesante que descubrirán finalmente en su realidad y verdad, a pesar de tantas calumnias y agresiones practicados contra él. Lo que teme Trump y sus aliados es la fascinación y atracción crecientes de los estadounidenses que visitan Cuba al comprobar que lo peor o malo que durante tantos años les hicieron creer, ahora mágicamente no lo es tal como decían y dicen.
En lo referente al exterior, ese actuar arbitrario propio de un dictador y emperador mundial, por demás caprichoso, se puso en evidencia en la pasada Asamblea General de las Naciones durante la discusión y aprobación de la Resolución anual contra el bloqueo económico, comercial y financiero de los Estados Unidos contra Cuba. Se condenó a los Estados Unidos con una votación de 191 países y dos en contra (EE.UU. e Israel). Pero en ese marco la embajadora del imperio mostró su desprecio al resto del mundo, al señalar que lo que ocurría en el seno de la ONU era una farsa y que el asunto del bloqueo no se resolvería allí. En fin, el mundo entero equivocado, el mundo entero, -países grandes y pequeños, países aliados o no-, eran tontos e incapaces de discernir la realidad del bloqueo, que por otra parte no solo atañe a Cuba sino al resto de los países por su carácter extraterritorial. Sólo el imperio tiene la razón a la hora de aplicar medidas contra Cuba y el resto del mundo. Así se comporta el imperio y la dictadura que ahora ejerce Trump.
Pero se puede añadir un rosario de hechos que reflejan ese carácter dictatorial en su política exterior, como son: la construcción del muro en la frontera con México y la pretensión de que ese país pague su costo; el repudio al acuerdo del Nafta, con México y Canadá; el retiro del Tratado de París para el Cambio Climático; el retiro de su membresía en la Unesco; la violación de la soberanía y la agresión a Siria, manteniendo tropas y realizando bombardeos en ese territorio sin la autorización del país, y el lanzamiento de la llamada “bombas madre”, contra una unidad militar; las amenazas de destrucción total de la República Popular Democrática de Corea; la amenaza de agresión militar contra Venezuela porque “tenemos muchas tropas en sitios lejanos y Venezuela no está tan lejos”, y la persecución financiera y comercial que actualmente mantiene coligado con Canadá y la Unión Europea; también las medidas discriminatorias sobre la emigración de países señalados y las sanciones económicas aplicadas contra varios países, incluyendo a Rusia.
Así transcurre, próximo a cumplirse el primer aniversario de su asunción al poder, la política caprichosa del dictador de la Casa Blanca amparado en lo que para él y su clase es su principio rector: el derecho de la fuerza. Pero tal parece que desconocen lo planteado por Rousseau hace mucho tiempo: “El más fuerte nunca lo es bastante para dominar siempre… La fuerza no constituye derecho, y sólo hay obligación de obedecer a los poderes legítimos.”