El próximo 7 de noviembre se cumplirán 100 años de la fecha que marca el triunfo de la revolución conocida en la historia con el nombre de la Gran Revolución Socialista de Octubre. Los acontecimientos más trascendentales tuvieron lugar en San Petersburgo y Moscú a través de una acelerada secuencia de hechos.
A pocos quedan dudas acerca de que en los procesos sociales, si bien las condiciones y causas de partida que los propician forman parte inseparable de los resultados, están siempre sujetos a las acciones humanas y también puede ocurrir lo imprevisible.
Luego de un siglo y por haber sido una revolución victoriosa puede parecer que era inexorable la dirección de los acontecimientos, no obstante, estos no habrían sido posibles sin la participación decisiva del genio político de Lenin, ni sin la organización bolchevique que lo respaldaba.
La Rusia de entonces
El zarismo había abierto las puertas a los monopolios que controlaban todas las ramas fundamentales de la industria, mientras los grandes terratenientes se habían adueñado de las mejores tierras y permanecían vestigios del régimen de servidumbre. Era, para decirlo con Lenin, el eslabón más débil de la cadena imperialista a principios del pasado siglo.
A tres años de iniciada la Primera Guerra Mundial habían sido llamados a filas millones de hombres con una gran afectación a la producción de cereales al disminuir la mano de obra para las labores del campo. No ocurrió lo mismo con el número de trabajadores industriales que en esos años creció, aunque la población proletaria de Rusia era proporcionalmente pequeña.
En 1917, Rusia, si bien continuaba participando en la guerra, era un país empobrecido y arruinado, con enormes deudas y una profunda fractura social. Lenin y su partido tenían cabal conocimiento de las condiciones del vasto país, tanto la anterior a la revolución de febrero, como la que antecedió a los momentos de la aguda crisis política que dio lugar a la revolución de octubre. Ellos supieron apreciar la situación y definir correcta y oportunamente las acciones que condujeron a la victoria de los trabajadores.
La revolución
La revolución democrática burguesa de febrero de 1917 derrocó al zar mediante masivas manifestaciones populares, sucesivas huelgas y levantamientos militares que devinieron insurrección popular.
Comenzó un período de dualidad de poderes en el que solo la organización de los desposeídos alrededor del movimiento bolchevique y la hábil conducción de Lenin lograron imponer el poder político de los trabajadores en alianza con el campesinado y otros sectores sociales de Rusia. Coadyuvó a la organización y movilización popular el hecho de que la mayor parte de los obreros industriales trabajaba en empresas con más de 500 plazas.
No era un proceso inexorable, tanto por la siempre probable ocurrencia de errores humanos, como por el rango de la incertidumbre y de lo imprevisible. Por esa razón el constante seguimiento de los acontecimientos y la corrección del rumbo y de las acciones formaba parte del resultado final y eso requería tener adecuadamente preparado al sujeto revolucionario para que fuera capaz de reaccionar y actuar según lo necesitasen. Sin la atención constante a la organización y a la cohesión del sujeto revolucionario la historia habría sido otra.
La acción consciente obró el milagro: el pueblo trabajador de Rusia devastada por la guerra, amenazada por las potencias imperialistas, con una población predominantemente analfabeta y en extremo pobre, encontró sus propias fuerzas para actuar en favor de sus intereses de clase, alcanzar el poder, resistir, reponerse y comenzar el camino de una construcción social de orientación socialista sin precedentes.
Baste señalar que cuando terminó la guerra mundial una coalición de países imperialistas y sus aliados comenzaron a hostigar al naciente Estado soviético con la entusiasta animación de Winston Churchill a la sazón ministro de la guerra de la corona británica. Cientos de miles de obreros y campesinos se unieron voluntariamente al Ejército Rojo. Convertida la guerra en una guerra patriótica, no pocos oficiales que sirvieron anteriormente en el ejército del zar lo hicieron entonces al servicio del poder soviético.
La joven revolución se vio atacada sucesivamente desde diversos puntos de su enorme geografía, incluyendo por el este los japoneses que fueron quienes más resistieron el empuje del Ejército Rojo claudicando finalmente en 1922. Fueron años de una alta complejidad los que trascurrieron después de la guerra mundial cuando en medio de la solución de las primeras tareas constructivas el poder soviético se vio obligado a combatir contra los intervencionistas, hasta que lograron afianzar el poder de los trabajadores. Durante esa guerra varias nacionalidades fronterizas con Rusia se sumaron al carro de la revolución y al naciente orden soviético.
Una de las lecciones históricas de la GRSO radica en el papel de la voluntad y la movilización revolucionarias, ya que es en momentos cruciales de inflexión en los que la acción consciente del sujeto decidido al cambio radical y con fuerzas suficientes acumuladas, preparadas y organizadas toma la iniciativa y puede con las decisiones correctas encaminar los acontecimientos en dirección al cambio y mantener el rumbo hacia los objetivos trazados.
La otra lección
La GRSO liberó reservas potenciales del pueblo ruso de tal envergadura que en los años en los que el mundo capitalista padecía la peor de las crisis, la naciente Unión Soviética registraba un crecimiento económico y social sostenido mediante el inicio de los planes quinquenales.
De tal magnitud fueron aquellas fuerzas sociales que empujaron vigorosamente la industria y la agricultura, prepararon al país para resistir la agresión del ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial, pasar a la ofensiva, vencerlo y después levantar nuevamente ese vasto país, influir poderosamente en los procesos de liberación nacional en todo el mundo e instalar el equilibrio bipolar que creó condiciones para importantes avances en las luchas sociales,
Se demostró en la práctica que era posible superar las crisis económicas consustanciales al modo de producción capitalista. Sin embargo, ni la experiencia de la URSS, ni la posterior de otros países que enrumbaron en dirección al socialismo lograron que el metabolismo socioeconómico socialista se convirtiera en cultura, de modo que la sociedad no solo produjese de modo socialista, sino también viviese de modo socialista. Demostró que junto con la construcción económica es imprescindible la transformación cultural integral de la sociedad.
Y otra lección más
Las contradicciones propias del capitalismo, incapaz de solucionar los graves problemas de la humanidad, son la fuente fundamental de generación de cambios sociales, y estos transcurren obligadamente a través de los eslabones mediadores que imponen las realidades regionales y locales, la historia y la cultura.
Por ello, si bien se encontrarán puntos comunes dados por el hecho de que siempre se parte del intento de superar el capitalismo real, no habrá una única teoría para la construcción del socialismo, sino tantas como realidades socioeconómicas, culturales, políticas haya en cada sociedad que se lo proponga. Y está el hecho incontrovertible de que tendrá que probarse en la práctica en medio de un mundo dominado por el sistema capitalista que ejerce su hegemonía no solo en el terreno económico, sino y muy especialmente en el terreno subjetivo, en los patrones de conducta, en el predominio y la manipulación en el mundo simbólico.
La teoría del socialismo en la necesaria articulación de sus vertientes económica, política, jurídica, social y cultural tiene por delante no solo los problemas de las propias contradicciones a lo interno de la sociedad que se proponga su construcción, sino las que genera la presión osmótica del capitalismo global.
Y para encontrar el rumbo no sirve copiar. Hay que generar conclusiones y decisiones propias. La GRSO solamente tenía apenas el efímero antecedente en la Comuna de París.
¿Qué nos lega entonces la Gran Revolución Socialista de Octubre?
Desde una rigurosa perspectiva histórica es imposible minimizar el significado universal de la revolución de octubre de 1917 que constituyó un desafío total al sistema económico y al modo de vida capitalista abriendo el camino hacia una opción histórica fundada en la eliminación de la explotación del hombre por el hombre.
No es de extrañar el entusiasmo que aquella revolución provocó en los trabajadores de muchos países del mundo que por diferentes vías recibieron las noticias asombrosas que informaban que por vez primera en la historia milenaria de la lucha de los oprimidos contra los opresores, los primeros se habían convertido en vencedores y se mostraban capaces de alcanzar y de defender sus conquistas.
Sobre algo es imprescindible llamar la atención: los pueblos del mundo, los trabajadores, los revolucionarios no pueden permitir que la historia de las experiencias socialistas, las positivas o las negativas, ya que de todas puede aprenderse, se desestime, se olvide o, aun peor, se cuente tergiversadamente, se mienta sobre ellas y se las considere errores, fallas o absurdos históricos y no parte de las luchas de los oprimidos y explotados contra los opresores y explotadores. Pero aprender de esa historia, de los principales referentes revolucionarios que las protagonizaron, no significa buscar allí las respuestas, sino las claves.
Siendo los procesos de cambios revolucionarios disímiles no es sensato copiar fórmulas. El marxismo y el leninismo, y el tan criticado marxismo-leninismo son identidades filosóficas y políticas válidas y la adscripción a ellas en modo alguno constituye un “error”, sino un fundamento cosmovisivo.
El error, sin embargo, está donde mismo alertó siglos atrás Spinoza: se yerra cuando un hecho singular se toma como universal. Convertir el legado de Lenin construido al calor de la lucha revolucionaria en Rusia, en teoría universal para todos los tiempos llevó a muchos a buscar las respuestas en sus obras en lugar de en la realidad que generaba las preguntas, era equivocar el significado de lo que Lenin nos dejó.
Cuando Lenin arengaba a los trabajadores en Petrogrado, nunca dijo “ahora les voy a dar orientaciones leninistas”. Su legado hay que entenderlo en los principios que desarrolló interpretando la realidad de Rusia y el contexto mundial en que transcurrió entonces. Su apreciación dialéctica de la realidad hizo que llegara a conclusiones diferentes a las de Marx y Engels, fundadores del socialismo científico y que se guiara por las conclusiones propias. Esa fue la clave del éxito.
Había condiciones para el cambio revolucionario en Rusia, lo probó la historia. El derrumbe del socialismo producido por los abusos de poder, las deformaciones burocráticas y por la incapacidad para encontrar las soluciones de continuidad necesarias no demeritan la revolución de octubre del 1917, sino que evidencian la diferencia entre hacerse cargo del poder y a continuación de su consolidación y de la construcción del socialismo.
La Gran Revolución Socialista de Octubre revela que la revolución es un proceso consciente, que sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario -algo que Fidel retomó en este siglo al afirmar que una revolución solo puede ser hija de la cultura y de las ideas-, que los pueblos pueden encontrar en sí mismos las fuerzas materiales y espirituales para en el momento preciso de su historia iniciar el camino socialista, que las revoluciones son grandes rectificaciones históricas por lo que deben autocriticarse constantemente, que el sujeto del cambio revolucionario debe estar siempre alerta, preparado y organizado para defender sus conquistas, que debe partir de sus propia realidad y no aplicar recetas de otras prácticas que solo deben servir como antecedentes, como experiencias a tener en cuenta, que no basta con la construcción económica, si esta no articula en la ciudadanía como algo propio, que tiene que ver íntimamente con su vida; si no es un proceso cultural en el más amplio sentido de la palabra, no conducirá al socialismo.