Palabras en la presentación del libro Cuba en la encrucijada, de Fernando Martínez Heredia (Ruth Casa Editorial y Editora Política, 2017), en el Centro “Juan Marinello”, el 13 de diciembre de 2017.
En una nota a sus lectores, el autor de Cuba en la encrucijada comenta que ha hecho una selección de trabajos sobre problemas actuales, la mayoría frutos de la impronta periodística y pensados para el lector cubano, en diálogo con la historia del país. Explica que ha dividido los textos en cuatro grupos, de acuerdo con los temas y que, casi todos, se publicaron en los medios digitales –de hecho en Cubadebate, donde él colaboró regularmente desde el 2009, se pueden consultar 53 artículos suyos.
Para no repetir las razones de ese ordenamiento editorial, que tiene la mano y la inteligencia de un sabio, les propongo recorrer cuatro estaciones de Fernando Martínez Heredia, que se reconocen en el hilado de toda su obra anterior y se revelan también en este libro.
Primera Estación: Fernando, el Apóstol del Socialismo cubano
Independientemente de la fe que cada uno tenga, admitamos que Fernando era un Apóstol. Se consagró durante toda su vida, con total coherencia, a la prédica de un socialismo que tenía apellido, “cubano”, un emblema honroso, digno de formar parte del lenguaje en una etapa civilizatoria cargada de esperanzas y peligros, y en la que conceptos aledaños como libertad, democracia, soberanía, derechos humanos, solidaridad, patria y hasta Dios se han vuelto tan livianos como el aperitivo, el selfie, las Kardashian, los crucigramas o el horóscopo.
Si alguien quiere hoy o mañana restituir la verdadera enjundia a esas dos palabras, “socialismo cubano”, que son el hilo conductor de cada texto de este libro, tendrá que pasar obligatoriamente por Fernando Martínez Heredia y concluir que la médula de su apostolado es la convicción de que sin conciencia revolucionaria no hay socialismo posible.
Él nos dice a cada paso que las revoluciones no son hechos arqueológicos, pero no basta con invocar las palabras “socialismo” o “revolución” cada tres por dos. Cuba no se va a revolucionar socialistamente por sí misma, es decir, sin la voluntad de los sujetos que abracen “el socialismo cubano, que tiene una profunda necesidad de apelar al patriotismo popular de justicia social” [1], como él subraya en uno de sus artículos.
Fueron diversos los campos en los que se ocupó su pensamiento, pero este apostolado socialista es el elemento central de su obra que explica el por qué de la atracción que ejerció y aún ejerce sobre muchos dentro y fuera de Cuba: la suya fue siempre una prédica centrada en el estudio de los procesos de producción de la subjetividad humana en el socialismo.
Después de varias décadas de predominio de un marxismo vulgar y de experiencias socialistas que se desvanecieron en el aire, los textos de Fernando Martínez Heredia apuntan en una dirección que permite asimilar creadoramente las nuevas formas de lucha y de expresión de la subjetividad social sin tener que abandonar para ello el fundamento que proporciona el paradigma de la importancia de la producción o la centralidad del concepto de lucha de clases.
Estas prosas tienen, además, el calor del contexto. Sus trazos, hijos en ocasiones de un titular del noticiero nocturno, revelan no obstante el rasgo más peculiar del talante político de Fernando que lo acompañó durante toda su vida. Capta los elementos nuevos, revolucionarios, que brotan de la acción misma del pueblo, sin dejar de tener en cuenta de manera realista las condiciones internacionales y las condiciones al interior de Cuba, que han cambiado mucho en los últimos diez años. Con una gran dosis de imaginación democrática, este Apóstol del socialismo cubano nos convence en estas páginas, de una y mil maneras, de que no debemos permitir la victoria de la dominación y que la única opción decente para nuestras vidas sigue siendo continuar el proyecto anti-capitalista y desenajenante en Cuba.
Un domingo, en uno de los encuentros del club “La pensadera”, como le llamábamos a las reuniones informales que armábamos en la casa de Rebeca Chávez y Senel Paz, Fernando me habló de una cita de La sagrada familia, de Marx y Engels, que parece un juego de palabras: “Si el hombre es formado por las circunstancias, será necesario formar las circunstancias humanamente”. Allí está toda la sustancia de un problema que para Fernando –y lo reitera en varios artículos de Cuba en la encrucijada– no se ha superado en ninguna parte, pero tenemos que resolver en este archipiélago donde la “normalidad” significa que el 90 por ciento de los 500 años transcurridos entre la llegada de Colón y la actualidad, han sido de dominación colonial o neocolonial. Lo dice en este libro y lo comentó entonces en “La pensadera”: es falso que estemos librando una pugna cultural entre el neoliberalismo y la economía estatal, como algunos lo enfocan. No, nuestra bronca es entre la dominación capitalista que recupera fuerza social y un socialismo cubano que tendrá que transformarse y ser cada vez más socialista, o perecerá tras esa breve existencia medida a partir de los últimos 500 años de nuestra historia. Y acto seguido, muy a lo Fernando, armó su propio retruécano con la frase de los padres fundadores que recuerdo, palabras más o menos: lo mínimo que podemos decir es que todavía no estamos formando las circunstancias todo lo humanamente que nos es posible para que se formen humanamente las personas.
Segunda Estación: Fernando, el antimperialista tozudo y militante
Quizás el artículo más comentado de Fernando en Cubadebate y en el ciberpotrero que habita en una esquina de Facebook, es el que encabeza esta antología: “Días históricos, épocas históricas”. Comienza con una declaración tajante: “El pasado viernes 14 no fue un día histórico”. Se refiere al 14 de agosto de 2015, fecha en que reabrió la Embajada de Estados Unidos en La Habana con tres Chevrolets del 59 como telón de fondo en la puesta en escena del Secretario de Estado John Kerry.
El Antonio Guiteras que Fernando llevaba por dentro planta aquí el trípode de la ametralladora y dispara con furia a las verdaderas intenciones de Estados Unidos en la nueva coyuntura política. Es decir, apunta contra “la esperanza de dividirnos entre los prácticos y sagaces, los que comprenden y los rabiosos y ciegos, los aferrados y anticuados.” Dispara “a la posibilidad de hacernos una guerra que no es de pensamiento, sino de inducción a no pensar, a una idiotización de masas”.
“Me llega a admirar –escribe Fernando- que funcionarios norteamericanos crean que hacer visitas y parecer simpáticos sea suficiente para que los cubanos se sientan reconocidos y gratificados, algo solamente explicable por la subvaloración del que se siente imperial y el desprecio que ya les conocía José Martí”. Por eso, clama por “desbaratar confusiones y desinflar esperanzas pueriles como una de las tareas necesarias”, y a ello dedicará varios artículos y entrevistas que desbordan el paréntesis de este libro.
En medio del discreto tono diplomático que tomó el discurso oficial y el entusiasmo desembozado por el giro de la política norteamericana en sectores dentro y fuera de Cuba, Fernando fue uno de los pocos intelectuales que en esos días dijo abiertamente que la brújula política del país, el antimperialismo, estaba una vez más siendo sometida a la prueba de las nuevas situaciones y necesidades nacionales.
Cuando Esther Pérez, su compañera, me llamó para que presentara este libro, lo describió como “los artículos de Fernando sobre Estados Unidos”. Obviamente, todos los textos que aquí aparecen no abordan directamente la nueva vecindad que se inició a fines de 2014 y se fue a bolina dos años después, pero sí fue este el leit motiv de buena parte de la producción de artículos y ensayos de Martínez Heredia desde ese año hasta su muerte en junio pasado. Pero en todos los textos, desde el primero hasta el que estaba escribiendo o soñando en su última madrugada, es posible reconocer las balas trazadoras de su antimperialismo militante y guiterista.
Tercera Estación: Fernando, el incómodo
Quizás convenga subrayar que el “socialismo cubano” de Martínez Heredia no es un concepto usable con cualquier norma de conducta. Significa ante todo una ejecutoria y una palabra que no admiten maquillajes, que no comulgan con el desarme ideológico ni con su opuesto, el voluntarismo ideológico. Por eso resultaba incómodo.
Más de una vez hablamos de esta “incomodidad” y algunas de sus consecuencias no deseadas, como la de ser citado alegremente lo mismo para afirmar un argumento que para contradecirlo. “Los manipuladores no me han tenido, no me tienen y no me tendrán”, comentó un domingo en “La pensadera”.
Fernando fue siempre un socialista incómodo, porque sus convicciones socialistas tenían una vena jacobina y otra vena clasicista, sístole y diástole de su pensamiento. Fue un filósofo difícil de clasificar porque la solidez de sus convicciones morales le empujaba a estar siempre con los de abajo, con la mayoría, mientras que su erudición marxista y su pasión por la historia lo alejaron siempre de las modas y de las instrumentalizaciones políticas. Y verán en este libro otra constante en la obra de Fernando: pocos como él en Cuba se han tomado tan en serio aquella frase de Gramsci que dice que la verdad es revolucionaria.
Fernando pelea contra la censura, el dogmatismo, el racismo que naturaliza la desigualdad y el economicismo ramplón, pero aún más contra la idea de un Imperio sin imperialismo, que ofende al sentido común. Se subleva contra los intentos de reducir al país a la fantasía de los buenos tiempos republicanos, cuando no imperaban “la chusma y los castristas”. Le va arriba a lo que llama “la democratización mercantilizada del consumo cultural” y dice que es “suicida quien crea que esto es solamente un entretenimiento inocente para pasar ratos amables”. Pone en su justo lugar al nacionalismo de derecha emergente en Cuba, que como ocurrió a inicios del siglo XX, no podría ser anexionista por presión de los de abajo, pero sí “cumplir su papel entreguista de cómplice y subordinado del imperialismo norteamericano”.
Llama por su nombre al autoritarismo trasnochado que pretende obstaculizar la utilización de los nuevos medios, y también, al conservatismo social que cree posible vivir “en digital” y modernizarse por imitación, ser apéndice de los objetos y las imágenes, y dejar de ser pueblo para convertirse en público. Protesta contra la inercia y la pasividad y usa frecuentemente el verbo “pelear”, porque “estamos en medio de una guerra: la contienda cultural entre el capitalismo y el socialismo en Cuba”. Planta ante el hecho bochornoso del uso de nuestra bandera en un acto para recibir turistas, pero exige que además de “establecer responsabilidades y motivaciones interesadas”, se analice la cuestión más seriamente y se busquen las causas de por qué “sectores de pobres priorizan un ingreso para resolver necesidades perentorias y no el rechazo a una ofensa a la dignidad y los símbolos nacionales”.
Leyendo este libro cualquiera se da cuenta de que no hay manera de encasillar a Fernando, que es incómodo tal vez porque sus frases y sus preguntas son como estiletazos capaces de condensar en una oración simple un pensamiento complejo y vital, que se resiste a ser clavado con alfileres como mariposas en el panel de un entomólogo.
Cuarta Estación: Fernando, el intelectual del pueblo
Este libro es coherente con la vida y el pensamiento de Martínez Heredia, porque nos dice: “primero la gente”, “todo con los pobres de la tierra y nada sin ellos”. Porque nos habla de la gran oportunidad que tiene la Cuba de hoy de privilegiar la justicia, de poner al ser humano en toda su dignidad como objetivo fundamental de la economía y no al revés. Porque demuestra que la ostentación a la que nos llama el capitalismo a ultranza, toda esa vida figurativa, está profundamente equivocada desde sus raíces.
La historia desde la perspectiva de los más humildes, dice Fernando, nos permite descifrar los valores rectores de nuestra existencia y comprender que la identidad nacional nació de los sacrificios de los próceres y de los pobres de todos los colores, en una fragua donde “todas las formas de la entrega y el altruismo se hicieron cotidianas”, en “un trance en que la bandera del triángulo rojo y la estrella solitaria se volvió sagrada, y la marcha, el campamento, el héroe, el amado y la amada, la jornada de sangre y de muerte, se expresaron en canciones”. E incluye a pie de página una décima que nos revela otra de las cualidades de Martínez Heredia: a la par que despierta el espíritu crítico, su prosa no renuncia a avivar las emociones sin las cuales la Historia, particularmente aquella en la que se reconocen los de abajo, termina en letra muerta:
Cuando asoma la mañana
alumbrando el firmamento
se escucha en el campamento
alegre el toque de diana.
Cuando la tropa cubana
se forma por compañía
y el sargento, al ser de día
pasa lista diligente,
al responderle ¡presente!
yo pienso en ti, vida mía.
En fin, les recomiendo fervorosamente este nuevo título tan Martínez Heredia, tan de puertas abiertas hacia nuestra cultura, a un modo de entender la vida, a un país; tan anudado a la idea de calado profundo que deja marcas, huellas y que se acerca bastante al sentido de la existencia de un hombre que hizo de la palabra una herramienta de trabajo, pero sobre todo un ámbito de reflexión existencial y política.
Si coincidimos después de leer Cuba en la encrucijada que en el socialismo antimperialista, incómodo, popular y cubano que soñamos se distingue precisa y nítida la imagen de Fernando, hagamos con sus estaciones lo que él nos pedía que hiciéramos con la obra del Che: “Vamos a tomarlo para hacerlo realmente nuestro, apoderarnos de él y vamos, sobre todo, a utilizarlo”.
Fuente: Cubadebate