Dicen sus compañeros del equipo de softbol de la prensa de Matanzas que Jorge Luis Valdés Rionda era el mejor jugador: jardinero izquierdo y cuarto bate, casi siempre entre los de mejores promedios de bateo.
Fundador de los Torneos nacionales de Softbol de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), Rionda formó parte de aquel team Matanzas que, sin trajes ni spikes, ganó sorpresivamente el campeonato del año 1999, en Villa Clara.
Pero más que eso, Jorge fue quien dio el batazo decisivo que en el último momento permitió que “los descamisados” de Matanzas fueran a la final, en “El Sandinito”, con el equipo de Prensa Latina y ganaran luego 9 por 3.
Alto y fornido, Rionda tenía la complexión de un jugador profesional de pelota. Y tenía además el tacto y la inteligencia, pero lo que distinguía realmente a Jorge eran su alma y su bondad.
Natural de Cárdenas, era un Quijote mulato en pleno siglo XX en lucha permanente contra los molinos de viento de la desidia, el desgano, la indolencia y la mediocridad.
Tomaba ron con los amigos, escribía poemas y era tronco de periodista. Rey en el género comentario, hacía la más fina política sin teques. Dominaba el panfleto como no lo ha hecho nadie en el periódico Girón, donde trabajó desde que se graduó de la Universidad de Oriente.
Tenía apenas 42 años cuando partió. Había sido corresponsal de Granma, de Trabajadores, coordinador del Humedal del Sur y por un cortísimo período, presidente provincial de la UPEC en Matanzas.
Cuentan que Jorge era el jugador más popular del Matanzas, que cuando el equipo llegaba a los torneos preguntaban primero por él, por Valdés, porque era el más campechano, el socio de todo el mundo.
Era el penúltimo mes del año 2002 y Matanzas jugaba un partido contra Villa Clara en un terreno de la escuela Interarmas Antonio Maceo. Hacía un tiempo su presión arterial había comenzado a alterarse y Jorge no se cuidaba. La noche anterior no se sentía bien. Incluso pensaron en no ponerlo a jugar.
Pero, qué va, quién le decía a Jorge que no jugara. Ocupó ese día su posición en el jardín central. Cuentan sus compañeros que al parecer se sintió mal porque pidió tiempo, pero se mantuvo de pie, dio un giro, como probándose y dijo: vamos, vamos…, mas no pasaron 15 segundos y cayó de rodillas. Lo supieron porque Carlos Cruz Capote, que era el receptor y lo veía de frente, salió corriendo.
Luego los recuerdos llegan como flashazos. Todos corrieron y lo acostaron bocarriba. “Suave, no lo muevan”. Después dicen que han un jeep militar y una “guasabita” que viene. Lo cargan entre 7 u 8. Tratan de no moverlo mucho. No es fácil cargar a un mulato fuerte, desplomado.
Jorge no pierde el conocimiento totalmente. Trata de colocarse la gorra que se le ha caído. Sus compañeros la arreglan. Alguien del banco lo acompaña al policlínico.
El juego debe continuar. Piensan que es un desmayo, que Jorge solo se sintió mal y va a regresar. Pero a medida que avanza el partido las noticias se van haciendo amargas. Hay quienes van a batear llorando.
A Ventura de Jesús García, quien era entonces presidente de la Upec en Matanzas, se le pierden los recuerdos por el dolor que le causa revivir aquellos días. En el policlínico de Caimito, adonde lo llevan primero, un médico joven informa que es un derrame cerebral y que está muy grave.
Jorge llega en muy malas condiciones al hospital Hermanos Amejeiras, de La Habana. Su presión arterial subió tanto que los médicos no saben cómo aguantó. Aun así resiste unos días, hasta que se apaga el 6 de noviembre. Su familia decide donar sus órganos.
El dolor por su partida es inmenso. Jorge le hace un hueco enorme, irreparable, al periodismo matancero.
Después Matanzas propondría que el Torneo nacional del Softbol de la Prensa llevara el nombre de Jorge Luis Valdés Rionda, el periodista jugador. Y así sigue siendo desde el 2003, aunque muchos jóvenes sofbolistas desconozcan quién fue, dónde nació, trabajó o qué hizo para merecer tal honor.
A quienes pregunten, quizás en dos líneas se pueda resumir: fue un excelente periodista cubano, un ser humano excepcional y un gran jugador de softbol que no solo dejó la piel, sino la vida en el terreno.
Por: Yirmara Torres Hernández / Cubaperiodistas