El 14 de noviembre de 1886, miles de fanáticos a las corridas de toros se congregaban a lo largo de la costa habanera para saludar al famoso torero Luis Mazzantini y a su cuadrilla que venían a bordo del vapor correo Cataluña, procedente de Cádiz. Las autoridades, promotores y anfitriones del diestro salieron a recibirlo en dos buques remolcadores que llevaban encima orquestas tocando pasodobles. Desde el muelle hasta el hotel Inglaterra donde se hospedó lo acompañaron cientos de admiradores.
Mazzantini no solo cautivó a los fanáticos por su valentía en la Gran Plaza de Toros de La Habana situada antiguamente en la Calzada de Infanta y la de Carlos III, sino también a la sociedad capitalina que se enorgullecía por su presencia en los salones más aristocráticos de la ciudad donde hacía gala de su amplia cultura y su elegante vestir. Muy pronto su nombre se vio en las anillas de una variedad de tabacos, en las tiendas de moda y hasta en la cartelera del teatro Tacón, como actor dramático en la obra Echar la nave, cuyos beneficios donó al Colegio de niñas pobres de Jesús del Monte. Su contrato de catorce corridas se alargó en dos lidias más para complacer el deseo de sus admiradores impresionados por su arrojo en el ruedo.
Semanas después, a principios del enero de 1887, arribó a La Habana en el vapor inglés Dee, otra celebridad, la excéntrica actriz francesa Sarah Bernhard y su compañía dramática después de una gira triunfal por Sudamérica. Los habaneros que le dieron la bienvenida quedaron boquiabiertos al ver que entre su numeroso equipaje traía jaulas de exóticos pájaros de plumas multicolores, iguanas, un galápago, un jaguar, perros, gatos y un féretro de palo de rosa con agarraderas de plata que según decían era la cama donde dormía y estudiaba sus papeles. Madame Bernhard con su inseparable lecho mortuorio, su troupé y sus mascotas y se hospedaron en el hotel Petit, ubicado al lado de La Chorrera.
Sarah se presentó en el Gran Teatro Tacón el 10 de enero de 1887 con la obra Cittá morta, del dramaturgo Gabriele D’Annunzio, poeta y también su amante. También escenificó La extranjera, La dama de las Camelias, La esfinge y otras piezas que arrancaron estruendosos aplausos y vítores de los espectadores habaneros y también de los matanceros durante su actuación en el teatro Sauto.
El día de su debut, Sarah conoció a Mazzantini y ambos, grandes amantes, intercambiaron experiencias durante su estancia en isla. Algunas veces se les veía por la orilla de La Chorrera donde pescaban o nadaban, otras en el elegante y apartado Hotel Trocha, en el Vedado, donde tenían su escondite. El y su cuadrilla le dedicaron una corrida a la artista y su elenco, que fue amenizado por un grupo de músicos negros entonando el popular pasodoble Mazzantini y días después actuaron juntos en el drama “El noveno mandamiento”. El amor se disipó cuando cada quien regresó a su país.
A ella se le recuerda por su arte, no por ciertos modales groseros que la caracterizaban y que hirieron la sensibilidad de los cubanos cuando en una función en el teatro comentó: “Los cubanos son indios con levita”.
En cambio a Mazzantini todos lo querían por su simpatía y educación y la esplendidez con las instituciones para pobres a los cuales dedicó en varias ocasiones una parte de los beneficios de una corrida. El toreo costeó también el tratamiento de la enfermedad y los funerales de uno de sus banderilleros conocido como “El Barbi”, que murió en La Habana, así como la tumba que aún conserva sus restos en el Cementerio de Colón.
En la Isla también se le recuerda con el decir popular que ha trascendido mediante generaciones: “Mejor no la hace ni Mazzantini el torero”.
Fuentes:
- Guillermo Lagarde: Mazzantini, un torero distinto. Desapolillando archivos. Editorial Letras Cubanas 1979, p. 7-
- Nuestro agradecimiento a Ia Lic, Idania Rodriguez por sus interesantes datos.