No se equivocó José Antonio Fernández de Castro al presentarlo en la sección Gente de hoy del sólido suplemento literario del Diario de la Marina, aquel oasis increíble entre tanta inmundicia flotante en ese prosti-periódico: Enrique de la Osa sobrepasó las palabras promisorias con las que se mostraba a los lectores.
Nacido el 22 de febrero de 1909 en Alquízar, con solo 17 años publicó su primer artículo: Una semblanza de Trosky, en la revista El estudiante. Después, sus colaboraciones en el citado suplemento y otros sitios, brillarían cada vez más.
Fue más allá de su prosa, látigo contra los poderosos: tomó lugar al lado de los pobres de la tierra para cambiar la situación. Sabía que las imágenes y los análisis, por hermosos y precisos que sean, no transforman la vida: apoyó la lucha, el mismo conspiró, se envolvió en la violencia indispensable de, por y desde las masas, respuesta a la violencia y la testadurez de los reaccionarios ocupantes del poder.
Sufrió persecución y cárcel, debió acudir al duro exilio, sin ser inmaculado: existía, no era un ser fantástico, su andar erró en ocasiones, alguna luz rara lo encandiló: por escapar del dogmatismo y otras heridas, creyó a veces en espejismos. Lógica incorporación luego del triunfo: director de Bohemia, del diario Revolución, autor de libros donde la historia estremece. Hasta el final de sus días, la bondad y el patriotismo navegaron firmes en su corazón.
De conversaciones y entrevistas sostenidas con él, a quien me unió una gran amistad, extraigo opiniones y recuerdos: “Debemos dar más información para que otros no informen y deformen; los periodistas deben estar bien informados para informar mejor: el pueblo lo necesita y lo merece. Un periodista que se respete, lee mucho y escribe mucho; a escribir se aprende escribiendo. Hay que escribir todos los días, aunque sea un párrafo o dos: así se obtiene oficio. Es imprescindible cultura, conocer los problemas económicos, políticos, ideológicos, artísticos. Eso sí, quien no tenga vocación, que no se empeñe y cambie de trabajo”.
Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida- debió ser el primero en recibirlo-, sobresalió de verdad, por encima de condecoraciones y reconocimientos. Aseguraba: “El periodismo ganó, ante todo, pureza, con la Revolución, pero falta calidad. Existen buenos periodistas, inteligentes, estudiosos, pero estimo que no les sacan lo que les pueden sacar. Hay una cantera joven magnífica, pero no se le enseña, no se le guía correctamente siempre. Los que dirigen las publicaciones tienen que exigir y enseñar cómo se deben hacer las cosas. Para eso hay que saber”.
ASÍ LO VEO TODAVÍA
Pitusa azul oscuro, camisa-pulóver azul claro, mocasines negros, medias grises. Vestía así en la charla que tuvimos en su cumpleaños 85 años, y escribí para El Habanero que cumplía algo más de cuatro veces veinte, cuatro veces más joven. No solo por el porte deportivo; estaban el brillo olímpico de sus ojos y la gallardía en los gestos y al andar, fiel reflejo del espíritu en su caso.
El amor, la comprensión y el respeto por Fidel pesaban en que el veterano escritor se mantuviera muy joven. Había acompañado al Comandante en Jefe en la visita a Venezuela en 1989; cuando aquello expresó: “Fidel habla lo más profundo con el léxico más sencillo y más asequible. No hay tema que no abarque y que no esclarezca, su perspicacia es única. La impresión de Fidel en Caracas es inolvidable. Ese canto latinoamericano a Bolívar y Martí no fue fácil de describir, de interpretar y reflejar para los periodistas…”
Sobre Pablo de la Torriente Brau: “Guardé prisión con él, en el 31, en el Castillo del Príncipe y en la cárcel de Nueva Gerona. Lo recuerdo desnudo, con una gran barba que se dejó crecer, ejercitándose, sin perder el optimismo. Jovial y profundo, tomaba la vida en serio, sin abandonar la alegría. Era un periodista natural: se sentaba a la máquina y el reportaje salía de un tirón. Así escribió 105 días presos. Las más importantes obras testimoniales de esa etapa se deben a él y a Raúl Roa.
“Tenía fluidez, amenidad: sin eso no se puede ser buen periodista; primero tenía vocación. Un hombre muy fuerte, muy saludable y muy valiente, con una prosa muy fuerte, muy saludable y muy valiente. Lo vi sombrío en una ocasión: estaba escondido, perseguido, condenado a muerte por la derecha que se había apoderado del poder y había diezmado la llamada revolución del 30. La Habana, en estado de sitio, todo apagado temprano en la noche…
“Estaba triste porque no podía ver a su mujer: Teté Casuso, a quien amaba con locura; lástima que ella no estuviera a su altura ni siquiera en el querer. Cierta noche, no pudo más y se lanzó a verla: la localizó, la vio un momento en una esquina y regresó al escondite. Arriesgó la vida para verla varios minutos solamente… Hasta en eso fue ejemplo: en cómo amó”.
RUBÉN PREFIRIÓ EL COMBATE
Nació en la misma cuadra de Rubén. “Y lo vine a conocer en 1927. Bueno, antes lo escuché cuando adolescente: me puse pantalones largos y asistí a un mitin del Movimiento de Veteranos y Patriotas. El orador que más me llegó fue un joven atrayente, de verbo magnífico: Martínez Villena. Dijo, además, El mensaje lírico civil. Años después fuimos compañeros de lucha”. Lo admiró como poeta, “…más como hombre. Prefirió el combate y hasta su estilo cambió: del lirismo al llamado a la ofensiva. Talentoso, carismático, lo querían aun personas nada politizadas, y él lograba que hicieran algo. Durante el proceso comunista creado por Machado, Rubén estaba ingresado en la Dependiente: la lesión pulmonar asomaba por primera vez. Allí le pusieron soldados armados con fusiles en la puerta; el poeta los burlaba: se vestía y se escapaba a realizar misiones políticas”.
Después de recitarme El Cazador, De la Osa comentó: “Rubén no se cuidó lo suficiente, para entregarse a la Revolución. Mañach no podía comprenderlo, era demasiado hombre para Mañach. Conoces la polémica entre ambos: apoyé a Martínez Villena con una nota en Atuei. Rubén demostró que despreciaba sus versos con tareas más líricas, más humanas, trascendentales. A ellas, donó su poesía, sus pulmones”.
Cual reproche: “No me has preguntado por Chibás y debo hablarte de él. Fue rigurosamente honrado. Nació en cuna rica y murió sin un centavo. Influyó en la sociedad de su tiempo: atacaba a los gobernantes, les decía las verdades sin tapujos. No puede negarse que la cantera más inmediata del Moncada es la Ortodoxia”.
De Tony: “Lloré la muerte de Guiteras, mi amigo íntimo. Era la figura más importante de ese momento en Cuba, el que estaba mejor orientado en la batalla contra Batista. Antimperialista, socialista, aspiraba al poder para el pueblo con la única forma con que se podía tomar: con las armas en las manos. Sabía mandar al intelectual y al de acción. Atacado por la derecha, por el sectarismo, el infantilismo de la izquierda, dio grandes muestras de hombría. Su posición inclaudicable es herencia maravillosa…””.
¿Quién se atreve a plantear que De la Osa ha muerto? Es el mismo joven que le hizo la última entrevista a Guiteras y saludó el arribo del poeta proletario Regino Pedroso; el enemigo, irreconciliable, en cuartillas y en la acción, de Grau, Prío, Batista, cómplices y titiriteros; alma de la sección En Cuba que elevó el periodismo de la mayor isla del Caribe, desde Bohemia, a alturas no alcanzadas antes. Reflexiones, obras, contiendas vigentes. Enrique no puede morir. Mantendremos lo mejor de él en la primera línea de nuestras batallas, con sitio especial en la trinchera periodística.
Por Víctor Joaquín Ortega / Cubaperiodistas